Coherencia, audacia y valentía

Monseñor Juan Ignacio González | Sección: Educación, Sociedad

Nos relata el Evangelio que Herodes, viendo bailar tan maravillosamente a Salomé en el día de su cumpleaños, le prometió bajo juramento darle lo que le pidiera, aunque fuera la mitad de su reino. Pero Salomé, instigada por su madre, pidió la cabeza de Juan el Bautista en un plato, porque, fiel a la verdad, Juan le reprochaba que no podía tener como mujer a la de su hermano Filipo. Y aunque Herodes admiraba a Juan y lo tenía como profeta, se “entristeció, pero, a causa del juramento y de los comensales, ordenó que se la diesen y envió a asesinar a Juan en la cárcel”. Una historia triste pero real, de las consecuencias del cumplimiento de lo que no se debió prometer.

Durante este mes celebraremos a Santo Tomás Moro (1478-1535). Fue un gran humanista, político, escritor. Contrajo matrimonio y tuvo cuatro hijos. Moro supo compaginar una vida interior profunda con el fiel cumplimiento de sus obligaciones profesionales y fue pionero en la promoción de los laicos. Se enfrentó a los problemas de su tiempo con criterios cristianos. Su prestigio como abogado lo llevó a ser elegido Canciller de Inglaterra por Enrique VIII. Sin embargo, cuando éste consigue la anulación de su matrimonio con Catalina de Aragón por presiones y sobornos, el santo renuncia a su cargo, comprendiendo que eso le costará muy caro, pues se negó a aceptar esa falsedad. El Rey lo quiso obligar a firmar el “Acta de Sucesión y de Supremacía”, por la que se proclamaba él mismo cabeza de la iglesia Anglicana e independiente de Roma. Tomás Moro acata la autoridad civil del rey, pero no quiere ser infiel a su conciencia y a su fe. Poco después es juzgado y encerrado en la torre de Londres; muchos le piden que firme, que ceda, aunque sea disimulando, pero su conciencia no se lo permite: “prefiere ser discípulo del Señor antes que del rey”. El 16 de julio de 1535 fue decapitado. Es un mártir por la unidad de la Iglesia y por la libertad de conciencia contra las leyes civiles injustas. Pío XI lo canonizó en 1935. Es hoy el Patrono de los políticos católicos.

Tanto el ejemplo de Juan el Bautista como el de Tomás Moro están muy presentes en el mundo de hoy. El primero nos enseña que no es lícito ni justo cumplir todas las promesas que se hacen. Si se ha prometido algo que es manifiestamente contrario al bien común, a la justicia o a la verdad, conforme a las enseñanzas de la moral natural y de la fe, se debe estar dispuesto a no cumplir esa promesa. Tomás Moro no cedió a las presiones contra su conciencia que lo obligaban a dejar la verdadera Iglesia. Murió mártir.

En el mundo de los negocios, de la política y de la vida social, también es necesario que seamos consecuentes con la verdad. No basta con decir “me he comprometido”, para transformar un acto de suyo malo en bueno y meritorio. Es cierto que esto exige una alta audacia moral, no siempre presente en nuestro mundo, pero es la expresión más pura del amor a la justicia. Se prefiere perder cualquier beneficio, incluso la propia honra, el prestigio o el poder, antes que cumplir aquello que en un momento de debilidad u error se prometió.

La vida de Juan el Bautista y de Santo Tomás Moro son expresiones de una coherencia interior completa, tan ausente, muchas veces, en el mundo de hoy. Qué decir si se trata de una persona de fe, es decir, que adhiere profundamente a las verdades morales y religiosas que la Iglesia enseña, pero al mismo tiempo promete realizar cosas que son manifiestamente contrarias a esa fe o a esas verdades. Se trata de una grave incoherencia que no puede ser avalada por razones partidarias de momento, de circunstancias y menos de conveniencias u oportunismos. Es en esas circunstancias donde se prueba el temple moral de una persona o grupo, sea del tipo que sea. Una de las dificultades mayores que hoy enfrentamos es esta separación entre la moral personal y la moral social, como si ambas no tuvieran su mismo origen en la naturaleza humana.

Escribió Tomás de Aquino que “la mentira hace imposible la vida social”. Si se construye una sociedad sobre algo falso, un nominalismo exento de verdadero fundamento, aquello termina por volverse contra el mismo ser humano. Si se transa en aquellas cosas que no es posible cambiar porque forman parte de la misma naturaleza del ser humano, aunque con las palabras se afirme la verdad, con los hechos se termina por borrarla. Es lo que sucede cuando queremos llamar matrimonio a lo que no lo es, o cuando creemos que por el solo imperio de la ley humana se cambiará el designio divino sobre el hombre. Es lo que sucede, en fin, cuando sabiendo que el matrimonio es entre un hombre y una mujer, como se ha vivido siempre, por todos y en todas partes, más allá de las convicciones religiosas, queremos llamar matrimonio a la unión pasajera o quizá de personas de un mismo sexo. Coherencia, audacia y valentía, son las virtudes del tiempo presente.

Nota: Este artículo corresponde al editorial de Revista “Iglesia en San Bernardo”, Junio 2011.