La forma informa

Joaquín Fermandois | Sección: Historia, Política

21 de mayo de 1961: en el instante en que el presidente del Senado, Hernán Videla Lira, abría la sesión del Congreso Pleno, los senadores Eduardo Frei Montalva y Salvador Allende, rompiendo precedentes y recurriendo a resquicios de la tradición, pidieron a su vez la palabra. Videla se la dio en cambio al Presidente Jorge Alessandri: hacerlo de otra manera destruía la idea de “cuenta”. Acto seguido, los parlamentarios de la oposición –de centroizquierda– se retiraron sonoramente del recinto, y algunos de ellos se acercaron, bastante deslenguados, al Presidente Alessandri. Al mismo tiempo, las tribunas, repletas de partidarios de don Jorge, estallaron en gritos destemplados contra la oposición. El motivo: la candidatura del senador radical Juan Luis Maurás, aliado del gobierno del “Paleta”, impugnó el resultado en su circunscripción al ganador por poco más de 100 votos, el democratacristiano Juan de Dios Carmona. El Tribunal Calificador de Elecciones dio como ganador a Maurás por unos pocos votos. Como con el caso de la muerte de don Eduardo, ya no será posible conocer la verdad. Aunque el asunto no era resorte del gobierno de Alessandri, la protesta encabezada por Frei y Allende quería malograr la cuenta del 21 de mayo. Ironía, los contendientes, Carmona y Maurás, con el tiempo acercarían sus posiciones, en tanto que Frei y Allende llegaron a ser irreconciliables.

La trifulca duró media hora, pulverizando la solemnidad del acto, haciéndolo chabacano, como para que un europeo confirmara sus más caricaturescos estereotipos sobre la política hispanoamericana. La oposición se retiró y don Jorge, con el talento escénico que poseía, hizo que las cosas volvieran al cauce. Con todo, el mal ya se había producido, y uno no puede separar este hecho del proceso de banalización y rebajamiento de las instituciones que finalmente condujo a la crisis de 1973. Ese 21 se comenzó a jugar con fuego.

Imposible no hacer la comparación con el gesto de los diputados de desenvolver un lienzo para salpicar o, más bien, manchar el grado de necesaria solemnidad de que debe estar investido un acto como este. Además estuvo el twitteo de parlamentarios y los bullangueros de las galerías. La tradición manda que se escuche con deferencia al Presidente, aunque, a la salida del acto, la oposición plantee a la prensa sus críticas, y todo lo demás que quiera. Se podrá argüir que no hay para qué mantener la tradición, que justamente de eso se trata un país moderno o posmoderno. Hay muchos argumentos para rebatir esta ingenuidad. Baste ahora señalar que, para criticar o hasta rebelarse contra la tradición, ésta debe antes existir. Cuando no es así, se enseñorea el primitivismo carente de discernimiento moral, ya que no existe punto de referencia alguno.

Lo mismo sucedió con el apedreo a cadetes y tropas, como un día antes se le partió la cara a un carabinero. Valparaíso fue menos Valparaíso este 21 de mayo, con tropas trotando en necesaria retirada. No se trata de desesperar ni darle a esto más peso que el que tiene, ni me parece muy convincente la tesis de que existe un malestar profundo, una lava desconocida que nos sorprende. No, la sociedad humana es así. A la civilización más perfecta posible le corresponde, cual subproducto, un cierto tipo de bruto. Así de simple. Habrá que tener en cuenta esto cuando se organice el siguiente 21.

Lo que está en nuestras manos remediar son acciones como las producidas en el Congreso Pleno. El supremo arte de la política consiste en distinguir lo que se toca y lo que no se toca. Por eso, ¡cuidar las formas!, ya que ellas configuran el espacio posible de lo republicano. La forma informa.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio.