No más pesimismo

Gonzalo Rojas Sánchez | Sección: Sociedad

No abundan los optimistas. Son pocos, precisamente porque esa cualidad natural requiere un cultivo que la convierta en virtud.

Y aunque muchos seres humanos vienen dotados de una aproximación positiva y alegre haca el futuro, los presentes personales  -que se van transformando en pasados- cargan muchas veces la mochila del caminante con su peso de fracasos y lo inclinan hacia el escepticismo o lo llevan a un abierto pesimismo.

Hoy los tiempos están para el optimismo. Sí, porque quizás sean menos los que en la actualidad logran cultivar esa virtud, justamente ahora su presencia se destaca con mayor fuerza y atractivo.

El optimismo se nota  porque se da la mano con la magnanimidad. Sólo el optimista tiene corazón para grandes empresas, aunque sepa que quizás sólo un porcentaje de su plan pueda cumplirse. Justamente porque tiene corazón grande, logra cosas al menos medianas.

El optimismo atrae, porque convive con la jovialidad. El optimista sonríe y se ríe. Pone buena cara justo cuando la cosa está mala; y sabe sacar de los rostros adustos que quizás lo acompañan, unas miradas más positivas y esperanzadoras.

El optimismo convoca porque abre camino a la creatividad. El optimista imagina, proyecta, aterriza, corrige y cierra un tema, para abrir lo antes posible el siguiente. No para, aunque deba saltar mil obstáculos: los tenía ya contabilizados.

El optimismo vincula, ya que no hay optimista individualista, no hay optimista egoísta. Lo suyo es pedir, animar, corregir, agradecer, felicitar, premiar, promover. Trabajo en equipo lo llaman.

¿Tiempos malos, a veces muy malos? Necesidad cada día mayor de un optimismo desbordante.