Libertad de oportunidades

Fernando Peña Rivera | Sección: Política, Sociedad

Entre el 2006 y el 2009 la pobreza aumentó de un 13,7 al 15,1% en Chile, lo que significa que actualmente hay 2 millones 600 mil personas viviendo con menos de 64 mil pesos al mes, y 630 mil con menos de 43 mil (CASEN 2009).

Lo realmente frustrante de estas cifras, es que pese al incremento en un 41% entre el 2006 y el 2009 del gasto público en políticas de inversión social (Henoch, 2010), la cantidad de pobres aumentó considerablemente, fundamentalmente por los efectos de la crisis sub-prime en EE.UU., pero por sobre todo, por el tímido ritmo de crecimiento de nuestra economía; las bajas tasas de productividad (-1,6% entre 2006 y 2010), las altas tasas de desempleo y la baja participación en la fuerza laboral, especialmente de mujeres y jóvenes.

El Gobierno ha señalado que se necesita crecer a un 6% de aquí al 2018 para superar la pobreza, lo que nos permitiría tener un ingreso per cápita similar al de Portugal (21 mil dólares), lo que por cierto, no asegura que dicho ingreso sea equitativo para todos, ya que si Chile logra crecer a ese ritmo durante los próximos 7 años, el 20% más pobre viviría con sólo 3.935 dólares per cápita, mientras que el 20 por ciento más rico tendría ingresos medios sobre los 60 mil, o sea, los más pobres serían algo más pobres que los ciudadanos de Congo hoy, mientras que el quintil más rico sería el tercer país más rico del mundo, por debajo de Qatar y Luxemburgo (Repetto, 2011), realidad que hoy nos sitúa como el país más desigual de la OCDE.

Al parecer, se comienza a acuñar un escepticismo generalizado respecto a los modelos de desarrollo en que se basan las economías modernas. La revisión no es filosófica o política, como antaño, sino por sobre todo fenomenológica, de lo contrario, no se explica que países desarrollados como Grecia o España, tengan que reconocer que sus sistemas de protección están sencillamente colapsados, sensación que se alimenta día a día con la inestabilidad del tipo de cambio y la incertidumbre bursátil de los mercados financieros. El profesor Kenneth Rogoff, de la Universidad de Harvard, dijo que, en consecuencia, ya no hay más normalidad, sino sólo una ilusión de normalidad.

Como país no tenemos muchas opciones. Podemos por un lado profundizar aún más las brechas, o podemos de una vez crear las condiciones para que las personas más vulnerables puedan acceder a mejores condiciones de vida.

 “Hay que darse prisa. Muchos hombres sufren y aumenta la distancia que separa el progreso de los unos, del estancamiento y aún retroceso de los otros”, decía Pablo VI en su encíclica Populorum Progressio.

La distancia a la que se refiere el Papa no es sólo material, sino también humana, y por sobre todo espiritual. Cosificar o reducir al ser humano a un simple objeto de consumo, o por el contrario, anexarlo a la cadena de bienes comunitarios que provee el Estado, convierte al ser humano en un “producto”, y con ello, se invierte radicalmente la relación del ser humano consigo mismo.

El Papa Benedicto XVI nos plantea una inquietud fundamental para resolver esta encrucijada “¿Cómo puede lograrse un dominio ético y humano del progreso? Pero no sólo habría que pensar de nuevo los criterios del progreso. Aparte del conocimiento y del progreso se trata también del concepto fundamental de la Edad Moderna: la libertad”.

Creo firmemente que cualquier esfuerzo por superar la pobreza debe ir acompañado de una defensa irrestricta de la libertad. Las personas pobres son menos libres cuando no tienen la oportunidad de elegir el colegio donde estudiarán sus hijos, o cuando están obligadas a esperar meses y años por una operación en el sistema de salud público. Son menos libres también, cuando se aíslan en su soledad, en el silencio de su amargura, en las drogas, en la delincuencia, en la violencia, etc.

¿Igualdad de oportunidades? No, libertad de oportunidades.

Tenemos como país la obligación de construir las condiciones sociales para que cada persona pueda desarrollar de forma armónica y en libertad, el ejercicio de explotar al máximo sus capacidades y talentos. La solución no es aritmética, ni tampoco institucional, es por sobre todo humana.

Humana, primero, porque requiere de políticas que reconozcan aquellos bienes inherentes a la persona: dignidad, libertad, responsabilidad, buen gusto, solidaridad; y en segundo lugar, porque como lo advierte la Madre Teresa de Calcuta “La mayor enfermedad hoy día no es la lepra ni la tuberculosis sino mas bien el sentirse no querido, no cuidado y abandonado por todos. El mayor mal es la falta de amor y caridad, la terrible indiferencia hacia nuestro vecino que vive al lado de la calle, asaltado por la explotación, corrupción, pobreza y enfermedad.”

Libertad de oportunidades, para construir una sociedad más justa y un país más humano.