El dolor de la libertad

Alfonso Ríos Larraín | Sección: Historia, Política

El 18 de diciembre de 1976 una singular noticia acaparó el interés del mundo. Ese día, en Zurich, se formalizaba un canje propuesto por el presidente chileno Augusto Pinochet al líder soviético Leonid Breznev: Chile liberaba al ex senador y dirigente comunista Luis Corvalán, mientras la Unión Soviética hacía lo propio con el joven político, escritor y disidente ruso, Vladimir Bukovsky. La negociación tuvo los ingredientes de un auténtico thriller, combinando intrigas y maquinaciones diplomáticas con el suspenso y forcejeos políticos característicos de la Guerra Fría. El desenlace fue óptimo. Las partes cumplieron cabalmente lo acordado y los “canjeados” obtuvieron lo que anhelaban: Corvalán, el paraíso soviético;  Bukovsky, la libertad. Hubo importantes diferencias en el exilio de ambos, pero también algo en común: su antipatía a la Unión Soviética. La del ruso, declarada; la del chileno, silenciosa.

Luis Corvalán, histórico proselitista del estalinismo, nunca estuvo cómodo en la Rusia soviética e intentó regresar a Chile desde el primer día, pero sus deseos contrariaban al anfitrión ¿Cómo explicar que tan distinguido huésped abandone una pensión VIP all included y vuelva a un país gobernado por enemigos declarados de la Unión Soviética y de todo lo que ella representa? Algo no cuadraba. O el “paraíso” soviético no era tal, o la “cruel dictadura pinochetista” no era tan cruenta ni tan dictatorial, incluso tolerante con movilizaciones opositoras que la propaganda comunista se empeñaba en negar. En cualquier caso, la nostalgia de Luis Corvalán ruborizaba al Politburó, al punto de dilatar más de siete años la autorización para su regreso a Chile (1983), previo tres cirugías plásticas a que fue sometido para camuflarlo. No apostató de sus ideas comunistas, pero jamás volvió a oírsele alabanzas al “hermano mayor” que había encandilado su trayectoria política.

Vladimir Bukovsky eligió a Cambridge, Inglaterra, como lugar de exilio. Desde ahí contó su historia que incluye años de cárcel, trabajos forzados y reclusión en clínicas psiquiátricas de la Unión Soviética por “graves delitos”, como traducir escritos considerados  anti-soviéticos, participar en manifestaciones de apoyo a escritores encarcelados y denunciar abusos en contra de disidentes. Autor de varios libros y ensayos críticos relacionados con la frivolidad y cobardía del mundo libre para condenar al comunismo, quiso reactivar una suerte de Juicio de Nuremberg para investigar y definir responsabilidades políticas y penales por crímenes atribuidos a los jerarcas soviéticos.

Pero hay otra faceta común en ambos personajes: la ingratitud a quien propuso el canje para liberarlos. El silencio de Corvalán es comprensible. El del ruso, en cambio, injustificable. Bukovsky tenía 32 años cuando fue liberado por iniciativa de Augusto Pinochet. Doce de aquellos años los pasó encerrado en cárceles, hospitales y campos de concentración de su país, vivencias que relata descarnadamente en su famoso libro “El dolor de la libertad”, verdadero testimonio autobiográfico que refleja severidad, rigor y valentía. Las mismas virtudes han de servirle para agradecer a quien debe su libertad y, quizás, su vida. Aún es tiempo. Tiene 67 años y permanece intelectualmente activo.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Trastienda, http://trastienda-arl.blogspot.com.