Alimentación y obesidad

Max Silva Abbott | Sección: Política, Sociedad

En todo un acontecimiento se ha convertido el debate sobre la rotulación, publicidad y venta de alimentos del tipo “chatarra” a menores y jóvenes, cuyas implicancias van tendiendo cada vez más ramificaciones: desde la libertad personal hasta el rol del Estado; desde los problemas de salud asociados, hasta los beneficios económicos de los productores de estos alimentos.

En realidad, a propósito de este debate se pueden hacer varias reflexiones. Una primera que no podemos evitar, es que nuestra actual situación (como la de todo Occidente y varios otros lugares del Globo, por lo demás), esto es, el increíble aumento del sobrepeso y de la obesidad (se calcula que en el mundo hay más de 500 millones de personas con sobrepeso), echa por tierra todas las fatídicas predicciones de los años 70, de clara inspiración maltusiana, que vaticinaban hambre y miseria e incluso guerras por el alimento, fruto de la llamada “explosión demográfica”. En realidad, no sólo hay más alimentos que antes y más baratos, al otorgar la tecnología posibilidades productivas insospechadas, sino que también asistimos a una preocupante implosión demográfica en varios países del Norte.

Una segunda reflexión, y ya mirando a nuestro medio nacional, es que si bien la actual situación constituye un problema-país de primer orden, sobre el cual parece existir bastante consenso (y que tiene similitudes con la campaña antitabaco de los últimos años), lo anterior contrasta, sobremanera, con la actitud que ha tenido el Estado en las últimas décadas respecto de otras áreas. Así, por ejemplo, parece un poco curioso que se pretenda proteger a los sujetos “de sí mismos”, si así pudiera decirse –al considerar evidentemente malos los efectos de una alimentación desordenada–, si al mismo tiempo se propugna un completo “laisez faire” en tantas otras materias. De esta manera, por un lado se estaría negando cualquier noción de verdad, de objetividad o de bien, incentivando el subjetivismo más radical, y por otro, se intentan imponer una serie de comportamientos, incluso por la fuerza y acudiendo a sanciones diversas, respecto de conductas que no son más que la manifestación de esa libertad exacerbada que antes se ha alimentado.

Y uno de los campos que más se han visto afectados por este “laisez faire” ha sido, obviamente, el de la sexualidad, cuyos graves efectos, fruto de su completa liberalización y trivialización (enfermedades de transmisión sexual, embarazos adolescentes, abortos, hogares destruidos, niños sumidos en la pobreza, etc.), también podrían ser reprochados con argumentos bastante similares a los que se usan para el actual debate alimenticio.

Pero parece que para la autoridad es peor tener niños gordos que con graves carencias en su formación como personas. De ahí que a veces resulten curiosas algunas de sus prioridades.