Vaticinios y realidad
Max Silva Abbott | Sección: Sociedad
Según la última Encuesta Nacional de Salud, los niveles de sobrepeso, obesidad, sedentarismo, alcoholismo y tabaquismo en Chile son francamente alarmantes. Con todo, no se trata de un problema sólo nuestro, sino mundial y, sobre todo, occidental.
De lo anterior pueden sacarse varias lecciones: que hay que cambiar diversos hábitos alimenticios, que debemos hacer más ejercicio, que el sistema de salud se verá en serios problemas debido a los costos asociados cuando las consecuencias de lo que hoy ocurre se presenten en toda su magnitud, etc., etc. Sin embargo, un aspecto que nos llama poderosamente la atención es el contraste que existe entre esta realidad y diversos vaticinios hechos hace no mucho tiempo.
En efecto, lo que hoy está pasando contrasta notoriamente con los fatídicos e incluso aterradores pronósticos que se hacían en los años 60 y 70, que influidos por las teorías de Malthus, aseguraban un porvenir espantoso para la humanidad, puesto que en razón de la llamada “explosión demográfica”, sería incapaz de alimentarse. Esto traería miseria y guerras por la comida, lo que exigía disminuir drásticamente la población del planeta.
Nada de ello se ha cumplido, afortunadamente. Eso no quiere decir que no exista hambre en el mundo; pero ello no se debe a la escasez de alimentos (en realidad, sobran), sino a una muy injusta distribución causada por diversos fenómenos (mala administración, guerras, corrupción, etc.).
La razón de tan sorprendente situación –al punto que como suele decirse, la realidad siempre supera a la ficción– es simple: se debe a que gracias a su inteligencia, el hombre cada vez se independiza más de las limitaciones que le impone el medio; o si se prefiere, su dependencia de los recursos naturales no es tan drástica como se cree. Ello, porque lo más valioso del planeta no son dichos recursos, sino nosotros mismos, nuestra razón, que hace que podamos aprovechar de formas increíbles casi cualquier cosa.
En realidad, a tal punto llega lo anterior, que casi podría decirse que los recursos naturales “no existen”, porque es el propio hombre quien asigna valor a las cosas, y a través de su ingenio puede aprovecharlas, haciendo útiles sustancias que han permanecido casi estorbando durante milenios. Buena prueba de ello son las posibilidades cada vez mayores de la agricultura, las técnicas de desalinización del agua (que la harían un recurso inagotable y cada vez más barato, en atención a la demanda), o las posibilidades –también virtualmente infinitas– de obtención de energía limpia (solar, eólica, geotérmica, etc.).
Pero como siempre, tanto para progresar como para ver qué hacemos con ese progreso, requerimos de una pauta moral objetiva. Es aquí, y no en el ámbito material donde de verdad nuestro déficit es alarmante hoy por hoy.




