Una conversación con el Padre Felipe Berríos

Cristián Loewe Valdés | Sección: Religión, Sociedad

El pasado miércoles 14 de abril la Universidad Católica recibió la visita del sacerdote jesuita y actual capellán de Un Techo Para Chile, Felipe Berríos. Se le entrevistó frente a un concurrido auditorio de alumnos, y se pudieron intercambiar opiniones sobre un tema en el que ha tenido vasta experiencia: la participación social de los jóvenes. Algunos de sus dichos no estuvieron exentos de polémica, y el alcance de la conversación llegó a ámbitos que escapaban radicalmente al propósito original.

Son muchas las facetas de la vida y obra de este sacerdote que hacen despertar valiosas inquietudes en nuestra sociedad. Difícilmente se ha visto en nuestro país alguna iniciativa de ayuda social que logre un impacto cultural y material como el que ha tenido Un Techo Para Chile. Resulta indesmentible que el auge y el estilo del voluntariado juvenil que se vive hoy en Chile está marcado, fuertemente, por el carisma del Padre Berríos.

La conversación inicial fluyó por todos los temas en que la palabra de Berríos logra calar, con toda razón, en lo profundo del corazón de los chilenos. La injustificada exclusión y discriminación social de que son víctima ciertos sectores sociales; la injusta categorización que comúnmente hacemos de las personas a partir de meras consideraciones raciales, socio-económicas o culturales; la falta de equidad en la repartición de los bienes materiales que existe en Chile; el grosero despilfarro de los recursos públicos y el absurdo afán de figuración que se ve en nuestra clase política; el tráfico de influencias y los arbitrarios privilegios que muchas veces rigen el funcionamiento de nuestro sistema laboral; o el sesgo y la generalizada inconciencia que existe en todo el mundo respecto de los miles y millones de seres humanos que aún no disponen de las condiciones materiales básicas para lograr un desarrollo auténticamente humano en sus vidas. En definitiva, un fuerte remezón que llama a salir de la “burbuja post-moderna” que impide preguntarse para qué estamos realmente en este mundo, cuál es nuestra misión de vida y cuáles son la verdaderas y auténticas prioridades en un sistema que parece cada vez más difuso y carente de sentido.

Sin embargo, a medida que transcurría la conversación, a estas valiosas interpelaciones se les fue uniendo un sustento filosófico y teológico más confuso y, a ratos, contradictorio. Usando por momentos un lenguaje sarcástico y a veces descalificador –con ironías que pueden resultar insultantes, a base de impresiones vagas o de juicios muy parcelados–, el Padre Berríos no vaciló en criticar con virulencia a la Iglesia Católica, en especial a la chilena. Tampoco faltaron cuestionamientos a ciertas verdades que son fundantes del Magisterio que inspira a la institución de la cual él es miembro activo –y quizás uno de sus más reconocidos embajadores ante nuestra sociedad–.

Hubo momentos en que la audiencia pudo sentirse confundida o sorprendida por lo que estaba escuchando. Quizás cuando el Padre Berríos negó que San Alberto Hurtado invitara a los jóvenes a hacer oración antes de salir a ayudar a los más pobres; o tal vez cuando diferenció entre lo que significaría “rezar” ayudando a los pobres y “orar” en una capilla, –“como muchas veces lo tuvo que haber hecho el Padre Maciel”, ironizó–.

A partir de este momento, la conversación con los alumnos tomó un giro muy polémico. La respuesta de Padre Berríos a la pregunta de una persona del público, respecto de qué solución proponía para superar los serios problemas de exclusión, discriminación y segregación sociales existentes en el país, no nos pudo dejar indiferentes.Bueno, quizás les pueda parecer raro, pero a mi parecer la única forma de remediar estos fenómenos es que deje de existir la educación privada y religiosa. ¿Por qué digo esto? Porque pienso que finalmente son los criterios religiosos, ya sea por la situación matrimonial de los padres o por su confesionalidad particular, los que muchas veces discriminan la entrada de un niño a determinados colegios, permitiendo que la exclusión y la segregación se haga presente en sus vidas desde muy pequeños.

Este no es un juicio fácil de comprender, sobre todo viviendo de la boca de un sacerdote de la Iglesia Católica y siendo emitido al interior de una institución que tiene dependencia directa del Vaticano.

Para reforzar su juicio, indicó que le parecía que la Iglesia, ya sea a través de sus parroquias o movimientos, aún no era capaz de involucrarse con las necesidades reales de los más pobres, y que parecía concebir su papel evangelizador sólo en función de los sectores más acomodados de la sociedad.

No menos polémica resultó la respuesta del Padre Berríos a la pregunta con motivo de la ausencia del sacramento de la Eucaristía en las actividades del voluntariado de Un Techo Para Chile. “Si celebro una misa en un campamento, terminan comulgando sólo los voluntarios, porque los requisitos que se han puesto para comulgar están únicamente al alcance de la gente más rica. Por eso, si vemos que la Iglesia no responde a lo que la gente realmente necesita, debemos preguntarnos seriamente si queremos seguir teniendo una Iglesia clasista y elitista, y si los requisitos que hoy se establecen para un sacramento como la Eucaristía son verdaderamente los más adecuados.

Resultaron también controvertidas algunas de las interpretaciones que hizo de las Sagradas Escrituras para fundamentar sus opiniones.

Inventó una analogía entre la crítica que le hicieron a Cristo los Maestros de la Ley, por realizar milagros en un día sábado, y las críticas que él recibe por no respetar la opinión de la Iglesia en determinados temas. “En la parábola del buen samaritano, un clérigo y un levita, que equivalen a lo que hoy serían personas que son católicos, porque se saben el Catecismo de memoria, ignoran a la persona necesitada que se cruzan en el camino. Sin embargo, un samaritano, que hoy serían todos aquellos que son discriminados y mal mirados por nuestra sociedad, se apiada de él y le entrega toda la ayuda que necesita.

Parece evidente que el Padre Berríos quiere llamar la atención sobre una situación muy difundida: una vida espiritual enmarcada casi exclusivamente en lo personal, que prescinde de preocupación de las necesidades que viven nuestros semejantes, en especial los más pobres. Sin embargo, también parece peligroso que, para reforzar las ideas que se quieren transmitir, se caiga en generalizaciones que pueden conducir fácilmente al error.

La reunión con el Padre Berríos nos deja una valiosa enseñanza: la preocupación fundamental que debemos tener por el prójimo, como camino de encuentro con Dios, y la constatación de que es en la Caridad donde mejor puede resumirse toda la riqueza del mensaje que Jesús trajo a la humanidad. Ahora bien, no debemos ser frágiles ante las contrariedades que nos muestra el mundo y, como católicos, debemos asumir nuestra misión tal cual como nos fue encomendada: Un mandamiento nuevo os doy: “Que os améis los unos a los otros como yo os he amado.” Es decir, que la medida de nuestro amor a los demás no sean nuestras sentimentalidades pasajeras, nuestros imperfectos juicios, o acaso las posibilidades u obstáculos que presenten los tiempos en que nos tocó llegar a la tierra, sino más bien el ejemplo de un hombre que entregó su vida por nuestros pecados (sí, por nuestra infinitas imperfecciones), y que dejó en el mundo una herencia eterna, su Iglesia, que es su mismo cuerpo, y que está fielmente encauzada por los caminos muchas veces incompresibles del Espíritu Santo.