Qué significa ayudar
Juan Carlos Aguilera | Sección: Sociedad
Contaba un amigo años atrás que ante el trance de encontrarse sin trabajo, un alma caritativa se compadeció y le regaló una serie de prendas de vestir. En otra ocasión, una familia a la que no le alcanzaba para vivir decidió cambiar a un colegio más económico a sus hijos en el cual, le recomendaron muy amablemente, no centrarse en lo material, ya que la vida era más que dinero, como si dicha familia no experimentara en carne propia la privación… Las historias vienen a cuento para ilustrar la dificultad en qué consiste un acto que aparentemente resulta natural: ayudar a quien necesita.
¿Cómo acertar en la ayuda al menesteroso? Del mismo modo en que aprendemos a vivir, por medio de la práctica. Desde luego, no se trata de un procedimiento o una receta a cumplir, que una vez aprendido hay que aplicar de manera estándar como si de un acto administrativo se tratara. No, a ayudar se aprende ayudando. Una trivialidad dirá el lector; sin embargo, los protagonistas de las historias que preceden no opinan igual y es que lo más simple es lo más difícil, amar por ejemplo.
Ahora bien, si es verdad que la persona posee una originalidad única e irrepetible, entonces, cada acto de ayuda conviene en una novedad. La carencia de saber en qué consiste ser persona explica, en cierto sentido, los innumerables intentos de ayuda que terminan en promesa incumplida. Además, para ayudar es preciso poseer aquel tipo especial de saber que los antiguos llamaban prudencia o sensatez. El analfabetismo prudencial, impide la ayuda afectiva y efectiva. Parece que ayudar, entonces, no consiste en un acto cargado de buenos sentimientos sino que se ubica en la categoría de lo que llamó uno de los mejores hombres que vivió en el siglo XX: solidaridad. La solidaridad, escribió, no es “un sentimiento superficial por los males de tantas personas, cercanas o lejanas. Al contrario, es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos” y se caracteriza en “la entrega por el bien del prójimo, que está dispuesto a ‘perderse por el otro’ en lugar de explotarlo, y a ‘servirlo’ en lugar de oprimirlo para el propio provecho”. La ayuda, en fin, es un acto de justicia que debemos a quienes están en situación de menester. En este sentido cabe recordar la bella definición de educación que dio lustros atrás un querido profesor. Educar es ayudar a crecer, alcanzar la excelencia humana.
Por supuesto, no caben en este nivel las almas ayunas de bondad, sumergidas en la amargura, porque viven solo para sí mismas y cuyo retrato inigualable está expresado en aquel hijo que asesinó a su hermano y quien, ante la pregunta del Padre acerca de dónde estaba su hermano, respondió: ¿Y por qué habría de hacerme cargo de mi hermano?
No es superfluo recordar que desde el momento que por primera vez se utilizó el término ayuda, refería a un acto de complementariedad en el origen, entre el primer varón y la primera mujer. Varones y mujeres vinieron al mundo, para ayudarse mutuamente, hacerse cargo unos de otros. Quien ayuda, entonces, de algún modo confirma la propia humanidad y el fruto de dicho acto resulta en cierta bondad que experimentamos en el alma del alma; corazón, le denominan algunos filósofos. En este sentido la mejor ayuda es la ayuda silenciosa o en palabras de un santo: El bien no hace ruido y el ruido no hace bien.
Ayudar hemos dicho en un sentido originario consiste en confirmar nuestra propia humanidad, tal vez por eso, el sentido de la palabra ayuda pertenezca a la misma familia que la palabra juventud. Ayudar es una forma de rejuvenecer y acercarnos, de alguna manera, a esa solidaridad primaria que hubo al momento de despertar el hombre, varón y mujer, al mundo.




