La persecución más larga a la Iglesia
María Martínez López | Sección: Historia, Religión
Los turistas visitan el Speakers’ Corner, la famosa esquina de Hyde Park, en Londres, donde quien lo desea puede expresar su opinión sobre cualquier tema, como hito de la democracia. Sin embargo, el origen de estos discursos son las últimas palabras que se permitía pronunciar a los entre 100 y 200 católicos que fueron torturados y ejecutados en ese mismo lugar tras la reforma anglicana. Ignorada por muchos, es la «persecución generalizada más larga de la historia de la Iglesia». En ella, «la élite dirigente trabajó sin descanso para extirpar el ethos católico del pueblo inglés», afirma don Vicente Miró, que recientemente pronunció en la Universidad CEU San Pablo una conferencia sobre los católicos ingleses que permanecieron fieles, llamados recusantes.
La persecución duró hasta 1829, cuando se aprobó la Catholic Relief Act, y dejó cientos de muertos entre 1535 y finales del siglo XVII. Después, la aplicación de las leyes anticatólicas se relajó. La Iglesia ha proclamado Beatos a 174 (53, beatificados en 1886 por León XIII; 136, por Pío XI en 1929; y 85, por Juan Pablo II en 1987). De ellos, se ha reconocido la santidad del obispo John Fisher y Tomás Moro, canonizados por Pío XI en 1935, y de 40 mártires más, ejecutados entre 1535 y 1679, a los que Pablo VI canonizó en 1970. Salvo Moro y Fisher, el resto son prácticamente desconocidos, tanto fuera como dentro de Inglaterra.
En 1535, sólo dos años después de la boda de Enrique VIII con Ana Bolena, comenzó un proceso de desamortización que, en apenas un lustro, acabó no sólo con las parroquias católicas, sino con el «tejido especialmente denso» de conventos y monas terios, explica don Vicente. La prohibición del culto a los santos en 1538 fue el primer paso en la lucha por imponer el anglicanismo en Inglaterra. Para ello, en sucesivas leyes –aprobadas sobre todo durante el reinado de Isabel I–, se sustituyó la Misa por servicios anglicanos a los que era obligatorio asistir, bajo pena de multas considerables, y se prohibió tener crucifijos y rosarios. Para acceder a la universidad o tener un cargo público, se exigía jurar fidelidad al rey y abjurar del catolicismo, lo que excluyó a los católicos de la vida pública.
Cualquier práctica católica podía significar una acusación de alta traición, castigada con la muerte, precedida de una cruelísima tortura: a los hombres se les cortaban las extremidades y se echaban a una caldera hirviendo, se les castraba, y se les metían brasas en el abdomen. A las mujeres les ponían pesos encima hasta aplastarlas.
Sin embargo, nunca se consiguió eliminar totalmente el catolicismo. Sin duda, gran parte del mérito es de la Misión Apostólica, todo un movimiento diseñado para atender a los católicos clandestinos. Se crearon seminarios especiales para los ingleses en Italia, Francia y España –el English College, de Valladolid, que todavía existe–, de donde luego volvían a su tierra como mercaderes. Allí, se alojaban con familias católicas, que formaban una red de al menos 400 casas, todas ellas con agujeros para esconder a los sacerdotes en caso de necesidad. Gracias a su labor, hoy el 8% de los ingleses son católicos; algo que don Vicente considera «un milagro».
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Alfa y Omega, www.alfayomega.es.




