El cristianismo sentimental de León Tolstoi

Antonio R. Rubio Plo | Sección: Religión

Tolstoi fue un admirador de Jesús en el Sermón de la montaña, alguien que se conmovía con el mandato del amor a los enemigos, o con el perdón concedido a la mujer adúltera. Sin embargo, cayó en la contradicción de idealizar a Cristo y proponerlo como ejemplo para todos los seres humanos, y, al mismo tiempo, de criticar ásperamente el comportamiento de quienes se llaman cristianos y poner en duda la existencia de toda Iglesia institucionalizada, comenzando por la Iglesia ortodoxa, a la que él pertenecía. Más allá de su tono hiriente, se podría admitir que algunas críticas sobre la actitud de los cristianos, sobre todo las referentes a la inadecuación de la religión con la propia vida, se corresponden a la realidad. Por desgracia, las reflexiones de Tolstoi desembocan en un cristianismo extremadamente individualista, pese a afirmar que la religión debe basarse en el amor al prójimo. Al final, el amor en Tolstoi, tal y como sucede en su novela Resurrección, se vuelve un acta de acusación contra el cristianismo. ¿Dónde está el «amor paciente y afable, que no se irrita ni lleva cuentas del mal», del que nos habla san Pablo en la primera Carta a los corintios?

Materialismo moralista

Resurrección rebosa de citas evangélicas, principalmente de San Mateo, que el protagonista, Dimitri Ivanovich Nejliudov, un noble agobiado por sentimientos de culpa hasta las lágrimas, se propone hacer suyas para dar a su vida un nuevo significado. De ese evangelio, entresaca cinco preceptos: no matar ni irritarse, y reconciliarse con el adversario; no cometer adulterio; no hacer juramentos; no obrar ojo por ojo ni diente ni por diente; y amar a los enemigos. Nejliudov llega a la insólita conclusión de que «no es nada más que eso, sólo eso», porque, al igual que Rousseau, cree que lo bueno es lo racional y se deja llevar por un entusiasmo embriagador, un signo de la mayor felicidad en la tierra. Hay quien puede confundir este ascetismo de Tolstoi con el ascetismo cristiano, pero el filósofo Nikolai Berdiaev lo calificó, sin ambages, de materialismo moralista. ¿Qué le ha faltado al apasionado lector de San Mateo, bien sea el autor, o el personaje? Leer y meditar las palabras de Cristo dirigidas a los justos en el Juicio Final: «Os aseguro que cuanto hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 40). Quien quiera acoger los mandatos de Cristo, pero no a Cristo mismo, acaba cayendo en esa religión de los preceptos que fue el punto de partida de sus críticas. Se nos ocurre que, además, corre el riesgo de caer en la egolatría como Lord Jim, aquel personaje de Joseph Conrad, novelista contemporáneo de Tolstoi. Jim está ansioso de expiar sus culpas pasadas al precio de su vida, aunque, en ningún caso, busca ser perdonado. Su satisfacción se agota en la mirada orgullosa e impávida que lanza a su alrededor, en el momento de su ejecución.

El escándalo de la Redención

¿Qué mensaje nos sigue transmitiendo Tolstoi? ¿Cuáles son las ideas que algunos compartirían hoy, sin necesidad de haber leído al escritor? Son éstas: Me pongo por modelo las enseñanzas de Cristo sobre el amor, y eso me llena de satisfacción; amo porque me siento bien; no necesito de nada ni de nadie para vivir esa doctrina; afirmo que hay que volver al auténtico cristianismo, al contenido en los evangelios, sin intermediarios; y me veo en el deber de rechazar dos mil años de Historia, porque en su mayor parte estarían llenos de toda clase de conductas inmorales y aberrantes. En el fondo, no me interesan ni la cultura ni la Historia. Sólo me interesa la  naturaleza, aunque sea una naturaleza idealizada, que no se corresponde con la real.

La principal dificultad de Tolstoi con el cristianismo es que la idea de redención le es ajena. Le resulta incomprensible y escandalosa, al igual que la noción de que Dios nos da la gracia, con independencia de los méritos que creamos haber adquirido con las buenas obras. En la mente de Tolstoi, Cristo se reduce a un sabio que proporciona acertados consejos para nuestra vida. El gran problema del escritor es que ha renunciado a preguntarse quién es Cristo. Seguramente lo consideraría una aburrida cuestión teológica. De la indignidad de los cristianos ha deducido la indignidad del cristianismo y, en consecuencia, ha querido hacer un cristianismo a la medida humana, marcadamente sentimental.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Alfa y Omega, www.alfayomega.es.