Una gran lección: Chile no es una abstracción
José Luis Widow Lira | Sección: Sociedad
El rescate de los treinta y tres mineros ha sido refrescante por muchos motivos, partiendo, por supuesto, por el hecho mismo de que hayan sido rescatados exitosamente. Pero a eso se añade una larga lista de “otros”:
- La fortaleza mostrada por ese puñado de chilenos que estuvieron enterrados en vida durante más de dos meses.
- Su capacidad de organización, sobre todo en esos diecisiete días previos a que se supiera siquiera si estaban vivos.
- El liderazgo ejercido por algunos mineros y la capacidad de los otros de entender y seguir ese liderazgo.
- La permanente generosidad que tuvieron los mineros desde el comienzo, manifestada en la preocupación prioritaria por el bien del otro antes que del propio.
- La religiosidad que mostraron en todo momento, no sólo los mineros, sino casi todos quienes se manifestaron públicamente, por una razón u otra, en relación con este drama de final feliz. Es destacable que el Presidente Piñera no haya tenido esos estúpidos respetos y vergüenzas humanas, tan comunes, para agradecer repetidamente a Dios por el éxito del rescate.
- La oportuna y ágil reacción del gobierno que mostro desde el comienzo su disposición a sacar a esos hombres a la superficie, cueste lo que cueste. “Una vida no tiene precio”, fue el lema.
- La eficiencia y seriedad con la que se trabajo. La meticulosidad con que se planificó y ejecutó todo. Aparte de haber planes alternativos, por si uno fracasaba, pareciera que no quedó detalle sin ser previsto y falto de atención.
- La rápida coordinación de distintas instituciones nacionales y extranjeras en orden a lograr el objetivo de sacar a los mineros cuanto antes. La disposición a cooperar que todas ellas tuvieron.
- La rápida comprensión de las familias de los mineros que condujo de una primera desconfianza a un claro convencimiento de que se estaba haciendo todo lo humanamente posible para sacar a sus esposos, padres, hermanos, hijos, tíos, primos, etc. de la mina colapsada. También es destacable su posterior cooperación para mantener el orden en el bien llamado “Campamento Esperanza”.
- La falta de manifestaciones mezquinas buscando sacar un provecho ilegítimo.
- La genuina alegría con que se vivió el proceso de rescate por parte de mineros, rescatistas, autoridades, y en general, de todos los chilenos y aun de los que no los son.
En fin, la lista podría alargarse mucho. Pero quiero destacar simplemente una cosa que ha sido especialmente refrescante. El dramático episodio de los mineros atrapados a casi 700 metros de profundidad y el posterior feliz rescate ha permitido gozar del espectáculo de una política practicada en base a realidades concretas y no atendiendo a las abstracciones ideológicas y los intereses de poder que suelen mover parte importante de la maquinaria estatal y de los partidos políticos. Por algo más de dos meses el bien común de Chile estuvo encarnado en la vida de esos treinta y tres hombres que permanecían sepultados bajo miles y miles de toneladas de roca. Y los propósitos y esfuerzos, concretos y precisos –otra cosa no servía– estaban dirigidos a rescatarlos. Cuando se entiende que el bien común pasa por personas de carne y hueso aparecen los bienes reales del hombre real: Dios, la patria, la familia, la vida y su valor, las virtudes –desde la esperanza y la fe hasta la fortaleza y generosidad– y su manifiesto carácter de imprescindibles. Cuando se entiende que el bien común pasa por personas de carne y hueso y en orden a cuidar, proteger y acrecentar esos bienes, las cosas siempre se hacen mejor, más eficientemente, y no obstante las ansiedades o contratiempos que puedan sobrevenir, con más alegría. Esta es, creo, la refrescante lección política que nos dejó este episodio.




