Un mal negocio para la fe
Alberto Jara Ahumada | Sección: Política, Religión, Sociedad
El Santo Padre proclamó en 2006 un listado de tres “principios no negociables” en la vida pública, es decir, aquellos que en política jamás deben ser objeto de transacción. Éstos son: el respeto irrestricto a la vida humana inocente, el valor de la familia fundada en el matrimonio y el derecho de los padres a educar a sus hijos. De inmediato, agarró vuelo entre los cristianos fieles a la Iglesia, como una moda, hablar de “principios no negociables”.
Para los desconfiados, que no quieren creer en el rating de los principios no negociables, les dejo unos datos. En España nació el “Partido Familia y Vida”, en cuyo ADN doctrinal cuaja el ideal de promover los bienes intransables de la dignidad humana y de la primera forma de sociedad. En el año 2007 se armó el “Frente Mundial de Parlamentarios por la Vida”, donde estos representantes firmaron un compromiso de tutelar, en el ejercicio de su mandato, la vida humana en todas sus formas. Ése mismo año nació “VivaChile.cl”, portal de internet arremangado por la defensa de la vida inocente, de la familia fundada sobre el matrimonio y por la libertad de enseñanza. En un parada similar nació también la plataforma “Muévete Chile”, comprometida formalmente con la promoción de los principios no negociables.
Este año Bicentenario recibimos -para no que no se note pobreza- la visita ilustre del Cardenal Tarcisio Bertone a Chile y a la UC. Y adivinen de qué habló. De que, en las relaciones Iglesia y Estado, cobra especial relevancia la tarea de los católicos en la vida pública, defendiendo aquellos “valores no negociables”.
¿A dónde voy con esta enunciación de datos? A que en buena parte de los católicos ha tenido una amplia acogida –no podría ser de otro modo- la angustiosa llamada del Papa Benedicto XVI. Entre ellos, los políticos católicos y otros de buena voluntad se han comprometido activamente en la defensa y promoción de las tres garantías de un orden social plenamente humano.
Sin embargo, agárrate cabrito. Entre tanta iniciativa de este tipo, los católicos interesados en la res publica nos hemos ido formando en la siguiente idea: la de entrar a la arena política para deslomarnos y quemarnos por defender los mencionados bienes fundamentales. No obstante, a costillas de tanto machacarnos esa tesis, hemos terminado creyendo que nuestra conquista se limita sólo a eso. Con esta receta estaríamos construyendo, eventualmente, una sociedad más justa y humana. ¿Pero qué pasa con la civilización cristiana? ¿En qué parte del programa olvidamos el ideal del Reinado social de Jesucristo? ¿Dejamos de creer, acaso, en la posibilidad de consolidar, por gracia divina, un Chile católico y santo?
Sinceramente, muchos al defender los sacrosantos principios no negociables, hemos transformado ése mínimum moral predicado por el Papa en el máximum espiritual y vocacional. Cuando nos motivamos a jugárnosla por los más pobres y los débiles sin ninguna otra precisión, vamos secularizando, sin imaginarlo, el apostolado seglar. Caemos presa, sin advertirlo mayormente, de una especie de liberalismo que es tanto más efectivo cuanto más cara de mosquita muerta se nos presenta.
Este liberalismo de segundo grado, en efecto, que fue condenado por el Papa León XIII en la encíclica Libertas, se presenta súper piola, de bajo perfil. Pero los calladitos son los peores. Si bien no niega el orden sobrenatural (Cristo, la Iglesia, los sacramentos), no le otorga la preeminencia debida, ya que juzga que la fe y la razón separadas, cada una por su lado, pueden llevarnos al desarrollo humano completo. El actuar político del “sector”, concretamente, ve en pie de igualdad el orden natural y el sobrenatural, obviando que el terrestre, para que sea plenamente humano, requiere de su apertura al reino de la gracia. Para llegar al bien común –piensa este catolicismo liberal- podemos avanzar por la vía de los principios no negociables puramente, o por el camino del Evangelio –que ciertamente los supone-. Y como la cosa está demasiado peluda en el mundo, mejor dialogamos y avanzamos por la vía natural.
En definitiva, si el rol de los católicos en el orden político –llamados a ser levadura en la masa- se redujera al fomento de tales principios, es imposible obviar la acuchilladora pregunta de qué monos pinta la Iglesia -sociedad sobrenatural y sacramento universal de salvación- en la Patria del Bicentenario. Y es que para escuchar hablar sólo de principios no negociables, nos bastaría leer la “Ética a Nicómaco”, de Aristóteles, y llevarla a la práctica. Y sería todo, pues la Encarnación del Verbo estaría sobrando.




