Moisés Naím, los intereses norteamericanos y las actuales tiranías totalitarias iberoamericanas
Carlos A. Casanova | Sección: Política, Sociedad
Moisés Naím es venezolano. Participó como Ministro en el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez. Era parte del equipo económico que fue acusado de velar por los intereses de Estados Unidos, y no por los de Venezuela. Cuando el Ministro de Agricultura era Jonathan Coles, por ejemplo, los aranceles para importar maquinaria agrícola se aumentaron hasta alcanzar un 40%, si no recuerdo mal, y, en cambio, los aranceles de importación de productos agrícolas se rebajaron escandalosamente: este equipo económico parecía querer subsidiar al campo norteamericano.
Naím permaneció en Venezuela por un tiempo después del gobierno de Pérez, tratando de minar las políticas del Presidente Rafael Caldera, quien, por cierto, con el barril de petróleo a 7 dólares, redujo la deuda externa, que se había convertido en una suerte de impuesto imperial, de 29.000 a 26.000 millones de dólares. Poco más tarde, Naím parece haber sido premiado por el sistema económico internacional con importantes cargos en el Banco Mundial, y por personas influyentes entre los liberales de los Estados Unidos (nada menos que el Fondo Carnegie) con la dirección de la revista Foreign Policy. Hubo economistas que tomaron parte en el señalado gobierno de Pérez que más tarde reconocieron que estaban equivocados, y que han hecho serios estudios sobre cuáles habrían sido las políticas arancelarias y económicas adecuadas. Entre ellos se encuentra Ricardo Hausman, quien ahora es Director del Centro para el Desarrollo Internacional de Harvard. Naím, que es su amigo, le ha recriminado “que se está alejando del buen camino”.
Pues bien: en la entrevista de Naím se encuentra la misma duplicidad de que se acusó a los Ministros de economía del segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez. Duplicidad, por cierto, que ha caracterizado a los Estados Unidos en Hispanoamérica en los últimos quince años, y que recientemente se ha manifestado en el apoyo simultáneo al “Plan Colombia” en un lugar, y a Zelaya en Honduras.
En primer término, Naím califica lo que ocurrió en Ecuador hace unos días como un “golpe de Estado”, del mismo modo que lo hizo el propio Correa, cuando los sucesos estaban ocurriendo. Además, califica lo que ocurrió en Venezuela en 2002 como otro “golpe de Estado”, sin aclaración alguna. En realidad, lo que ocurrió en Ecuador, a todas luces, no fue un intento de golpe de Estado, sino una protesta policial debida a recortes en el servicio de salud privada de que gozaban los policías ecuatorianos, y a reducciones varias de otros derechos. Un analista avezado debería por lo menos apuntar que una protesta así tiene toda la apariencia de haber sido provocada, precisamente para dar la impresión de que ha habido un intento de golpe de Estado. Cuando Naím califica como “golpe de Estado” la protesta, sin apuntar la posible provocación por el propio gobierno ecuatoriano, está implícitamente dando pie para que se justifiquen severas medidas de represión a las que, sin embargo, el analista dice oponerse en su discurso explícito.
Lo que ocurrió en Venezuela en el año 2002, por otra parte, fue un fenómeno complejo, cuyos inicios no quedan bien descritos con las palabras “que también comenzó con un motín y con disturbios callejeros que fueron escalando”. En abril del 2002, lo que hubo en Venezuela fue una huelga general, no un motín, con concentraciones populares pacíficas que culminaron en una marcha de alrededor de un millón de personas, también pacífica, a la que el gobierno le permitió ir hacia el Palacio Presidencial, sólo con el propósito de masacrarla, primero, tanto con francotiradores que disparaban desde las azoteas de los edificios que o bien se hallan bajo custodia de la Guardia Presidencial (la Casa Militar) o bien pertenecían a la Alcaldía de Caracas, controlada por Freddy Bernal, como con fuego indiscriminado de los paramilitares oficialistas (“Círculos Bolivarianos”); y, después, con tanques del Ejército. Yo estaba allí, nadie me va a contar mentiras ni podrá tergiversar los hechos en mi presencia. Yo oí desde la radio de Edard Vidal, un amigo, la cadena nacional de radio y televisión que inició Chávez a las 15:45 del 11 de abril de 2002, que duró varias horas sin que los oficialistas dijeran otra cosa sino que el país estaba en calma y la situación controlada; vi caer unos minutos más tarde a todos los que tenían cámaras, vi cómo sus cadáveres eran montados en camiones, para nunca más aparecer; oí las balas disparadas desde el Puente Llaguno silbar junto a mi piel y romper huesos y segar vidas. La razón por la que Chávez renunció ese día de modo verbal (hecho establecido por la Asamblea Nacional después de la vuelta de Chávez) fue porque los oficiales a cargo de los tanques no lo obedecieron, las televisoras partieron la imagen y mostraron la masacre y la desolación en la Avenida Baralt en aquella mitad que no transmitía la cadena y, en consecuencia, los propios generales con que contaba Chávez lo forzaron a renunciar, cosa que él hizo verbalmente. No tolero, pues, que un “analista internacional”, que es venezolano aunque represente intereses contrarios a los de su Patria, mienta sobre lo que ocurrió en Venezuela en el año 2002, o que con ligereza desfigure los hechos.
Por otra parte, el señor Naím parece contento con el apoyo que se dio a Correa ante el “golpe de Estado”, y compara lo ocurrido en Ecuador “con lo que pasó en Honduras”. De nuevo, una alusión críptica, pero que parece sugerir que en Honduras hubo un golpe de Estado y Zelaya no recibió el apoyo del Continente. Si el señor Naím sabe lo que ocurrió en Honduras, debería tener más cuidado para no sugerir de manera implícita que fue un golpe de Estado o que América falló en su apoyo a la democracia. Lo que ocurrió en Honduras fue una remoción jurídica de un Presidente que, por su rebeldía contra el ordenamiento jurídico, amenazaba en convertirse en usurpador y tirano.
Este tema permite conectar con otro. Naím afirma que “[en “Latinoamérica”] ya no existe la proliferación de dictadores que había en el pasado”. De nuevo, un analista debería tener mejores categorías de juicio sobre lo político. –O quizá las de Naím le sean suficientes para promover los intereses que él representa. Un “dictador” no necesariamente es algo malo. Un “dictador” es una persona que cuenta con unos poderes extraordinarios para sacar a su país de una situación de emergencia, como, por ejemplo, el peligro de que se instale en él una tiranía totalitaria, que, como ha enseñado Hannah Arendt, de adueñarse del poder, destruiría sistemáticamente la institucionalidad y dejaría a la Patria a merced de intereses extranjeros, sean éstos hoy en día cubanos, soviéticos o norteamericanos. Un verdadero dictador, entonces, no destruye sistemáticamente la institucionalidad de su país y puede, incluso, entregar el poder de modo voluntario. Por otra parte, un presidente electo puede convertirse en tirano totalitario, y el país en que ocurra esta desgracia puede sufrir mucho más que el país que se encuentre bajo una dictadura. ¿Será que Naím no sabe esto, o será que la parte de los intereses norteamericanos que él representa tiene el propósito de promover estas tiranías totalitarias, aunque en el discurso explícito parezcan oponerse a ellas?
Un modo de promover las tiranías totalitarias es ocultar su existencia, o no apuntar a la verdadera maldad esencial que encierran, sino a un aspecto accidental. Esto es lo que hace Moisés Naím cuando afirma que “hay que recordar que tanto el caso de Venezuela y sus elecciones recientes, como lo que sucedió en Ecuador, están directamente relacionados con el mal manejo económico de los presidentes Chávez y Correa”. Por supuesto que Chávez y Correa hacen un “mal manejo económico”, pero eso es absolutamente secundario, y Naím debería saberlo. Chávez sigue los consejos de Marx en el Manifiesto comunista, conforme a los cuales el aseguramiento del poder y el exterminio de los adversarios necesariamente implican tomar medidas antieconómicas. Pero, si así no lo hiciera, si, como Hitler, asegurara un sostenido crecimiento económico por varios años, ¿sería por ello menos malo?
No pasemos por alto la alusión a las elecciones recientes de Venezuela. ¿Es que no sabe Naím que ellas fueron calculadas para dar la impresión de “democracia”, pero que no tienen ningún efecto en la composición real del poder en Venezuela? Sí parece saberlo. Hace alusión a este punto en su discurso explícito, y dice que “podría ocurrir” lo que, en realidad, va a ocurrir: de aquí a enero, la Asamblea será despojada de competencias, Chávez recibirá poderes extraordinarios, los parlamentos comunales serán fortalecidos, etc. Luego, el Tribunal Supremo hará lo que diga la Constitución de Venezuela, es decir, la voz del Jefe. Pero, con todo, Naím deja en la sombra otros puntos. Él habla como si fuera algo reciente, de “los últimos años del gobierno de Chávez”, que en Venezuela no hay “garantías democráticas” o, peor aún, que eso está por verse. Sin embargo, ¿fueron limpias estas últimas elecciones o, en verdad, elección o votación alguna después de la de diciembre de 1998? ¿Hubo, acaso, transparencia en el registro electoral, libertad verdadera en el voto (sin miedo a ser observado y castigado), ausencia de ventajismo oficialista, escrutinios honrados? ¿Son verdaderamente de oposición todos los “líderes” que integran ahora la Asamblea? En Venezuela cada vez mayor número de las personas oprimidas por la tiranía percibe que, por ejemplo, Julio Borges no representa los intereses de la oposición, sino los del gobierno. ¿Cuántos más no habrá como él que el pueblo aun no ha descubierto? ¿Es que Naím, desde su privilegiado atalaya, en contacto con tantos venezolanos que han estudiado seriamente estos temas, como Tulio Álvarez, no sabe nada de esto?
Debo concluir diciendo que la entrevista concedida por Moisés Naím y publicada por Vivachile me llenó de tristeza porque parece confirmar tanto que Naím no sirve a los intereses de su Patria (ni nunca los sirvió), como que los intereses de importantes grupos de poder en Estados Unidos están alineados con los de las nuevas tiranías totalitarias iberoamericanas.




