Juventud domesticada

Jorge Peña Vial | Sección: Sociedad

Pareciera que la revolución exitosa del siglo XX fue la revolución sexual. Sin embargo la excesiva inflación de una sexualidad desprendida de todo contexto significativo dado por el amor, el matrimonio y los hijos, ha conducido a su progresiva degradación y trivialización. Por supuesto todo el mundo es libre de rechazar esos espectáculos, pero, frecuentemente, el deseo de verlos es más fuerte. La ruptura de la correlación recíprocamente intrínseca de sexualidad-amor-matrimonio-hijos-familia-sociedad está teniendo sus consecuencias en la educación de la juventud. Se producen en serie, decía Jacques Ruffie, “generaciones de impotentes desprovistos de ambición”.

A mediados de los 60 se proclamaba de modo enfático que la sociedad, con sus normas y pautas de comportamiento, era una máquina represora implacable a cuya cuenta había que girar gran cantidad de traumas y complejos. Se decía que cuando esos diques represores de las fuerzas vitales se entreabrieran, las aguas largamente represadas en virtud de tabúes y absurdas prohibiciones, irrigarían el campo del arte y la sociedad dotándolos de fuerza, naturalidad, frescura espontánea y creadora. Han pasado más de treinta años desde que se abrieron todas las compuertas y se superaron todas las cautelas. Pero en vez del esperado león rugiente que se suponía detrás de la puerta, el que con su fuerza y acometividad iba a arrasar todo a su paso, ha aparecido un gatito dócil, pasivo y domesticado, solamente atento a su pequeño placer del día y de la noche. Sin fuerza, sin magnanimidad, sin horizontes: únicamente atentos al panorama del fin de semana y sedientos por la “fiebre del sábado por la noche”. Precozmente expuestos a experiencias fuertes, con altas dosis de alcohol y en la que no escasea la droga, cuando uno les habla de ideales, de Sócrates y Dostoivesky, de compromisos generosos, de un gran amor… se limitan a guiñarte el ojo y a mirarte con cierta condescendencia. Ellos tienen experiencias placenteras más intensas y al alcance de la mano. Han tomado la droga fascinante de un eros lisiado y en ellos sólo hay sed: todo lo demás les parece insípido y sin brillo. El riquísimo acompañamiento erótico, romántico, moral e ideal que solía ir unido a la experiencia sexual, se desvanece como pompa de jabón y es considerado – para este cínico viejo y desencantado- como superfluo o vana ornamentación. Por eso un pensador nada sospechoso como Allan Bloom sostenía en The close of american mind: “Yo creo que los estudiantes más interesantes son aquellos que no han resuelto el problema sexual, que son todavía jóvenes, inexpertos e ingenuos y que excitados por los misterios a los que aún no han sido plenamente iniciados, creen que el futuro les reserva muchas cosas y que todavía deben madurar para obtenerlas.

Hay quienes son hombres y mujeres a los 16 años, y que no tienen nada que aprender en el aspecto erótico. Son adultos en el sentido de que no cambiaran mucho. Puede ser que se conviertan en competentes especialistas, pero su alma es chata y sin relieve. Para ellos el mundo es tal como se presenta a los sentidos; carece de los encantos que hubiera podido poner la imaginación y está exenta de ideales. Este espíritu chato es lo que la sabiduría sexual de nuestro tiempo conspira para convertir en universal”. Para Bloom las facilidades sexuales de las que gozan los adolescentes entorpecen la sublimación y cortan el hilo de oro que enlaza el eros con la educación.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por diario El Mercurio