Capitalismo y pobreza
Alfonso Ríos Larraín | Sección: Política, Sociedad
Mi abuelo decía que a los socialistas les gustan tanto los pobres que los crean por millones. Apoyaba sus dichos en la precariedad socioeconómica que vivían los países dominados por la Unión Soviética y sus áreas de influencia en Asia, África y Latinoamérica. O sea, los lugares donde habita el 75% de la población mundial. Antes que un clamor por libertades políticas, fue el hambre lo que detonó el derrumbe de las utopías marxistas y su ícono más emblemático: el muro de Berlín. Ello forzó a que el socialismo clásico evolucionara en sus propias mentiras y fuere acogido en vastos círculos académicos, políticos e intelectuales.
Hoy suena anacrónico y de mal gusto declararse marxista, pero no lo es cuando usted se autodefine socialista en cualquiera de sus variantes, y se muestra partidario de restringir la libertad económica, desdeña el emprendimiento y abomina de la riqueza, especialmente si es ajena; cuando califica al mercado como peligroso instrumento capitalista que debe ser intervenido y regulado para impedir el trasvasije de su clientela política al otro bando, y sugiere un “Estado Benefactor para” proteger a los trabajadores. No profundice demasiado en las causas de la pobreza porque le lloverá sobre mojado, ni se le ocurra dar ideas para atenuarla: son conocidas desde la época de mi abuelo y no necesitamos más pruebas de su fracaso. El auditorio socialista sólo pide que usted “hable” de pobreza, declare su amor por los humildes, suelte algunos lagrimones y sea duro con los ricos. Condimente su discurso con índices de desigualdad y plegarias redistributivas. Eso bastará para que sea admitido en el club y valorado por sus pares.
Hay otra posibilidad: que usted adhiera al pragmatismo de políticos socialistas como Deng-Xiaoping, Felipe González o Tony Blair. Ellos, a la hora de gobernar, comprobaron que la teoría de reducir la pobreza igualando los ingresos conducía a la miseria y enfocaron su objetivo en buscar riqueza, estableciendo políticas económicas de crecimiento e inversión en capital humano. Pero, claro, la decisión implicaba un “mea culpa” y virar hacia el capitalismo. Usted, socialista ortodoxo, habrá tenido cierto escozor al comprobar el revisionismo implícito en algunas declaraciones del líder comunista chino Deng-Xiaoping: “Hay que buscar la verdad en los hechos”; “ser rico es glorioso”, “para liderar el crecimiento económico es necesario que la gente sea rica primero”, “ustedes verán cómo cambiará nuestro país cuando regresen los miles de jóvenes chinos que estudian en universidades norteamericanas y europeas”.
Otro de los mitos divulgados por los socialistas es que el capitalismo incrementa la brecha de los ingresos en vez de disminuirla. Falso de falsedad absoluta. Los países más orientados al libre mercado (capitalistas) tienen una diferencia de ingreso de 14 veces entre su quintil más rico y el más pobre; en los países con mayor redistribución estatal (socialistas), la diferencia es de 32 veces. Entonces, si le preocupa la desigualdad, el remedio es más capitalismo, más libertad económica, más flexibilidad laboral y emprendimiento; menos socialismo, menos burocracia, menos impuestos.
En su columna del 18 de octubre pasado en The Wall Street Journal, Mary Anastasia O’Grady recomienda al Presidente Piñera: “Ahora hay que liberar a los emprendedores chilenos”. Y tiene razón. La receta socialista crea pobres por millones. Y no es porque los amen, como decía el socarrón de mi abuelo: es el triste resultado de su incapacidad e ignorancia.




