Los riesgos de una educación posliteraria

Jorge Peña Vial | Sección: Educación, Sociedad

La vulgaridad siempre ha existido a lo largo de la historia. Pero hoy los medios de comunicación le otorgan una caja de resonancia y una amplificación del todo inédita. El 80% de la población prefiere, y está en su derecho, la televisión más estúpida, la película trepidante, sobreabundancia de fútbol, telenovelas, el culto a la actualidad informativa, la navegación sin rumbo por internet, el chateo insustancial, la cultura de revista… a leer a Platón o Esquilo. Frente a gustos tan primitivos la verdadera cultura es más exigente.

Por lo tanto, «capea» televisión, prescinde del blackberry, del celular, de facebook, del I-pod, del videojuego; afronta la riqueza del silencio y toma un libro. No tomes un libro que acaba de salir. Deja que el tiempo, que es el gran seleccionador y discriminador, cumpla su trabajo silencioso que elimina lo mediocre. El clásico es un libro que todavía se imprime y que no cesa de aparecer, que acaba incluso de reaparecer. Ya que dispones de poco tiempo, lee los libros que han pasado la prueba del tiempo. La lectura y la vida no se oponen entre sí como proclaman los pragmáticos. Como si el ejercicio de las más altas capacidades de la mente no fuera la forma más intensa de vivir. Con buenos libros el pensamiento y la imaginación se dilatan, amplían nuestro horizonte vital. En cambio, la pura vitalidad es mera agitación. Es hora que elijas, como lector, alguno de tus amigos e interlocutores entre las cabezas más lúcidas y sensibles de la humanidad. Esos que expanden y enriquecen tu vida al entrelazarla con la de ellos. Comprobarás que tu inteligencia crece, tu imaginación se agranda; te pasearás por los vericuetos de la historia, los laberintos de las ideas o por las maravillas de la fantasía. Tendrás una mente educada que te hará capaz de comprender mejor a los demás, plantearte alternativas inéditas y recorrer sendas inexploradas.

En fin, una educación que prescinda de los clásicos, y todo lo fíe a las nuevas tecnologías y al activismo, es una mala educación. Hay que afrontar con finura y buen gusto el peligro de una educación posliteraria tosca y cercana a la barbarie.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por el diario El Mercurio