Eternidad que mueve

Fernando Pascual | Sección: Religión

Quienes niegan cualquier posibilidad de una vida tras la muerte están seguros de que sólo “vale” el tiempo presente, ese que uno desea aferrar pero escapa siempre de modo incontrolable, continuo, a veces con una velocidad que destruye también las experiencias más hermosas y las alegrías más profundas.

Quienes admiten la posibilidad de una vida tras la muerte, y de una vida que sea, además, eterna, pueden concebirla de diversas formas, pueden darle una importancia mayor o menor en el camino de la existencia terrena.

Algunos suponen que existe la eternidad, pero su creencia es tenue, empañada por momentos de dudas. Otras veces la eternidad ocupa una parte minúscula en los intereses personales: es mucho más urgente conseguir dinero para sobrevivir hasta final de mes, o para comprar una nevera que funcione, o para reparar las goteras del techo, que pensar en un horizonte de eternidad sobre el que uno no tiene ideas muy claras.

Otros dan un mayor peso a la eternidad, pero con modos equivocados de afrontar el presente. Piensan que la existencia de un cielo quita brillo a lo inmediato, por lo que se desinteresan de las mil incumbencias de cada día, de las necesidades de los que viven a su lado. Hay quienes llegan a visiones fanáticas que llevan, por ejemplo, a creer que un crimen revestido de citas religiosas puede convertirse en un pasaporte para el cielo, cuando quizá ese crimen no es más que un billete seguro hacia el infierno…

Para el cristianismo, la eternidad ilumina, da sentido y valor al presente. Porque si existe otra vida, si hay un juicio basado en verdades y no en apariencias, si Dios ama a sus hijos, si tenemos un lugar preparado en el cielo, si existe el riesgo de no pasar la prueba del examen decisivo… entonces cada uno de nuestros pensamientos, palabras, acciones, tienen un valor enorme, porque nos acercan a la meta o porque ponen en entredicho la entrada en un Reino eterno donde sólo se llega con las vestiduras adecuadas.

La eternidad, unida a la creencia en Dios, al reconocimiento de su Amor hacia cada ser humano, al valor inmenso que tienen las obras presentes, se convierte entonces en un motor que mueve y orienta cada uno de nuestros pasos, que nos lleva al mundo del amor verdadero, concreto, práctico.

Sólo quien vive de este modo podrá escuchar, en los umbrales del cielo eterno, las palabras del Rey que llama: “Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme” (Mt 25,34-36).

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Analisisdigital.com