El poder teologal de la política

Hermógenes Pérez de Arce | Sección: Política, Religión, Sociedad

Chile es un país muy politizado, en el sentido de que toda persona perteneciente a los niveles más cultos de la sociedad tiene una posición partidista muy definida y determina casi todos sus predicamentos sobre la base de esa identificación. No conozco personas políticamente independientes. Sí conozco algunas, muy pocas, que son realmente imparciales, pero a cada una la puedo identificar como “imparcial de los nuestros” o “imparcial de los de ellos”.

La política, naturalmente, ha “metido su cola” desde siempre en la Iglesia chilena y lo sigue haciendo. Los “connaisseurs” pueden decir con toda precisión la ubicación política de cada prelado y sacerdote que conozcan, como también, para el caso, de cada militar, ingeniero, médico, abogado, periodista o lo que fuere.

La politización en la Iglesia ha sido puesta en evidencia en estos días por el sacerdote jesuita Felipe Berríos y ha provocado un interesante debate en la prensa, principalmente en las Cartas al Director de “El Mercurio” y en la revista “Qué Pasa”, debate que no voy a reproducir, pero del cual extraigo las siguientes conclusiones:

Primera, que el padre Berrios no sólo se ha alejado del magisterio de la Iglesia sino que se ha puesto en una condición de rebelión contra él. Y no sólo ha puesto cuestionado la infalibilidad del Papa en materias teológicas, sino que ha acusado a un Pontífice (Juan Pablo II) de “hacer mucho daño a la Iglesia”.

Segunda, que el padre Berríos ha emitido un veto político explícito y amenazador contra la persona del obispo de San Bernardo, monseñor Juan Ignacio González, en razón de haber él trabajado junto a Sergio Rillón, durante el Gobierno Militar, en la oficina que conducía las relaciones con la Iglesia. Oficina políticamente necesaria porque la Iglesia se encontraba a su vez conducida por el Cardenal Raúl Silva Henríquez, de reconocida simpatía DC, colectividad que, tras apoyar el pronunciamiento militar de 1973, se había situado en oposición a él. Tanto así que el sucesor de monseñor Silva Henríquez, Cardenal Francisco Fresno, fue el encargado de llevar al Presidente Pinochet un documento llamado “Acuerdo Nacional”, de carácter netamente político y destinado a anticipar el término del Gobierno Militar.

Mi opinión es que el veto del padre Berríos tiene gran importancia, porque la Santa Sede siempre se la concede a las consideraciones políticas. Claro que el padre Berríos, como “dilettante”, si bien apasionado, de la política, cometió el error de expresar su apoyo a tres prelados para ser futuros Arzobispos de Santiago, con lo cual no ha logrado otra cosa que extender su veto a los mismos. De modo que, puede preverse, la Santa Sede, obrando políticamente, no designará Arzobispo a ninguno.

Y, tercero, como de costumbre, la derecha política chilena está casi toda alineada con el jesuita de izquierda en estas materias, y con la excepción de un artículo del intelectual Jaime Antúnez y de una carta del abogado Rafael Rivera, ambos exponentes de la recta doctrina católica. Pero dos distinguidas señoras católicas de derecha han escrito al diario citado en apoyo al padre Berríos, y un amigo mío, situado tal vez a la derecha de las anteriores, escribió brevemente, a raíz del viaje del sacerdote a Burundi: “Vuélvase luego”, en circunstancias de que todo derechista consecuente (sobre todo si fuera católico) debería haber escrito: “Quédese allá”. Lo cual, por lo demás, es lo que seguramente desea la jerarquía católica, pues sería lo mejor para ella, vistos los tremendos desaguisados teológicos del popular sacerdote. Y aunque él ha dicho que no se va “arrancado ni echado”, a nadie le puede caber duda de que el viaje sí le ha sido “sugerido”.

En fin, los chilenos somos animales fundamentalmente políticos. Por eso un profesor católico, en su columna del miércoles pasado en “El Mercurio”, refería que otro jesuita de izquierda, que no nombró pero todo sabemos quién es, le confesó paladinamente que le había pedido al rector de la Universidad Católica removerlo de sus funciones académicas en atención a sus actuaciones políticas. La común condición de católicos de ambos no valía nada frente a la disensión partidista que los separaba, de donde se deduce que, para ese sacerdote, la política es más importante que la religión.

Y con eso supongo que queda dicho todo.