Dictadura del conformismo

Oscar Muñoz Villegas | Sección: Política, Sociedad

En nuestra Patria como en otras naciones, se ha visto penetrar con especial ahínco una nueva forma de concebir la realidad en todos los ámbitos del saber humano, y por ende también en la política –politeia– o la actividad al servicio de la Res publica.

Es un virus ideológico y espiritual, que ha infestado, incluso a las naciones de la más vasta y profunda raigambre cristiana, a las sociedades y partidos políticos más conservadores: es la filosofía de que concibe al hombre como si existiese por si mismo, y fuese absolutamente autónomo, incluso del mismo Dios; y, que no cree en un orden moral objetivo y trascendente, sino subjetivo e inmanente provenientes del consenso de las circunstanciales y relativas mayorías ciudadanas.

Pero esta autonomía es una mentira, una mentira ontológica, porque el hombre no existe por sí mismo; es una mentira política y práctica, porque la colaboración y la participación de las libertades es necesaria y si Dios no existe, si Dios no es una instancia accesible al hombre, permanece como instancia suprema sólo el consenso de la mayoría”, aseguró el Papa Benedicto XVI.

Es una mentira, porque en sí misma, niega la verdad intrínseca de que cada persona es un ser compuesto por una unidad material y espiritual, y esta última característica le imprime un sello trascendente y eterno, que necesariamente lo conduce a la búsqueda de algo o alguien, que llene un espacio insaciable dentro de su alma que sólo Dios puede colmar en plenitud.

Pero, para acercarse a Él y ser auténticamente libres el hombre no se basta a sí mismo, sino que debe obedecer por amor a Quien Es La Verdad (Juan 14: 6 y 8:32)

Esta Verdad no está sujeta a la opinión mayoritaria de la ciudadanía o la moda de la opinión pública, sino que es objetiva. “El consenso no es el origen de la verdad. Cada consenso es un consenso sobre la verdad que es anterior al mismo.” (Robert Spaemann, El Mercurio, 1989)

Pero cuando el ser humano cree sólo en sí mismo y en su verdad, y renuncia a las verdades trascendentes, creerá que es verdadero sólo el consenso de la diferentes “verdades” individuales. Es así, como, según Benedicto XVI considera que, “después, el consenso de la mayoría se convierte en la última palabra a la que debemos obedecer y este consenso –lo sabemos por la historia del siglo pasado– puede ser también un consenso del mal. Así vemos que la llamada autonomía no libera al hombre”.

Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”, exhortaba Pedro, porque “la obediencia a Dios tiene el primado” y hace al hombre verdaderamente libre, y supone conocer a Dios y querer obedecerle verdaderamente, razón por la cual hay que oponerse a la dictadura del conformismo, asegura el teólogo Joseph Ratzinger.

Ratzinger, enfatizó además que, “un conformismo, por el que resulta obligatorio pensar como piensan todos, actuar como actúan todos, y la sutil agresión contra la Iglesia, o incluso no tan sutil, demuestran cómo este conformismo puede realmente ser una verdadera dictadura (…) las que han estado siempre contra esta obediencia a Dios (…) la dictadura nazi, como la marxista, no pueden aceptar a un Dios por encima del poder ideológico, y la libertad de los mártires, que reconocen a Dios… es siempre el acto de liberación, en el que llega la verdad de Cristo a nosotros”, razón por la cual Tarcisio Bertone (2007) llama a una “rebelión de los cristianos” ante “los señores de estos tiempos” que exigen el silencio de las personas “invocando imperativos de una sociedad abierta”.

En Occidente, especialmente este consenso de subjetividades, inspirados en la Teoría de la Acción Comunicativa de Jürgen Habermas, y en ideologías transidas de neomarxismo antifamilia y anticlerical fundamentado en el concepto de Hegemonía de Antonio Gramsci, en el nihilismo de Friedrich Nietzche, y también en el liberalismo utilitarista de derechas que federados con las izquierdas, han llevado a legitimar una serie de mínimos morales –hipócritamente legales– transformándolos en derechos, llegando a hacer parecer normal, además un acto de modernidad, de progreso, de tolerancia, de igualdad, de libertad y autonomía, abominaciones como el aborto, píldora del día después, la eutanasia, la eugenesia, o las uniones homosexuales, además de graves injusticias sociales.

Y, lo más penoso es que muchos cristianos en política, incluidos destacados parlamentarios, alcaldes y concejales; además de anónimos militantes de partidos de inspiración cristiana, han claudicado o callado ante el avance de quienes, “en nombre de una sociedad tolerante y respetuosa, e imponen como único valor común, la negación de todo y cualquier valor real”. (Tarcisio Bertone, 2007)

Por su parte, el eximio e influyente filósofo alemán, Robert Spaemann afirma que, “en Europa se invocó la verdad para desatar sangrientas guerras fratricidas, hasta que prevaleció el principio de tolerancia, que Thomas Hobbes formulaba de esta manera: non veritas, sed auctoritas facit legem –es la autoridad, y no la verdad, la que hace la ley– (…) el relativismo y el escepticismo representan no sólo la muerte espiritual del alma, sino también la de cualquier cultura viva”.

Pero el desprecio por la verdad, la cobardía de defenderla o el conformismo de hacer lo que la mayoría cree, nos lleva a reproducir el drama de la autoridad romana Poncio Pilatos, quien sabiendo que Cristo –la Verdad– era inocente, dejó la decisión a la mayoría vociferante, que escoge liberar al criminal y revolucionario, Barrabás por abrumador consenso del ambiente. Por tal motivo, “el drama de Pilatos resurge siempre contemporáneo. El hombre se ve continuamente tentado por el escepticismo relativista de creer que cada cual tiene “su” verdad. Y si cae en esa tentación, termina fatalmente sin el coraje necesario para contrariar a los poderosos, incluidos esos temibles tiranos que son la masa y el ambiente mayoritario que a cada cual lo rodea. Desafiar lo anterior requiere estar convencido de que hay una verdad, al servicio de la cual vale la pena –y es exigible– sacrificarlo todo” (Jaime Guzmán Errázuriz, 1987, La Tercera)

A esta postura se suma la de Václav Havel, el último Presidente de Checoslovaquia, y el primero de la República Checa que se opuso tenazmente a la invasión por parte de los soviéticos (1968) a su amada Patria, quien emplazó a las personas con principios a comprometerse con una causa.

No es verdad que una persona con principios no pueda pertenecer a la política; es suficiente que sus principios sean imbuidos de paciencia, deliberación, un sentido de proporción y la comprensión de los demás. No es verdad que sólo los escépticos insensibles, los vanidosos, los atrevidos y los vulgares puedan tener éxito en la política. Es cierto que tales personajes se sienten atraídos a la política, pero, al fin y al cabo, el decoro y el buen gusto siempre tendrán mayor peso”. (Václav Havel, 1993, Summer Meditations)

Por tales motivos las nuevas generaciones de jóvenes cristianos y servidores públicos con principios sólidos, deben dedicarse (Gonzalo Rojas, 2008, Textos Fundamentales para una Sociedad Libre y Responsable) y considerar participar, comprometida y responsablemente en la Politeia de la Res Pública, libre del conformismo relativista imperante. Sin claudicaciones e iluminando tal actividad, por amor a Dios a su Patria, desde una inspiración auténticamente cristiana: libre, veraz, y coherente.