Ad portas

Max Silva Abbott | Sección: Familia, Sociedad

Y por fin nos llegó la hora: Chile está ad portas de convertirse en un país envejecido. Así lo señala un reciente estudio del INE, que no hace más que confirmar lo que ya muchos advierten desde hace décadas: nuestra población ha pasado de ser joven a la llamada “transición demográfica”, lo que la hará senil en 2050, como ya ocurre en Europa Occidental y Japón, por ejemplo.

En efecto, según los datos aportados, si en 1950 uno de cada tres chilenos era menor de quince años, en 2050 serán sólo el 16,6%, mientras que los mayores de 80, pasarán desde el 0,5% al 4,2% en el mismo período. Por eso se estima que para 2025 habrá igual cantidad de adultos mayores (65 años) que menores de 15, con lo cual la proporción entre población activa y dependiente cambiará drásticamente, como lo está haciendo ya, de tal modo que existirán más sujetos que mantener y menos que produzcan para hacerlo.

Como siempre, este dato inspira muchos comentarios: que debe existir una mayor tolerancia con los adultos mayores para mejorar su calidad de vida, o que el sistema de pensiones, de salud y de productividad deben ser revisados. Sin embargo, lo que llama profundamente la atención es que nadie “le ponga el cascabel al gato”, como se dice. En efecto: muchos tratan este dato como algo curioso, casi pintoresco, considerándolo poco menos que transitorio y normal. Parecen no darse cuenta que si bien los desafíos que señalan son reales e importantes, palidecen respecto del real y dramático problema que significa este proceso que estamos viviendo de manera mucho más rápida que los países del Primer Mundo: la patética, sostenida y hasta ahora, irreversible baja de la natalidad.

En realidad, suele señalarse que estamos superpoblados (lo que en el caso de Chile es francamente ridículo), sin darnos cuenta que si la población mundial crece, es no tanto debido a nuevos nacimientos, sino al alargamiento notable de las expectativas de vida, lo que hace que muchas personas “ocupen” el planeta más tiempo. Sin embargo, como resulta obvio, tarde o temprano morirán, con lo que esta supuesta “superpoblación” se desinflará como un globo en pocas décadas, no existiendo, por desgracia, la necesaria población de reemplazo, indispensable para que una cultura perviva.

A fin de cuentas, los países y las culturas las formamos nosotros, las personas, mortales por naturaleza. Es por eso que para que cualquier sociedad subsista, se requieren familias (familias de verdad: hombre, mujer, hijos, no los pseudoconceptos que muchos pretenden imponer hoy), sencillamente, por un asunto de supervivencia: necesitamos más niños.

Y es esto, precisamente lo que se echa en falta: que ante el sombrío panorama que se vislumbra, no se refuerce a la familia como institución, no sólo necesaria, sino además natural e insustituible.