A 20 años de Ex Corde Ecclesiae

Ignacio Sánchez Díaz | Sección: Educación, Religión, Sociedad

Nacida del corazón de la Iglesia, la Universidad Católica se inserta en el curso de la tradición que se remonta al origen mismo de la universidad como institución, y se ha revelado siempre como un centro incomparable de creatividad y de irradiación del saber para el bien de la humanidad”. Con estas palabras comienza la Constitución Apostólica de SS Juan Pablo II sobre las universidades católicas, que ya cumple 20 años desde su difusión. Puntualiza este documento que nuestra época tiene necesidad urgente de esta forma de servicio desinteresado, el de “proclamar el sentido de la verdad”, valor fundamental sin el cual desaparecen la libertad, la justicia y la dignidad del hombre. Este debería ser el papel de todo proyecto universitario, pero una universidad católica debe tomar el desafío en forma prioritaria, ya que su inspiración cristiana le plantea la obligación de valorar las conquistas de la ciencia y de la tecnología en la perspectiva global del ser humano. De esta forma, las universidades católicas deben tener una continua renovación “tanto por el hecho de ser universidad como por el hecho de ser católica” y hacer una realidad el deseo de Ex Corde Ecclesiae que en la universidad hay que “aprender a razonar con rigor, para obrar con rectitud y para servir mejor a la sociedad”.

Al conmemorar hoy el Día del Sagrado Corazón —nuestro patrono—, la Pontificia Universidad Católica de Chile celebra los 122 años desde su fundación en el corazón de la Iglesia, para servicio del país. Nuestra misión y compromiso se iluminan por Ex Corde Ecclesiae. Los lineamientos generales de nuestro Plan de Desarrollo para el período 2010-2015 apuntan a progresar en lo que hemos denominado nuestros focos estratégicos: seguir destinando gran parte del trabajo a promover la excelencia en la generación de nuevo conocimiento y en la formación de personas, fortalecer nuestra identidad católica, potenciar al cuerpo académico, aumentar el ingreso de los mejores alumnos de distintos sectores de la sociedad, acrecentar la internacionalización y nuestro servicio a la sociedad. Todo lo anterior deberá ser realizado perfeccionando nuestra convivencia, con el fin de desarrollar una auténtica comunidad cristiana.

Por su misión fundacional, la universidad católica se constituye en un aporte vital a la Iglesia para su misión de evangelización, por medio de “la investigación realizada a la luz del mensaje cristiano, de los nuevos descubrimientos al servicio de las personas y de la sociedad; la formación dada en un contexto de fe, que prepara personas capaces de tener un juicio racional y crítico y conscientes de la dignidad trascendental de la persona humana”. Las universidades católicas deben realizar todos los esfuerzos necesarios para poder formar una comunidad auténticamente humana “animada en el espíritu de Cristo”, lo que le da a la institución su carácter distintivo. Como resultado de este trabajo, la comunidad universitaria se anima por un “espíritu de libertad y de caridad”, que se caracteriza por el respeto recíproco, el diálogo constante y los derechos de cada uno de sus miembros.

En su visita a Chile el año pasado, monseñor Jean-Louis Bruguès, secretario de la Congregación para la Educación Católica de la Santa Sede, manifestó la idea de proceder a “una actualización de este texto fundamental, por lo que les pido colaboración, ideas y propuestas concretas”, ya que esta carta “debía ser renovada con el análisis y aporte de todos los miembros de la comunidad de las universidades”. Ello debe hacerse, especialmente iluminado por la nueva relación de la universidad con la sociedad, a la cual hay que aportar soluciones para los problemas más acuciantes que la afligen en los diferentes ámbitos de su quehacer.

En la UC queremos entregar lo que se investiga y enseña en nuestras aulas al servicio de la sociedad. En este nuevo aniversario, nuestra universidad liderará un amplio análisis sobre los nuevos aportes que las universidades católicas deben entregar a nuestro país, por lo que el llamado de la Iglesia —por medio de monseñor Bruguès— lo aceptamos como un nuevo desafío y como un estímulo para dar lo mejor de nuestro trabajo a Chile y a la Iglesia.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio.