Saber y educación
Leonardo Bruna Rodríguez | Sección: Educación
Es un hecho indiscutido la mala calidad de la educación escolar. Para analizar y juzgar con cierto rigor habría que precisar, en primer lugar, si nos referimos a la formación de los niños en orden al conocimiento de la verdad natural sobre el hombre y el mundo, a la virtud moral, a la formación religiosa, al saber de las ciencias (del lenguaje, matemáticas, naturales, históricas, etc.) o al saber práctico (arte, técnica). Y no es lo mismo, porque la formalidad de estos saberes, y las consiguientes exigencias pedagógicas, son distintas. Por otra parte, también sería necesario distinguir lo que sucede en la educación de prebásica, primero, segundo ciclo básico y media, pues el desarrollo cognitivo y la diversidad moral y psico-física de los alumnos en estos niveles es distinta y determinante del modo de aproximación y de las exigencias pedagógicas en cada uno de ellos. Quisiera aportar un elemento para pensar las dificultades en relación a la formación de alumnos de básica, y en el ámbito de las ciencias, pues aquí hemos constatado nuevamente los malos resultados educativos. Se trata de la necesidad de que el profesor posea verdadero saber de aquello que enseña.
Es muy importante y necesario pensar este tema situado en la conciencia de una verdad absolutamente fundamental en educación, el natural deseo que hay en todo hombre de saber y la notable salud intelectual o sentido común de los niños. Con el paso de los años, y dependiendo de la vida moral de las personas y de lo recibido en términos de cultura, esta inclinación natural se ordena y potencia o, trastornada por las distintas formas de curiosidad, se desordena y debilita. Pero en los niños, pienso particularmente en primer ciclo básico, este deseo de saber está vivo y anhelante de ser satisfecho. En este sentido, uno de los objetivos fundamentales en la educación de la familia y colegio, en estos años cruciales de formación, es mantener vivo este deseo de saber, evitar su trágica muerte acontecida por varias causas, entre las cuales, me atrevo a decir, están el relativismo según el cual, en el fondo, no hay verdad. Por otra parte, la respuesta insuficiente, tonta en muchos casos, a la pregunta del niño que siempre es seria porque busca las causas, originada en el prejuicio psicologista de que, en esos años, la actividad cognoscitiva de los niños no es conceptual sino sólo concreta y, por tanto, la formación debería realizarse principalmente en términos de imágenes y aproximaciones sensibles y no de conceptos. Y es verdad que en esta etapa son muy concretos y es muy importante la imagen, pero también lo es que piensan y que la imagen debe ordenarse a la intelección o formación de conceptos.
Pero, y en relación al objeto del escrito, también es causa de la muerte del amor por el saber en el niño, con las consiguientes consecuencias en su vida de estudiante, la falta de verdadero saber en el profesor que le enseña, el cual, ciertamente sin quererlo, produce en el niño el efecto de la vacuna. En efecto, así como inyectando una pequeñísima dosis de un virus en una persona sana, por la reacción de rechazo del cuerpo, se logra que la persona quede inmune al virus, así, un profesor que hace clases sin propiamente saber, entrega algo tan mediocre que, causando el interior rechazo del niño por aparecerle desproporcionado respecto de lo que en el fondo de su ser anhela, logra que al alumno ya no le interese lo que se le enseña porque, en el fondo, no aprende.
“Propiamente enseña quien tiene ciencia de aquello que enseña”, dice Aristóteles. Porque enseñar no es meramente entregar información, datos sin conexión sobre algo, sino ayudar al alumno a entender, desde los principios, la verdad de las cosas. Por ejemplo, saber matemáticas no es sólo manejar una mecánica resolutiva de problemas sin saber por qué, sino conocer los principios matemáticos desde los cuales pensar matemáticamente y resolver problemas. Enseñar historia no es simplemente entregar información sobre fechas y acontecimientos, sino ayudar al alumno a entender el sentido de los hechos dentro de una visión unitaria y coherente sobre el curso de la historia. En verdad, no hay saber, propiamente, sin poder entender los contenidos de una asignatura como integrados y hechos inteligibles desde unos principios y causas. Enseñadas así las ciencias se produce aquello sin lo cual no puede haber verdadero aprendizaje, la admiración y el amor por la verdad que resplandece en la palabra del profesor.
Ahora bien, para que un profesor enseñe debe saber, haber estudiado, de tal manera en serio, que haya logrado una visión unitaria y coherente de unos contenidos desde sus principios, pues saber, tener ciencia de algo, es poseer un conocimiento sistemático y ordenado de aquello por sus causas. Y cuando un alumno está al frente de un profesor que no sabe, naturalmente se da cuenta de que eso que le presenta no es relevante porque no satisface su hondo deseo de saber, se desencanta y pierde todo interés. Quedó vacunado respecto de su amor y búsqueda de la verdad de aquello que se le pretende enseñar.
Y ¿cuál es la causa de un hecho tan lamentable? En nuestros tiempos se ha perdido la conciencia del valor del saber buscado por sí mismo, el conocimiento es valioso sólo en la medida que sirve para algo práctico. La primacía de la praxis propia del activismo actual, cerrado a la contemplación de la verdad como lo más propio y perfeccionante del hombre, despreciando la finalidad sapiencial de la vida humana, reduce el conocimiento humano sólo al práctico. La consecuencia en pedagogía es que la educación, en el ámbito que estamos considerando, se ordena sólo al conocimiento práctico, que es verdadero conocimiento pero no saber. Si el único fin es proporcionar los datos o información suficiente, no para saber, sino sólo para hacer (contestar bien evaluaciones, resolver problemas, aprobar cursos, obtener puntaje suficiente para entra en la universidad, y luego producir bien, etc.), entonces la pedagogía se convierte en técnica, la formación del profesor se ordena a una didáctica, muy centrada en el método, que no requiere saber. Sería interesante evaluar, en las escuelas de pedagogía, la proporción existente entre la cantidad de ramos metodológico-psicológicos y la de asignaturas en las que se enseña propiamente las ciencias.
Luego, en la clase, el niño se encuentra con una enorme cantidad de información, dispersa, entregada sin unidad ni sentido inteligible, que debe retener sin saber muy bien por qué. Cuando pregunta, y un niño lo hace en serio –porque pide el sentido, la relación de una cosa con otra, los principios y causas– y no recibe respuesta adecuada, se da cuenta de que el profesor no sabe, y este deja de ser autoridad para él. La clase ya no es el lugar del encuentro con la verdad, es realmente una lata porque no se aprende de verdad.
Entonces comienza el círculo vicioso, ante los bajos resultados obtenidos los expertos consideran que la cosa no va bien porque todavía falta método, progresivamente se hipertrofia el método minimizando el saber en la formación de profesores, y los niños, recibiendo cada vez menos aquello que según su naturaleza esperan, desprecian la clase que, convertida en un formalismo pedagógico, es una actividad latosa sin vida intelectiva de verdad. Muere progresivamente en ellos su amor por la verdad.
Ciertamente, no se trata de negar el valor y la utilidad del conocimiento práctico, que ciertamente lo tiene, y en gran medida, sino de evitar la reducción del conocimiento humano a este, desechando el saber por el saber, que es en el fondo el amor por la verdad. Tampoco debe eliminarse la metodología que tiene su lugar en la formación pedagógica, sino poner el énfasis en la adquisición de verdadero saber. Y es muy importante, porque sin amor por la verdad un niño no tiene motivación profunda para estudiar en serio, porque si se trata sólo de resolver problemas u obtener calificaciones para pasar de curso, entonces lo suyo será aprender de memoria (memoria sensible, distinta de la intelectual) lo justo y necesario para conseguir el fin. Y en la formación de profesores de básica, sino estudian de verdad lenguaje, matemáticas, ciencias e historia, entonces necesitarán cada vez más de un método para poder hacer clases sin propiamente saber.
En el fondo, nada bueno se puede esperar obrando al margen o en contra del orden de la naturaleza. Y en educación esto significa que no se puede esperar, razonablemente, que un niño de verdad aprenda en un sistema educativo reducido a técnica o metodología y vacío de saber.




