Reflexiones sobre la Iglesia hoy

Leonardo Bruna Rodríguez | Sección: Religión

En relación a las faltas morales de algunos sacerdotes y obispos, que hoy lamentamos, qué decir como católico, hijo de la Iglesia. Es verdad que los enemigos de Cristo y de su Iglesia, que los habrá hasta la consumación de la historia en el reinado de Cristo, aprovechan muy bien lo sucedido para hacerle el mayor daño posible, destruirla derribando al Papa si fuera posible. Pero también es verdad que los hechos, los  comprobados y reconocidos, son reales, escándalos tremendos que entristecen grandemente el Corazón de Cristo, ocultan la santidad de la Iglesia y producen grave daño, incluso la pérdida, en la fe de muchos. En este sentido, el mismo Santo Padre parece mucho más consciente de la gravedad del mal causado desde dentro, que aquellos que acusan la persecución y el ataque. Dice, con toda verdad y humildad, que con nuestros pecados hemos herido el Cuerpo de Cristo, su Iglesia, nuestra Madre. Pero no sólo algunos sacerdotes y Obispos, también muchos fieles laicos pecamos mucho, ofendemos y despreciamos el amor de nuestro Padre y hacemos daño en la Iglesia; en lugar de atraer a los hombres al Corazón de Cristo, presente en su Iglesia, a veces nuestra vida mundana lo dificulta. Como señala el Papa, todos debemos orar y hacer penitencia, convertirnos de verdad al Señor.

Por otra parte, parece especialmente urgente en nuestro tiempo, en que el naturalismo y el deseo a ultranza de estar bien con el mundo logra borrar lo específicamente cristiano, pedir particularmente al Señor por los Obispos, sucesores de los Apóstoles, Pastores y Vigías que deben conducir y proteger la porción del Pueblo de Dios que les ha sido encomendada. Orar para que tengan la claridad y valentía de proclamar la verdad, no sólo natural, diríamos humano-moral, sino también sobrenatural, el Misterio revelado sobre Dios y su designio de vida divina para el hombre, vida que trasciende este mundo y que posibilita, al mismo tiempo, vivir perfectamente lo humano en todas sus dimensiones. No sólo el clero, también los fieles laicos, cuando desvinculamos nuestra vida del Misterio y de la Gracia para vivir nada más que de moralismos y de los principios del mundo, estamos en grave riesgo de perdernos en el error y en la decadencia moral.

Existen falsos pastores, lobos disfrazados de ovejas, que corrompen al Pueblo de Dios, no sólo en cuestiones morales, sino también en algo que, bien visto, es más grave aún: la deformación de la misma fe católica y la confusión respecto de la enseñanza oficial del Magisterio de la Iglesia. Se trata de sacerdotes y profesores, supuestamente católicos, que hacen mucho daño presentando, como si fuese doctrina católica, lo que no es más que sus propias ideologías u opiniones. Los fieles laicos tenemos derecho y debemos pedir que nuestros Obispos con su palabra clara, inequívoca, descubran y condenen el error y usen de su legítima autoridad para corregir a tiempo y sancionar a los que corrompen a sus rebaños en la fe y en la moral. Los fieles laicos necesitan esta luz potente para no perderse, el testimonio de sus Pastores que dispuestos a padecer, fieles sólo a Cristo y libres del mundo, dan la vida por sus ovejas.

A pesar de nuestros pecados, de sus hijos, la Iglesia es santa, pues no es sólo humana en cuanto formada por hombres, sino también divina. Divino es su Fundador, Esposo y Cabeza, Jesucristo; la anima el Espíritu Santo que es el mismo Amor divino subsistente; por sus venas, que son los sacramentos, corre la gracia santificante, vida divina participada que santifica a sus fieles; forman parte suya ángeles y santos que ya gozan de Dios en el Cielo, también muchos santos y fieles de Cristo (consagrados y laicos) que viven en la tierra haciendo la voluntad de Dios y transformando silenciosamente el mundo en Reino de Dios. Ciertamente, estos son mucho más de lo que parece, pero no tienen cobertura en los medios porque el Príncipe de este mundo se encarga de que no se vea el bien (particularmente el sobrenatural), sino el mal, para que nos entristezcamos y desesperemos.

La Iglesia sigue siendo, y lo será hasta el fin de los tiempos, el Arca de la salvación, pues en ella está la Verdad revelada y la Gracia de Dios por la que podemos, en Cristo, vencer el pecado, ser santos y llegar al Cielo. A pesar de la indignidad personal de muchos, obispos, sacerdotes y laicos, el Depósito de la Fe, la verdad salvífica revelada por Dios, permanece la misma desde el tiempo de los Apóstoles hasta nuestros días; los sacramentos comunican la gracia, independientemente de la cualidad moral del ministro, y siguen existiendo santos que testimonian en nuestro tiempo la verdad de Cristo, de su amor y redención.