Las escuelas de pedagogía: un tema pendiente en la senda por la calidad educacional

Germán Gómez Veas | Sección: Educación, Sociedad

Hace unos días el Decano de la Facultad de Educación de la UC publicó el artículo “En la hora de los profesores” en El Mercurio. En el escrito reflexionaba entorno al desafío de mejorar la formación docente, pues ahí estaría el principal nudo a la hora de mejorar la calidad educacional escolar. Recordando un dato evidente para muchos, a saber, que numerosos estudiantes de pedagogía han ingresado a cursar sus carreras como descarte o por ver en ello una oportunidad de obtener un título, pero pocas veces por vocación, el Decano apuntó a que se refuerce aquello que permita una postulación de los más capaces y que se generen mejores condiciones en la inserción laboral. Coincidiendo con el fondo de lo planteado, me parece conveniente poner al mismo tiempo un especial acento a lo que ocurre en las propias escuelas de pedagogía.

En efecto, parece que entre los diversos actores relevantes existe acuerdo en establecer condiciones de remuneración mejor que las actuales, basadas en el desempeño, e implantar evaluaciones que certifiquen a los profesores recién titulados. Faltaría generar incentivos para que ingresen a los centros de estudios pedagógicos los estudiantes sobresalientes. Estas preocupaciones en orden a mejorar la calidad educacional escolar parecen estar bien focalizadas.

Sin embargo, lo que no hemos visto es un acuerdo amplio en torno a una profunda reformulación de las pedagogías y también en relación a las escuelas en que estas disciplinas se imparten.

Respecto a lo primero, por ahora basta señalar que es evidente fortalecer la orientación específica de cada pedagogía, exigiendo el amplio dominio en cada disciplina, es decir, que el profesor de matemática egrese manejando con soltura, destreza e imaginación esa asignatura, o que los pedagogos de inglés, lenguaje o ciencias, sobresalgan del mismo modo en el manejo de los contenidos propios de cada una de esas áreas. En relación a lo segundo, me parece conveniente advertir que la deficitaria preparación –en contenidos y habilidades– con que están ingresando a ejercer la labor docente muchos jóvenes universitarios, encuentra una explicación también en la visión corporativa de los institutos pedagógicos: en sus armazones organizacionales y en sus docentes. ¿Cuántos de los numerosos centros de formación pedagógica pueden evidenciar que conforman organizaciones excelentes, integrados por profesionales sobresalientes y dotados de una plataforma que les permita brindar una formación de primer nivel? ¿En cuántos de esos centros de estudios existen atractivas condiciones laborales que convoquen y retengan a profesionales de excepción para que se dediquen a formar profesores de calidad? Y si consideramos un factor externo a las escuelas pedagógicas, pero que incide determinantemente en sus calidades, a saber, la acreditación, observamos un sistema débil. ¿Quién podría afirmar que los criterios para acreditar las carreras de educación son rigurosos y promotores de excelencia?

En la perspectiva que hemos presentado, el propósito por mejorar la calidad de la educación debe abordar con acuciosidad el ámbito universitario dedicado a la oferta de pedagogías y estudios de posgrado en educación, pues en ese ámbito hay mucho por hacer.