Fátima para el siglo XXI… y más alla

Alfa y Omega | Sección: Religión, Sociedad

Para algunos, Fátima pertenece a un tiempo que consideran acabado. Les resultan fuera de lugar las muchedumbres que encienden velas, rezan el Rosario o se arrodillan con confianza ante una imagen de la Virgen. Otros la asocian a especulaciones apocalípticas que siembran inquietud entre los fieles. Como las apariciones se dirigían a niños, no falta quien sostiene que todo se debe a una confusión de mentes inocentes, acaso manipuladas. Pero quien minusvalore las apariciones a niños, corre el riesgo de no apreciar un amor de ternura, el mismo que encontramos en el Dios de Israel, en los libros proféticos, profundamente conmovido por las desgracias de su pueblo; el mismo que hace conmoverse a Jesús ante las multitudes hambrientas o ante la viuda de Naím. Fátima nos enseña a ser más humanos, a vivir la solidaridad moral y material con todos los hombres. Es comprensible, porque la portadora del mensaje es una madre.

El mérito de Lucía, Jacinta y Francisco no consistió en haber sido agraciados con una aparición celestial, sino en aceptar un mensaje de oración, penitencia y llamada a la conversión. Fue una provocación, en el ambiente social y político enrarecido de la época, que unos pastorcitos dijeran que habían visto a la Virgen. Mas no eran los niños los encargados de hacer una teología de Fátima: dicha lectura teológica corresponde a la Iglesia, y en buena parte está todavía por hacer, aunque Juan Pablo II, tan devoto de la Virgen aparecida en Portugal, abrió un camino a seguir.

En realidad, Fátima sólo se entiende y aprecia desde la fe que se revela a los sencillos, y no a los sabios y entendidos, algo difícil de aceptar en un mundo en el que todo parece estar encaminado a forjar indi viduos autosuficientes, lo que no siempre es sinónimo de adultos y maduros… Pero aquel ignorado rincón de Portugal sirvió, sobre todo, para recordar que Dios no se ha desentendido de la historia de los hombres, que un dios supuesto gran arquitecto del universo nada tiene que ver con el Dios hecho semejante a los hombres y que, al igual que ellos, tiene una madre.

Fátima no es un conjunto de emociones tranquilizadoras que llevan al cristiano a encerrarse en sí mismo. En 1917, surgió como un mensaje de esperanza frente a la fatalidad y banalidad del mal, representado entonces por las emergentes ideologías totalitarias, pero además fue una llamada de atención a esa visión del mundo impregnada de positivismo, cientificismo y otros ismos, que cree ciegamente en la razón humana para construir sociedades perfectas. No era sólo un mensaje para el Portugal de la Primera República, inmerso en una trágica inestabilidad del Estado, ni para la Europa de la Gran Guerra, en la que los hijos de Portugal morían en los campos de Flandes y en la que se asistió con estupor al triunfo de la revolución bolchevique, cuyo ejemplo también haría correr la sangre, poco después, en tierras lusas. ¿Sigue siendo válido el mensaje en el Portugal de hoy, en el que una determinada idea de Europa ha sido más un instrumento de desarraigos y frustraciones que de esperanzas? Es un mensaje para todos los tiempos, incluidos los actuales, cuando muchos cristianos se resignan o entristecen ante una marea social y política que pretende anegar cualquier presencia externa del cristianismo, que intenta recluir su semilla en un invernadero donde languidezca poco a poco.

Un mensaje de conversión

Fátima también nos enseña que el mal no se vence con el mero triunfo de unas ideologías sobre otras. Nos llama a una conversión personal, con oración y penitencia. Recordaba sor Lucía que difícilmente se salva alguien si no reza. Y no cabe duda de que el Rosario era una forma accesible de oración para los niños testigos de las apariciones.

Rezar ayuda a cambiar el propio corazón, lo que, a su vez, ayuda a cambiar el mundo. En esta época de profusión de cumbres internacionales, nos forjamos a menudo la creencia de que su mera celebración cambia el mundo, aunque no necesariamente, pues es frecuente que, tras las victorias, caiga la noche de la decepción. En realidad, el mundo se cambia desde dentro, del mismo modo que la levadura fermenta la masa.

El mensaje de Fátima, otra manifestación concreta del amor eterno de Dios, no ha quedado desfasado en un tiempo en el que muchos piensan que Dios se ha eclipsado. Otros proclaman, más con los hechos que con los discursos, que Dios no tiene futuro. Piensan acaso que esa idea engrandece al ser humano, elevado a la categoría de ángel, aunque no empleen esta palabra. Pascal podría recordarles que quien quiere hacer de ángel, termina haciendo de bestia…

Frente a ello, el cardenal José Policarpo, Patriarca de Lisboa, recordaba hace algunos años que el futuro se llama Cristo, un rostro de hombre, cercano al hombre. Es precisamente ese amor de Cristo lo que Fátima nos transmite.