Evangelizar, no reemplazar a los laicos
Mons. Luigi Negri | Sección: Religión, Sociedad
Por supuesto que no se puede superar la sorpresa de ver los medios de comunicación social, sea los de prensa, sea los televisivos, llenos de un tiempo a esta parte de intervenciones de laicos y laicistas que dictan cátedra sobre la fe, sobre la religión, sobre Jesucristo –del cual a veces derechamente se duda de su existencia histórica–, sobre la Iglesia, con la preocupación explícita de enseñar a los cristianos cual sea verdaderamente el mensaje de Cristo y cuál sea la verdadera Iglesia. Por ejemplo, evidentemente, la Iglesia del amor y no de la verdad, la Iglesia abierta a compartir los problemas de la humanidad y no dedicada a la defensa a ultranza de una visión ya decididamente superada.
Al mismo tiempo admira ver que en los mismos medios de comunicación social hay una presencia eclesial y eclesiástica, ciertamente menos consistente numéricamente (la condición eclesiástica desde el punto de vista de los medios de comunicación social, es una milicia de los pobres) que habla un lenguaje políticamente correcto e intachable para los medios de comunicación masiva
Los laicistas hablan de Dios, de Cristo y de la Iglesia; los eclesiásticos, de todos los niveles, en cambio, llenan sus intervenciones con su preocupación sobre la cohesión social, o sobre la unidad nacional que hay o que debiera ser más fuerte, sobre el hecho de que la sociedad italiana está llamada en este momento a una nueva capacidad de unidad, que se debe caminar hacia la búsqueda del diálogo ecuménico e interreligioso, buscando los puntos que acerquen y no que alejen posiciones.
No faltan, por supuesto, observaciones sobre el hecho de que es necesario dar un cierto espacio al islam moderado, opinando si es justo o no, por ejemplo, que en nuestras ciudades surjan mezquitas y minaretes. Todo esto, cada vez más a menudo, bajo el paragua del inquilino de la Colina más alta.
Nuestro Presidente de la República tiene su identidad y realiza su tarea y su función de un modo que es sustancialmente muy correcto. Quizá algunas de sus elecciones deberían resultar insensibles para una conciencia auténticamente católica, como su rechazo a firmar el decreto que habría salvado a Eluana Englaro.
Así extrañado, porque de eso se trata, quiero observar que cuando la realidad eclesial y eclesiástica se atribuye la tarea de proponer análisis de carácter cultural, social y político corre el riesgo de desbordar su función específica de guía de la comunidad eclesial. El clero debe anunciar a Jesucristo, y la totalidad de su misterio de un modo, yo diría, tendencialmente exclusivo. Luego, debería derivar de esta predicación, a nivel cultural, social y político, aquel conjunto de valores que Benedicto XVI ha felizmente definido como los valores no negociables y que son el corazón de la Doctrina Social de la Iglesia. Esta predica y esta enseñanza social constituyen el verdadero camino por el que los laicos, recorriéndolo, pueden asumir su competencia específica que consiste en formular los análisis socio-culturales y socio-políticos que permitirán, luego, intentar realizar las obras y eventos de carácter socio-políticos, que resultarán aun mejor si se consiguen en diálogo con todos los hombres de buena voluntad.
Hoy por hoy, la autoridad eclesial corre el riesgo de expropiar a los laicos la responsabilidad misional que ellos tienen. Quizá vale la pena que nosotros los eclesiásticos recordemos mejor que la participación en el sacerdocio profético y real de Cristo es la vida del pueblo cristiano, que, educado por sus pastores, vive cada día el impulso de la misión: impulso misionero que se caracteriza como compromiso cultural y compromiso caritativo.
Si somos nosotros [los eclesiásticos] los que nos transformamos en los propagadores de los análisis, aunque sean legítimos y correctos, podemos, primero, poner un elemento de división dentro de la comunidad cristiana, porque, sobre las opiniones culturales, sociales y políticas no sólo es legítima, sino que también puede ser positiva la variedad de opciones. Muchas veces ocurre que algunos laicos se retiran de la Iglesia porque no comparten los análisis particulares que, propuestos por el clero, tienden a cobrar una autoridad indebida.
Por otra parte, como ya temía el entonces Cardenal Ratzinger en su extraordinario Informe sobre la fe, hoy más que nunca, estamos asistiendo, quizá, a una clericalización de los laicos y a una laicización del clero. Muchos laicos, que a lo mejor gozan de los ministerios en los que han sido ordenados (los cuales, por otra parte, son una gran riqueza para la vida de la Iglesia), sirven el altar participando de un modo piadoso, decoroso y cuidadoso en las celebraciones eucarísticas, pero después en la vida concreta de la sociedad, en la que debería nacer el impacto entre la fe y el mundo, parecieran estar ausentes.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Studi cattolici (No. 588).




