El testamento de Gonzalo Vial

Crónica de La Segunda | Sección: Historia

Hace casi treinta años que comencé a publicar mi Historia de Chile 1891-1973. No obstante sus cinco volúmenes ya aparecidos, no he avanzado en el plan original más allá de 1938, y mi edad y otras circunstancias me hacen sospechar que no la completaré…”.

Dramático resulta leer el prólogo de «Chile: Cinco siglos de historia», el libro póstumo de Gonzalo Vial. Fechadas en octubre de 2009, el mes de su muerte, en esas páginas el historiador y columnista de La Segunda explica a sus lectores cómo, ante la evidencia de que no lograría completar su obra magna —aquel texto en que se había abocado a estudiar la ruptura de los consensos y las crisis del siglo XX—, resolvió dedicar sus últimos esfuerzos a una tarea sólo relativamente menos ambiciosa: una historia de Chile «breve» (contenida en dos volúmenes y con un total de 1.478 páginas), que abarca desde la Conquista hasta el régimen militar y los gobiernos concertacionistas… aunque no sin advertir que el abordaje de estos dos últimos períodos tendría un carácter esencialmente provisorio, dada la cercanía de los hechos narrados con nuestros días.

Siendo Gonzalo Vial el autor, difícilmente podía limitarse a hacer una simple enumeración de sucesos. Al contrario, el texto se estructura a partir de uno de sus planteamientos fundamentales, la idea del consenso o proyecto alrededor del cual se unifican y canalizan las fuerzas de un país. Al respecto, identifica seis sucesivos consensos que han marcado la Historia de Chile: el imperial de los Austria (en los inicios del Reino), el «ilustrado» de los Borbón, el autoritario de los grandes decenios, el oligárquico, el mesocrático y el actual. Este último, un consenso incompleto, donde “los chilenos hemos consensuado un régimen económico y uno político. Pero no todavía un régimen social basado en una ética común. Carencia semejante amenaza de ruina al «consenso» tan laboriosa y dolorosamente alcanzado”.

Pero junto con explicar el sentido de la obra, el prólogo de Vial incluye también, en su párrafo final, una verdadera confesión, a través de palabras reveladoras del ánimo con que el autor enfrentaba sus últimos días:

Es triste pensar que, probablemente, mi período de fecundidad como historiador ha concluido. Pero habiendo durado sesenta años, no puedo extrañarme del hecho. Y hay una cierta satisfacción en saber que, ya no muy tarde, conoceré definitivamente la verdad del pasado histórico —al interior de la otra Verdad, la inimaginablemente dulce y total— que es el único objeto y acicate de la profesión que elegí”.

De la valentía y crueldad de los conquistadores, al resentimiento mestizo

A la espera de conocer esa verdad profunda que siempre buscó, los dos tomos de la obra postrera de Vial, junto con dar una visión sintética de la trayectoria del país, sintetizan también algunas de las ideas centrales que marcaron no sólo su trabajo como historiador, sino que también las innumerables polémicas en que participó como periodista de opinión y su accionar como hombre público, desde el aprecio por la herencia cultural hispana y la valoración de figuras como Portales, hasta su preocupación por la pobreza, la mala calidad de la educación y las políticas de planificación familiar.

Así queda claro al revisar algunas de las afirmaciones contenidas en el libro. Como cuando describe “el alma” de los conquistadores españoles, donde se mezclan una profunda catolicidad, veneración de la legalidad y valentía, con dosis de crueldad y aun vesania, satisfacción sádica con el sufrimiento ajeno, difíciles de entender bajo una mirada de hoy. También Vial se preocupa de valorar, no sin introducir una nota polémica, otro “precioso aporte peninsular”: el español o castellano, “el idioma que emplean los ‘Veinte poemas de amor y una canción desesperada’… no las jergas de términos pedantes que hoy los lingüistas iletrados e inintelegibles y los programas oficiales quieren que aprendan los niños chilenos, sino el catellano de Toledo, enriquecido bajo la pluma mestiza”.

Políticamente incorrecto, su descripción de los rasgos mapuches incluye virtudes como “un intelecto y espíritu de alto poder”, “la cualidad de resistir y sobrevivir” y “su violento, tenaz, hasta diríamos desordenado amor por la libertad…”, pero también habla de “el desdén masculino por el trabajo manual, el desmedrado estatus de la mujer, la inclinación a la violencia y la crueldad… el declive alcohólico”.

El propio proceso de mestizaje está lejos de ser idealizado por el autor. “No fue una unión pacífica entre español e india, sino, dijimos ya, una fuerza que ejerció el primero sobre la segunda”… “una desnuda dominancia masculina”… “ese daño inconmensurable e imborrable alimenta el lado secreto de la personalidad mestiza: el resentimiento”.

¿Qué han recibido de nosotros?

La problemática indígena está en realidad presente a lo largo de todo el libro, incluyendo una crítica visión de la «pacificación» del siglo XIX, para concluir en el capítulo final con un escéptico balance de las políticas seguidas en las últimas décadas y unir este tema con el de la pobreza en general, en una conclusión desgarradora:

Eran «incivilizados» —dice, refiriéndose a los mapuches— pero prósperos y satisfechos con la ancestral forma de vida y cultura que llevaban, como cuentan sus crónicas. ¿Qué han recibido en cambio de nosotros?

La verdad es que ni éstos, lo mapuches, ni los pobres chilenos en general, han recibido nada. Esa es la fractura social que cierra nuestro camino como pueblo y país. Y de ella, en las páginas que preceden, sólo hemos examinado los elementos materiales y culturales: las fallas abismantes en el ingreso, el trabajo, la vivienda, la salud, la educación, el hogar estable como motor de progreso y prenda de auténtica felicidad… Pero solucionar todo esto es insuficiente, si nos falta el espíritu, si no tenemos una razón para que a los privilegiados chilenos nos importen los desposeídos como si fuéramos nosotros mismos —y no ellos— los golpeados por la miseria y la injusticia. Los cristianos poseemos esa razón… ahora sólo nos falta obedecerla… «¡Los pobres no pueden esperar!». Pero muchísimos compatriotas no son cristianos, y la vertiente laica necesita su razón para también acometer, con nosotros, la tarea imperiosa, impostergable de soldar la fractura social. Pero debe ser una razón nueva, creo (aunque nadie me haya pedido el consejo). No la solemne filosofía de la historia marxista, derrumbada con el fraude de los socialismos reales. Ni la imposición «globalizada» de un género de vida uniforme, y uniformemente rastrero y materialista. Ni menos todavía el chato egoísmo posmoderno, sin otra ética que el «¡hago lo que quiero!»; el «ande yo caliente y ríase la gente»… la parranda perpetua, pisoteando todas las responsabilidades, todos los derechos y sentimientos que no sean las propias satisfacciones”.

Chile: Cinco Siglos De Historia

Autor: Gonzalo Vial Correa

Editorial: Zig-Zag