Cuestiones de niños

Max Silva Abbott | Sección: Familia, Sociedad, Vida

Mientras en el Reino Unido se está produciendo una polémica nada menor, con motivo de un anuncio televisivo que quiere emitirse en los próximos días en el que se publicitarán servicios abortivos [ver artículo relacionado “Polémica por anuncios publicitarios que invitan a abortar” en este mismo número de VivaChile] , en un sentido diametralmente opuesto, el Comité Nacional de Ética de Francia ha declarado que la maternidad no es objeto de alquiler, puesto que la gestación por cuenta ajena es contraria a la dignidad humana y puede causar secuelas emocionales en los hijos.

Situaciones como éstas arrancan de un aspecto que cada vez se presenta más ambiguo y nebuloso en muchas de nuestras sociedades: el estatuto del no nacido e incluso de los niños pequeños: ¿Son personas estos seres? De la respuesta que se dé a esta crucial cuestión –en buena medida, filosófica– dependen muchas cosas.

En efecto, pese a que se proclama a los cuatro vientos la igualdad de la raza humana, al parecer, algunos son más iguales que otros. Lo anterior, debido a que en las últimas décadas, y desde ciertas perspectivas, los menores han ido perdiendo parte importante de su estatuto de sujetos de derecho. O si se prefiere, su proceso de cosificación ha sido considerable.

Sólo un cambio tan asombroso de estatus jurídico explica la despenalización del aborto en muchos países, la autorización para la procreación artificial, la experimentación con embriones, la clonación, el vientre de alquiler, las nociones de “embarazo no deseado” y de “derechos sexuales y reproductivos”, la consideración por algunos sectores del embarazo como una enfermedad de transmisión sexual, la ideología de género, la ideología que pretende el control de los nacimientos por cualquier medio como remedio a una supuesta superpoblación, las facilidades cada vez mayores para la adopción de niños y finalmente, la eutanasia infantil, entre otros temas. En todos estos casos, el menor es visto casi como una mercancía, como un objeto que se puede comprar, vender, alquilar, crear o destruir a voluntad, e incluso como un peligro del que hay que defenderse a como dé lugar.

Y así estamos, de allá para acá, reconociéndole, quitándole o graduando su calidad de sujeto de derechos, en síntesis, de persona, como si tal calidad dependiera de nuestro capricho, de nuestras conveniencias, de nuestro estado de ánimo, o de simples mayorías o acuerdos volátiles como el viento.

El problema, como resulta obvio, es que lo anterior constituye, sencillamente, el predominio de los fuertes sobre los débiles, de los intereses de unos sobre la vida o bienestar de otros. Mas, lo que muchos olvidan es que el poder es de suyo expansivo, razón por la cual, este despojo de personalidad puede y de hecho se está extendiendo a otras categorías de seres humanos, como los enfermos mentales graves y algunos ancianos “inservibles” según los parámetros del mundo de hoy. ¿Hasta dónde llegaremos por este camino?