¿Culpable mientras no pruebe su inocencia?

José Luis Widow Lira | Sección: Sociedad

Hace algunas semanas venía entrando a una reunión a la que asistían unas veinte personas. Lo primero que escucho al entrar a la habitación en la que se desarrollaría la reunión –lo decía alguien en voz alta para que todos escucharan, mientras miraba la información en alguna página de Internet– es “se confirmó lo de Karadima”. Finalmente se trataba de información que provenía de un programa que había transmitido la noche anterior algún canal de televisión. El “tribunal” había hablado y la causa estaba terminada.

¿Qué tribunal? El tribunal de la opinión pública… ¿Y qué es la opinión pública?… La opinión que emiten los medios masivos de prensa que, siempre cuidadosos de ser “políticamente correctos”, velan siempre por ser lo más eficientes posibles en su negocio de vender “información” a una masa, en general, ignorante, veleidosa y superficial, que, por supuesto, termina haciendo suya la opinión que bebió de los medios y que la repite con tono solemne de hombre informado.

Por supuesto, esos mismos medios y las mismas personas que juegan con la honra de las personas pontifican, al mismo tiempo, sobre derechos inalienables, sobre respeto, sobre tolerancia y civilidad. Pero lo hacen en abstracto. Ante los casos concretos dejan el paso a un morbo difícil de explicar pero muy propio de la sociedad de masas donde la responsabilidad personal desaparece detrás del número anónimo.

En Chile tenemos el caso de no tan lejano de Jovino Novoa. En ese entonces, a cada vuelta de esquina se podía encontrar al que pontificaba sobre las pruebas definitivas que inculpaban a este político. Fueron pocos los que defendieron su inocencia, aun en privado.  En público no hubo casi nadie. Y el que se atrevió a hacerlo, recibió la mofa inmisericorde por haber dicho, quizá con algo de imprudencia, que estuvo hablando con su amigo muerto, como si tal cosa no pudiera hacerse. Los medios, y con ellos la gran masa de chilenos, gozaba morbosamente en ese momento con ver a una figura caída, mejor aun si era de derecha. Querían que fuera culpable y lo juzgaron culpable. El juicio fue implacable. ¡¡¡No ha demostrado su inocencia!!! ¡¡¡Entonces es culpable!!!

Hoy tenemos un nuevo caso. El del Padre Karadima. Está acusado de abusar de algunos jóvenes que asistían a su Parroquia. Son cuatro o cinco. Al lado de ellos hay muchos más que niegan de plano la posibilidad de que esas acusaciones sean ciertas. Pero ni hablar acerca de la posibilidad de dejar pasar la oportunidad de condenar a un sacerdote que además pasaba por santón y piadoso. Y si con eso se venden más diarios o se ganan algunos puntos de sintonía, ¡tanto mejor!

Por supuesto, no se trata de exculpar al Padre Karadima de un modo definitivo. Pero sí se trata de que, con la experiencia ganada con el caso de Novoa, en esta ocasión sí presupongamos inocencia. Eso significa, para las personas de carne y hueso, algo muy concreto: al escuchar que las acusaciones se dan por confirmadas, exigir la aplicación del principio: todos son inocentes mientras no se pruebe su culpabilidad. Por lo menos, se debe exigir lo suspensión del juicio. Y suspender el juicio implica también algo muy concreto: mantener la boca cerrada a la hora de juzgar.

Hay dos tribunales funcionando. El eclesiástico y el civil. Independientemente de las dudas que a más de alguno le puedan merecer estas cortes, igualmente mientras ellos no emitan su juicio debemos presuponer inocencia. No tenemos derecho a lo contrario.