Tríada

P. Raúl Hasbún | Sección: Religión

Cuando un ser humano busca lograr un objetivo (alimentarse, defenderse, construir, sanar) lo primero que hace es intentar una acción: hacer algo.

Muy pronto, ese ser humano tomará conciencia de sus límites y apelará a Otro que sabe y puede todo. Recurrirá a la oración.

Pero cuando, mediante la acción y la oración creía ya asegurada la meta de sus afanes, algo que no estaba en sus planes interfiere, desajusta lo obrado, derriba lo construido y se lleva personas y bienes entrañablemente amados. La acción y la oración ceden entonces el protagonismo a la pasión: el doloroso despojo de las seguridades y afectos que tanto costó edificar.

Esta tríada (conjunto de tres seres estrechamente vinculados entre sí) se constata en la vida de Jesús.

El Evangelio lo muestra actuando: predica, enseña, sana a los enfermos, multiplica el pan, recorre ciudades y aldeas, expulsa demonios. Es Hijo del Padre que siempre trabaja.

Y con ese Padre del cielo mantiene un diálogo ininterrumpido. Jesús está siempre orando, desde el alba hasta avanzada la noche. Nada hace sin orar. En la oración encuentra humanamente la luz para elegir a sus apóstoles y el poder para multiplicar el pan y resucitar a Lázaro. También ora por los que el Padre le ha encomendado, por Pedro para que confirme en la fe a sus hermanos, por sus verdugos para que el Padre no les tome en cuenta su pecado.

Pero llega el momento, su “hora”, en que todo lo obrado y construido parece desmoronarse. Discípulos suyos lo traicionan, lo niegan, lo abandonan. Es juzgado y condenado inicuamente, llevado al patíbulo como un criminal. Desde su agonía espiritual en Getsemaní permanece Jesús en estado de máxima impotencia: ojos vendados, manos atadas, brazos clavados, cuerpo llagado, corona de espinas, bofetadas, escupitajos, pública ignominia.

Es su hora, la hora del Padre. La hora de nuestra salvación. Su acción evangelizadora y sanadora, su oración obradora de prodigios debían aún coronarse con la silente impotencia de su pasión.

Esa santa tríada es la causa de nuestra redención.

En esta Semana Santa, marcada por el dolor nacional de un cataclismo devastador, volveremos a escuchar el relato de la Pasión y seremos invitados a contemplar, besar y adorar la santa cruz. Completaremos entonces la tríada que también nos permitirá reconstruir el cuerpo y el alma de nuestra Nación: la acción (yo con Dios); la oración (Dios conmigo); la pasión (Dios solo, que finalmente nos crea y nos salva a partir de nuestra impotencia y nuestra esperanza).




Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Revista Humanitas, www.humanitas.cl.