Sobre el descanso de Dios

Leonardo Bruna Rodríguez | Sección: Religión, Sociedad

El profesor de Filosofía Política de la Universidad Diego Portales, Miguel Vatter, ha sostenido, en cartas dirigidas al Director del Mercurio, que el concepto filosófico de Dios de Platón, Aristóteles y Séneca no es el mismo que el de la Religión cristiana. Y yo coincido con él en este punto. En efecto, la concepción filosófica sobre Dios de estos autores no es exactamente igual a la verdad metafísica sobre Dios contenida en la Revelación cristiana. Es verdad que ni siquiera Aristóteles alcanza a fundamentar la trascendencia de Dios respecto del mundo, porque esto exige una metafísica del ser como acto, anterior a la forma substancial, que sólo Santo Tomás de Aquino, sobre la base de la doctrina aristotélica del acto y la potencia y del dato cristiano sobre el ser y la creación, pudo realizar perfectamente. Se equivoca, sin embargo, al afirmar que por la razón no se puede llegar al mismo y único Dios que se revela a sí mismo al hombre. En efecto, el mismo que Santo Tomás alcanza racionalmente como el Acto Puro de Ser (o Ser subsistente) y, por lo mismo, radicalmente distinto y otro (trascendente) que los entes (criaturas), necesariamente compuestos de ser y esencia como de acto y potencia, es el mismo Dios de Abraham que dice de sí mismo, en Ex. 3, 14, “Yo soy el que soy”.

En virtud de lo anterior, concuerdo también con él en que es difícil reconocer en Aristóteles una formulación metafísica de la creación y, también, en que si el mundo es eterno entonces no existe Dios como Causa primera del mundo, porque el mundo sería necesario y, por tanto, incausado. Su error está en decir que los medievales, por lo menos si se refiere a Santo Tomás de Aquino, afirmaron la eternidad del mundo, y que lo hicieron para conciliar el Dios de Abraham y el Dios de Aristóteles. Santo Tomás entiende que sólo Dios es eterno, pues lo propio de la eternidad (“posesión total, simultánea y perfecta de la vida interminable”) es la simultaneidad con que el Acto Puro es, sin sucesión, propia del tiempo, por estar absolutamente exento de potencia. Nada creado, compuesto de acto y potencia (ser y esencia) puede ser eterno. Lo que afirmó es la posibilidad metafísica de que el mundo haya existido siempre, sin principio temporal (que no es lo mismo que eterno) y que, incluso en el supuesto de que hubiese sido así (aunque sabemos, por Revelación, que no lo fue), el mundo sería igualmente creado, metafísicamente distinto de Dios, como el efecto (el ser del ente) es necesariamente distinto de su causa (el Acto Puro de Ser). Y lo afirmó justamente en contra de aquellos que, a partir de la supuesta eternidad del mundo, querían negar la existencia de Dios como ser personal y distinto del mundo.

Finalmente, es cierto que su exposición de la Providencia divina, en su penúltima carta, es muy liviana (algo “grosera” dice él). En verdad, la Providencia divina es la Concepción divina, eterna, del orden que ha querido para su creación. El efecto necesariamente preexiste en su causa. Y como Dios, Causa primera de todas las criaturas, es la subsistente Intelección de sí misma (porque es el Acto Puro de Ser), en la cual entiende todos sus efectos, el ser y el orden de todas sus criaturas por el que se dirigen a Él como Fin último, es eternamente conocido y querido por Dios. El Gobierno divino es la realización, en el tiempo, con la cooperación libre de la criatura racional, de la Providencia divina. Y, en virtud de esta Providencia amorosa de Padre, conocida por la fe, según la cual todo, bienes y males, está sabia y amorosamente dispuesto para el bien de los que le aman, es que los cristianos, sus hijos, vivimos confiadamente nuestra vida temporal.