Pasión

P. Raúl Hasbún | Sección: Religión

Es una palabra ambigua.

Puede significar un movimiento del apetito sensitivo, por lo general impetuoso y acompañado de conmoción orgánica. Son pasiones el amor, el odio, el deseo, la esperanza, la ira, el miedo, el gozo, la tristeza.

No tienen, por sí mismas, calificación moral. Así el amor al dinero o a la fama será malo si el objeto amado degenera en ídolo, y la ira será buena cuando su apasionado rechazo del mal presente o inminente ostente justo motivo y proporcionada dimensión.

Pero pasión es también, por etimología, acción de padecer, es decir, de sufrir, de ser sujeto pasivo de un mal capaz de producir aflicción.

En los siguientes días se hablará y se guardará como festivo el viernes de la Pasión del Señor. La imagen dominante será la de Cristo doliente, crucificado, muerto. El luto de la comunidad cristiana impide, también por razón del signo, celebrar ese viernes la Santa Misa (el sacramento quedaría amputado de su eficacia, ya que en su celebración se recuerda y al mismo tiempo se hace realmente presente lo recordado: la muerte de Cristo y su gloriosa resurrección. Y ese viernes santo, el realismo de la fe sólo reconoce la patética presencia de una muerte consumada y de un sepulcro sellado).

Hemos dicho: la acción de padecer.

Parece contradictorio. No lo es.

Como no hay contradicción entre la oración y la acción. El orante actúa, pone en juego las más potentes facultades del hombre y de Dios. Orar es intervenir en la historia y destino del universo, de un modo superior al de cualquier otra acción humana. Pero la acción, si se la quiere fecunda, debe acometerse como una oración, es decir, en íntima comunión de sentimientos y de energías con Dios.

Dios siempre actúa, y el que actúa en nombre de Dios, en obediencia a Dios y al servicio de Dios está de hecho orando y por eso trabajando con Dios.

¿Y la pasión?

En el sentido del viernes santo aparece como puro sufrimiento, desnuda impotencia, el Dios hecho hombre es víctima de la arbitrariedad, blanco de la ignominia, sus brazos están inermes, no puede bajarse de la cruz, sus discípulos le dejan solo, apenas algún torturador le ofrece vinagre en respuesta a su sed. La impotencia, la pasividad sufriente de Dios han llegado a su máxima expresión.

Y es precisa y solamente allí, en la pasión del Cristo silente e impotente, donde su acción y su oración alcanzan su pleno objetivo, que es la redención del hombre.

Solemos cifrar nuestra esperanza primero en la acción. Doctrina y experiencia nos convencen de acompañarla con la oración.

El viernes Santo no nos deja dudas: la vida anhelada, el gozo triunfal exigen también la pasión.

El estilo, el misterio de Dios sigue siendo crear todo a partir de la nada.




Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Revista Humanitas, www.humanitas.cl.