El falso Bicentenario

José Antonio Ullate Fabo | Sección: Historia

Aunque en realidad no sean 200 años sino algunos menos, desde hace casi dos siglos, a raíz de las secesiones americanas, la gran mayoría de los “españoles” no han podido serlo. La hispanidad política, a un lado y al otro del Atlántico, entró en un letargo del que no ha despertado aún.

Al echar la vista atrás sobre la Historia patria no se trata sólo de valorar correctamente los hechos, de comprender qué fuerzas y con qué sentido operaron en un momento dado, o de discernir las consecuencias que se siguieron de un determinado tumbo de nuestro devenir. Se trata también, y quizás sobre todo, de comprender mejor nuestro presente y de conocer si de ese pasado, interpretado adecuadamente, se extraen lecciones para nuestra actuación hoy.

Ya han comenzado los fastos subvencionados para festejar artificialmente un bicentenario (1810-2010) fantasmagórico. Celebración postiza, como casi todo en nuestra política de los dos últimos siglos, pues a pesar de la machacona y machacante insistencia oficial durante estas dos centurias, no existe ningún tipo de entusiasmo popular americano en torno a la llamada “emancipación” de España.

Bicentenario fantasmagórico, pues en 1810 nadie se independizó todavía y si algo se quiere festejar deberíamos hablar del 200º cumpleaños de las “máscaras de Fernando VII”, con las sombras de duda que sobre la honradez de sus protagonistas siguen sin disiparse.

A ambos lados del océano Atlántico hemos sido incapaces de ofrecer una explicación veraz y popular, compartida, de aquellos terribles sucesos que en realidad fueron guerras civiles entre españoles y que no desembocaron como se dice en ninguna emancipación (pues de yugo extranjero puede empezar a hablarse después de la independencia y hasta hoy, sin solución de continuidad), sino de la destrucción de la comunidad política hispánica.

A partir de entonces el nombre de España se reservó para la porción “europea” de la hispanidad, pero esa continuidad nominal no oculta que el proceso consumado en 1825 supuso un parteaguas en cuanto a la vieja concepción y autoconciencia española. Muchos hitos previos prepararon aquella crisis, pero hasta entonces, y si se quiere hasta la muerte del infame Fernando VII, rey tan legítimo como malo, España era una cosa y después, otra muy diferente. Diferente por problemática y también por artificial, con una artificialidad simétrica a la de las nuevas “naciones” americanas.

Conviene, pues, reflexionar sobre aspectos deliberadamente olvidados durante estos dos últimos siglos al hablar de aquel trauma, español por hispanoamericano. Y que conste que hasta los piadosos intentos de Maeztu o de Vizcarra no llegaron a levantar el velo de la purulenta herida. Guardaron un reverencial silencio sobre los aspectos netamente políticos que estaban en juego, se replegaron sobre una hispanidad cultural y religiosa, que balsámicamente dejaba intacta la cuestión candente.

Es necesaria una todavía más radical “Defensa de la Hispanidad”: de la hispanidad política, de la doctrina política católica e históricamente española y eso no será posible reflexionando sobre una inexistente e hipostatizada “esencia de España”, al modo regeneracionista y liberal, sino volviendo los ojos a “la piedra de la que hemos sido tallados”, fuera de la cual no será posible regeneración ninguna para esta comunidad política (ahora virtual) que se llama España. “Españoles que no pudieron serlo” es mi aportación a esa defensa de la hispanidad.

Extracto

Del capítulo El vértigo de la mentira

No hubo ningún yugo español sobre unas naciones americanas que comenzaron, no ya a existir, sino a imaginarse sólo cuando la monarquía y el papado sufrían oprobioso cautiverio a manos del emperador del progreso. Han transcurrido doscientos años durante los cuales se han erigido artificiales comunidades políticas, carentes de otra legitimidad de origen que no sea el mito fundacional. Si ese mito se demostrase falso en su inicio, habría que decir, valientemente, que aquellas repúblicas no tienen ninguna legitimidad originaria.

Pero si la América española tiene su pecado original, la España ibérica también tiene el suyo. Si los Estados americanos se inventan un pasado y unos mitos fundacionales, la España peninsular se repliega sobre sí misma y prosigue su trastabillada historia durante el turbulento siglo XIX sin haber sido capaz de darse una explicación de lo que ha sucedido. La España peninsular reniega de América… Es comprensible que, ante una llaga que producía un inmenso dolor, se optase por no hurgar en ella. Pero el tiempo cerró en falso la herida, con una cicatriz doliente, que separa y une a la vez a hispanoamericanos e iberoespañoles. Baste aquí decir que la principal razón de ese olvido deliberado y vergonzante está en la propia refundación política operada en la Corona española a partir de 1833, que va a seguir los mismos principios políticos liberales que inspiran las nuevas repúblicas americanas. La única manera de comprender la escisión americana era contemplarla dentro del cuadro histórico y político de la vieja legitimidad, y aquello era lo último que convenía a la España de María Cristina, de Espartero y de los espadones liberales. Repensar y digerir el problema americano requería regresar –aunque sólo fuera con el pensamiento– a un mundo que se quería muerto y enterrado.

Nota: Este artículo fue pobliado originalmente por El Brigante, www.elbrigante.com.