Carta a Carlos Peña

Michael Mayne-Nicholls K. | Sección: Política, Sociedad

Sr. Carlos Peña
Maestro Liberal
Presente:

Ha pasado poco más de un mes desde aquel destructivo 27 de febrero de nuestro bicentenario. Desde ese mismo día, hasta hoy, mucho se ha dicho y escrito acerca de la lamentable reacción de algunos de nuestros compatriotas. Mientras la gran mayoría de los chilenos vivía momentos de verdadera angustia, dolor y desesperación, una minoría, aprovechándose de las circunstancias, hacía de los saqueos, el pillaje, el vandalismo y la destrucción, la tónica en una zona que se asemejaba más al lejano oeste que a nuestra querida zona centro-sur de Chile.

Frente a esta situación, pareciera que hay un consenso unánime al momento de criticar y condenar estas vergonzosas actitudes. Podríamos afirmar, casi con total seguridad, que para todos fue un momento reprochable. Don Carlos, ¿usted también piensa así? Le pregunto porque a mí, siendo un fanático suyo, y habiendo seguido su obra desde hace mucho tiempo, me parece que sus enseñanzas están en contradicción con estas críticas; o esto es así, o yo he malentendido sus palabras (si éste fuera el caso, le ruego me corrija).

Permítame recordarle algunos de sus juicios más notables, pero que, a la vez, producen ahora en mí un gran conflicto:

1. “Es tan valioso ‘elegir’, como ‘elegir bien’, pues si importara más lo segundo no sería la autonomía, sino paternalismo”: ¿No fue, el saqueo y el vandalismo, una elección autónoma de esta turba enardecida por las circunstancias? ¿Puede ser esa acción, la de saquear y robar, valiosa en sí misma? Don Carlos, ¿no es más meritoria e importante la actitud de aquellos que libremente eligieron ayudar al prójimo caído en desgracia?; es decir, ¿puede dar lo mismo el aprovechamiento de algunos que la solidaridad de otros? Por último, le pregunto, ¿no es evidente que la acción de los primeros perjudicó gravemente a nuestro país, mientras que la de los segundos lo hizo más noble y grande?

2. “Si usted puede moverse donde quiera, o hacer con su cuerpo lo que le plazca, sin que nadie pueda interferir con su voluntad, entonces usted es libre”: Pero, don Carlos, ¿no fue precisamente eso lo que hicieron los saqueadores? Y frente a esto, ¿no teníamos, aquellos que no cometimos pillerías, derecho moral alguno para enfrentar y detener estos funestos actos? ¿Lo que usted quiere decir es que, en pos de proteger la libertad de estos pillos, no podíamos defendernos? No quiero siquiera pensar que podría haber pasado si es que el gobierno y el resto de la sociedad se hubiesen quedado de brazos cruzados, con tal de no interferir en la autonomía de estos señores…

3. “La humanidad se beneficia más dejando que cada cual viva a su manera que obligándole a vivir a la manera de los demás”: ¿Chile se benefició con la destrucción y el pillaje? Si esto fue así, según usted, ¿por qué, entonces, el resto de los chilenos experimentamos un profundo bochorno al ser testigos de estos hechos? ¿Por qué nos sentimos, por algunos momentos, avergonzados de ser chilenos como ellos?

Éstas son sólo algunas de las dudas, entre muchas otras, que provocan en mí sus decenas de columnas. Don Carlos, perdone que se lo diga, pero ¿no estará equivocada nuestra concepción de libertad? Es que pareciera que ella no puede identificarse –tal como nosotros pensamos– sólo con autonomía. Fue libremente que estos saqueadores y vándalos destrozaron aún más nuestro ya herido país; fue el uso pleno y autónomo de sus libertades lo que llevó a las zonas más afectadas a convertirse en tierra de nadie en los días post terremoto. Fueron estos hombres libres los que impusieron su propia ley, la ley de la selva, en las comunidades más devastadas de nuestro querido Chile.

¿Qué dice ante esto, don Carlos? ¿Por qué no se ha manifestado respecto de los saqueos y el pillaje? Me llama la atención que al revisar sus últimas cinco columnas de El Mercurio –escritas entre el 28 de febrero y el 28 de marzo (*)–, nunca se refirió a estos hechos. En vez de eso, la mayoría de ellas constituye un ataque al nuevo Presidente de Chile o a la Iglesia Católica. ¿Por qué no ha condenado estas actitudes? ¿Es que para usted no constituyen faltas? ¿Puede ser que, por el hecho de ser liberal, esto no le llamó mayormente la atención? ¿O fue porque nuestra doctrina se ve obligada a aceptar estas fechorías, en cuanto tienen su fundamento en la voluntad libre del hombre? Don Carlos, ¿no son, estos vándalos, responsables por el mal uso que dieron a su voluntad? ¡Por favor, respóndame, maestro!, ¿por qué calló?

Como verá, profesor, mi confusión es grande. ¿Qué puede enseñarme para calmar mi espíritu liberal? Quiero ser honesto con usted: me siento completamente perdido. Hay quienes me dicen que estos desvaríos se deben a que mi pensamiento liberal –es decir, vuestras enseñanzas– no es más que una ideología, una irrealidad, que no es una doctrina propiamente tal, sino pura y simplemente la construcción de una sociedad artificial y utópica, erigida, a su vez, en una deformada visión antropológica… ¿Tienen ellos la razón, don Carlos? ¡Por favor, dígame que no!

Si es que esto no es así, si efectivamente el liberalismo es una doctrina coherente y verdadera, si la libertad sí es el fin último del hombre, lo invoco, señor, para que encarrile nuevamente mi perdida alma por los caminos del liberalismo. Le ruego que me ayude –¡oblígueme!, de ser necesario– a ser un buen liberal otra vez.

Antes de despedirme, maestro, quisiera resumir mi inquietud en una sola pregunta, así podrá usted de mejor manera ayudarme: ¿cómo puedo ser un liberal radical, si pareciera que el sentido común siempre se me aparece para impedirlo?

Así me despido, gran maestro.
Atentamente,

Su aprendiz




Nota:
(*)Le recuerdo el nombre de sus últimas 5 columnas: Yoani Sánchez (28 de febrero), El terremoto y el tanque (7 de marzo), Un hombre de fortuna (14 de marzo), Lan y Chilevisión (21 de marzo), Predadores en la Iglesia (28 de marzo). Como ve, nada sobre los saqueos y el vandalismo post terremoto.