Crónica de un saqueo anunciado

Álvaro Pezoa Bissières | Sección: Política, Sociedad

Sí, tal cual. Por la razón más obvia, pues es un hecho que enseña reiteradamente la historia: cuando se producen situaciones de catástrofes siempre hay delincuentes que se aprovechan de las circunstancias. La autoridad debiese haber adoptado de inmediato las medidas necesarias después del terremoto que asoló nuestras tierras. Y, en este caso, correspondía el envío de contingente de las Fuerzas Armadas debidamente autorizadas para actuar según fuese necesario. Además, un agravante a la falta de omisión que lamentablemente hemos observado por parte del Gobierno: con buen criterio, la acción mencionada fue oportunamente solicitada por la Edil de Concepción, quien conocía la desastrosa situación en terreno.

Hay más. Una vez que los medios radiales y televisivos dieron cuenta –en vivo y en directo– de los dramáticos hechos delictivos, los encargados de tomar decisiones titubearon y demoraron en hacerlo. La elocuencia de las acciones de barbarie no dejaba espacio alguno para tal pasividad. ¿Preocupación por la imagen asociada a concluir veinte años de gobiernos concertacionistas con regiones del país bajo estado de excepción?, ¿temor a “empoderar” a las Fuerzas Armadas y de Orden?, ¿o a mostrar, sin filtros, la permanente disposición de servicio a la patria que las anima?, ¿pura ideología socialista? En cualquiera de estas hipótesis: sencillamente ¡un error inaceptable!

Desafortunadamente esto no es todo y, tal vez, tampoco lo principal. Con su inmensa gravedad, parece haber una responsabilidad todavía más profunda que endosar a las élites dirigentes en lo acontecido. Ante el momento de crisis quedó de manifiesto el resultado de veinte años de sistemática demolición de parte importante de los valores fundamentales de la sociedad nacional. Únicamente así se explica que junto al lumpen cientos y miles de ciudadanos, aparentemente normales, se hayan sumado al bandidaje, sin mayores problemas de conciencia, ni discernimiento objetivo del bien y el mal, como lo dejó en evidencia las entrevistas in situ realizadas a estos espontáneos actores de thriller.

En esos días y horas cruciales afloraron con nitidez la ausencia de principios vividos y de virtudes cívicas básicas: falta de respeto a la autoridad, convicción de impunidad –incluso a cara descubierta y frente a las cámaras de televisión–, relativismo y subjetivismo moral en la justificación de las acciones incorrectas propias, la creencia equivocada de que el sufrimiento personal avala cualquier conducta posterior para resarcirse; qué decir, de la falta del sentido del bien común y de los deberes, aparejado a la insólita auto atribución de supuestos derechos individuales a aquello que a cada cual le de la real gana…, ya se trate de asaltar, invadir y destruir propiedad privada, apedrear o incendiar.

¿Sorpresa? No. Lo ocurrido es el fruto esperable del desmantelamiento cultural instigado por lustros y sin desmayo desde los círculos de poder. Llevados a una situación extrema, los más aventajados alumnos del pueblo chileno han dejado traslucir las enseñanzas adquiridas de sus perseverantes “maestros”, aquellos iluminados en la ideología y hábiles en el uso de los medios masivos de adoctrinamiento. En el minuto decisivo hemos podido observar, sintetizadas, las lógicas consecuencias de las lecciones magistrales aprendidas con provecho. Deberes sí, derechos no. Primacía de los pretendidos derechos y libertades de los malhechores por sobre los reales y legítimos de los ciudadanos correctos e indefensos. Autoridad mínima, permisivismo máximo. Clamor por libertades irrestrictas y sin más límites que no sean los del subjetivo “yo”. Disposición arbitraria de la vida ajena. Debilitamiento de los vínculos esenciales del orden social y de las responsabilidades a ellos asociadas. Destrucción de la imagen pública de las Fuerzas Armadas. Relativización del valor de lo sagrado e inmutable…

El cataclismo telúrico y marítimo que remeció a Chile ha dejado entrever uno de mayor envergadura, el cultural y moral que está socavando aceleradamente los pilares mismos del alma nacional. Este crudo aviso debe servir de alerta sobre una realidad que, a estas alturas, resulta imposible desconocer. Esto es, que para mejorar a Chile no basta con el imprescindible énfasis en la eficacia, la eficiencia y el sentido del trabajo bien hecho. Por tal motivo, si el nuevo Gobierno quiere ser exitoso de verdad, trascender y tener continuidad, ha de volcarse no sólo a la reconstrucción y el desarrollo material sino también y prioritariamente a encabezar una tarea de revitalización del ethos cultural de la sociedad, consistente en rescatar, fortalecer y renovar lo mejor de las tradiciones patrias, formuladas de modo actual y con visión de futuro.