Chile necesitaba esto
José Luis Widow | Sección: Sociedad
La Presidente Bachelet declaraba el 4 de marzo que «Me emociono porque estoy muy triste, el país no se merecía esto y va a ser muy duro salir adelante y va a haber que hacerlo con la ayuda de todos”.
Se refería, por supuesto, al terremoto que asoló parte importante de Chile, particularmente a las regiones del Maule y de Concepción.
¿Se merecía Chile el terremoto? ¿No? Sólo Dios lo sabe. La respuesta a esa pregunta no la puede dar ningún hombre. Sabemos que Dios hace justicia. Pero sabemos también que esa justicia no se realiza de manera definitiva en esta vida. Sabemos, por el libro de Job, que Dios permite que injustos triunfen y sean exitosos y que, por el contrario, hombres de una justicia incuestionable, sufran todo tipo de padecimientos y dolores.
¿Es Chile un país justo? Pareciera que afirmarlo sin más no se puede si se quiere ser veraz. ¿No merecía ningún tipo de castigo? Pareciera que nadie que comete injusticias puede pretender que no merece ser castigado. ¿Es, entonces, el terremoto un castigo por las injusticias de Chile? No lo sabemos. ¿Es Chile un país tan injusto que se merecía un castigo tan grande como el terremoto que sufrió? Sin lugar a dudas que si por un lado hay injusticias gravísimas que corregir, por otro también se pueden encontrar muchísimos ejemplos de vidas admirables. Por lo tanto, no sabemos. Tampoco conocemos la proporción entre los males de los que Chile es culpable y el castigo recibido, que sería el terremoto.
Afirmar que Chile merecía o no el terremoto es algo que, como decía, me parece que está más allá de los alcances del entendimiento humano. Sólo Dios sabe.
Lo que si podemos saber es que si el terremoto sucedió, entonces fue bueno que sucediera. Arturo Prat, en alguna conversación de amigos que trataba sobre Dios, dijo que lo que sucede es siempre lo mejor que puede suceder, porque Dios lo quiere. Por supuesto, esta convicción se afirma en la fe en que Dios Padre siempre, absolutamente siempre, gobierna las cosas de manera que sus hijos obtengan lo necesario para su bien absoluto, que no es ni la vida física ni menos los bienes materiales que sirven a ella, sino la salvación eterna.
Las muertes, el miedo, el dolor, la pérdida de bienes fundamentales, la angustia por un futuro incierto son todos males que se tornan desesperanzadores cuando son colocados fuera del insondable misterio de la Providencia Divina. Pero dentro de ella tienen un cariz completamente diverso, pues entonces aparecen como buenas ocasiones para ser mejores y perfeccionar el amor a Dios y a los demás hombres.
Pareciera que pasados los primeros días después del terremoto, en los cuales asomó una cara muy fea de Chile, los chilenos están comenzando a sacar afuera la belleza de sus almas: el espíritu de amor al prójimo que se traduce en oraciones, donaciones y trabajo. Parecieran estar dejando atrás los deseos de recriminarse mutuamente o de preocuparse de sí mismos hasta el olvido –saqueo de por medio– del otro. La misma Presidente ha señalado que no es el momento de recriminaciones, sino de trabajo. Hay que poner el hombro. A Dios rogando y con el mazo dando. Si esto es lo que brota de un Chile que estaba adormecido espiritual y moralmente por su progreso material; si esto es lo que brota de un Chile envanecido por sus logros; si esto es lo que brota de un Chile individualista incapaz de ver los dolores del vecino, entonces, podremos entender mejor que, más allá de si se merecía o no la tragedia del terremoto, si la estaba necesitando. Es cierto, los caminos de la Providencia Divina son misteriosos y, como ahora, duros de asimilar. Pero si sabemos que detrás del terremoto hay un Padre buscando lo mejor para sus hijos, entonces, podremos sacar las lecciones, colectivas y personales, de un “medio pedagógico” duro y drástico, pero del que podremos saber que, aunque no tengamos muy claro por qué, era necesario.




