Catástrofes y calamidades

Adolfo Ibáñez S.M. | Sección: Historia, Política, Sociedad

Las catástrofes de la naturaleza forman parte de nuestra historia. De todas ellas sólo recordamos las ocurridas en momentos de postración o de crisis, ya sean nacionales o particulares, de los lugares afectados.

Ocurrió con el terremoto de 1647 y el Cristo de Mayo, cuya procesión se celebra hasta hoy. Del pujante siglo XIX nada recordamos a pesar de la magnitud de sus fenómenos. En el siglo XX se recuerdan los de Concepción y Chillán de 1939 y el de Valdivia de 1960. Y aún somos muchos los que vivimos el de 1985, que luego va a desaparecer de los registros. Tratándose de terremotos más locales, los del siglo XX no han sido olvidados en sus regiones, liquidadas por el centralismo.

No obstante, hay que diferenciar entre catástrofes y calamidades. Estas últimas las causamos los hombres, especialmente las autoridades mediante su lentitud, favoritismos, desaciertos o poca capacidad para reaccionar frente a los desbordes de la naturaleza. Así se pasa de las catástrofes a las calamidades.

Las lamentaciones, las sensaciones de abandono y de aislamiento que manifiestan los afectados; el predominio de la violencia y la inseguridad pública que sigue al desplome de los bienes físicos, testimonian el fatídico paso a esta lamentable situación.

Hace casi dos años en Chaitén se pasó de la catástrofe a la calamidad por la insistencia de las autoridades en abandonar esa ciudad en vez de contribuir a su reconstrucción. Fue mediáticamente muy efectista ordenar a la Marina evacuar a sus vecinos y comprar su silencio con el bono de quinientos mil pesos que continúa vigente, ya que se trataba de pocos habitantes. La alerta roja respecto del volcán, mantenida innecesariamente hasta hoy, ha permitido el abandono de la Carretera Austral entre Chaitén y Caleta Gonzalo, eslabón fundamental para la comunicación con aquel territorio que exige tanto esfuerzo; ha disimulado el grave deterioro de los edificios públicos, escuelas y hospital; y también ha contribuido al notorio embancamiento de su bahía, arriesgando su calidad de puerto esencial para la provincia de Palena y el norte de la Región de Aysén.

La pesadilla que desde entonces afecta a Chaitén puede afectar hoy a todo el territorio sacudido por el reciente sismo. Las lamentaciones, el aislamiento y la inseguridad que prevalecieron durante los primeros días dieron pie para pensar que esta catástrofe se podía transformar en calamidad. La petición oficial de ayuda internacional efectuada por el gobierno de entonces no expresó una reacción vigorosa frente a la destrucción, ni tampoco incitó a una respuesta altiva de los afectados frente a la adversidad. En vez de colocar órdenes de compra por los elementos faltantes, recibimos ofertas iniciales de a millón de dólares de diversos países que nos hicieron sentirnos ofendidos antes que auxiliados. También el anuncio de una Teletón de emergencia mostró el afán de distraer con efectos mediáticos, antes que concentrar acciones eficaces de ayuda en esos primeros momentos de angustia.

Aquellos efectos comunicacionales nos remitieron a un horizonte de mediaguas como futura solución a la destrucción de viviendas y de containers convertidos en retenes, escuelas y postas, tal como ha sucedido en Tocopilla: ellos serán el dramático testimonio de la calamidad que nos puede afectar. Ya el hecho de haber tenido que recurrir a caminos y obras públicas antiguas, en defecto de las nuevas severamente dañadas, ha constituido una nota de alarma en estos días de emergencia. La desidia de algunos constructores y agentes inmobiliarios que ha quedado al descubierto constituye otra faceta de lo calamitoso.

La ausencia de un liderazgo eficaz, que se echó de menos en los primeros momentos, nos puso frente a la sensación de calamidad. Esta carencia pareció indicar que para el gobierno de entonces no constituyó una prioridad inmediata el restablecimiento de la seguridad pública y de las comunicaciones, ni el acudir a los lugares aislados e implementar atenciones sanitarias de emergencia. La misma insuficiencia que mostraron las comunicaciones oficiales, y su dependencia de las informaciones privadas, contribuyó a marcar un vacío de conducción que el nuevo gobierno ha tratado de superar, sin poder borrar la marca sicológica dejada por el primer momento.

El desafío que se nos presenta, más allá de la reconstrucción material, consiste en evitar que la catástrofe que nos azotó se transforme en calamidad para los afectados y para el país entero. Al nuevo gobierno le corresponderá una responsabilidad especial para impedir que esto ocurra.




Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio.