Viva el cambio: ¡Aliémonos por el cambio!

José Luis Widow Lira | Sección: Política

01-foto-1-autor2Si se revisa la historia política reciente, la del siglo XX, se podrá comprobar que la palabra “cambio” fue un instrumento muy útil para mover revoluciones de todo tipo, no sólo las políticas –aunque también ellas– sino también las morales, las sociales y económicas. Éramos llamados a cambiar el sistema o las estructuras y hacia allá íbamos. La verdad es que nunca nos dijeron muy claramente hacia dónde debíamos cambiar. El llamado al cambio tenía por objeto la destrucción de lo existente: ni Dios, ni familia, ni moral cristiana, ni propiedad, ni música, ni sentido de lo sagrado ni nada que oliera a tradicional se salvaba. No debía quedar títere con cabeza.

“Cambio”. Fue una palabra poderosa. La izquierda la uso profusamente si no para construir, sí para destruir. ¡Y vaya que fue eficiente! Cambiar encandilaba a muchos, porque miraban las injusticias reales que padecían o porque, acicateados por el resentimiento, se imaginaban otras irreales. Y culpando a lo existente, se dedicaron a aniquilarlo.

Con el correr de los años, la palabra de marras pasó a otras manos. Abandonada por una izquierda aburguesada, se la apropió quien fuera candidato presidencial de la derecha: Joaquín Lavín. Su lema de campaña fue “Viva el cambio”. Parecía una jugada maestra. Pero con ese arte insuperable que el candidato tenía para hacer de lo político algo frívolo logró lo que era casi inimaginable: vaciar completamente de contenido la palabra de manera que ya no significó nada, absolutamente nada. Hasta hoy da cierto rubor recordar los discursos, arengas o lo que fuera terminando con la frase “…y que viva el cambio”. La palabra ya no servía ni siquiera para destruir (mejor, dirá alguno que no se da cuenta que si ya no la palabra “cambio”, sí la frivolidad, también es destructiva en política). Y la derecha, con esa perspicacia que la caracteriza –puro winter ja–, creyéndose astuta y adelantada, no tuvo mejor ocurrencia que seguir usándola: en los días que corren tuvo la genialidad de llamar a alianza electoral “Coalición por el Cambio”. Fue una movida brillante: el sólo nombre hace morir de aburrimiento. ¿Por qué? Porque “cambio” sigue sin significar nada, absolutamente nada de fondo, nada importante. A lo más llega a sugerir que se trata de cambiar unas personas por otras. Es importante la alternancia en el poder nos remachan con voz solemne hasta llenarnos el vaso. Pero el para qué de la alternancia, el para qué del cambio no aparece. Por el contrario, con un complejo digno del diván pareciera que en todo lo importante la derecha corre a seguir a la izquierda. ¡No vayan a decir que es conservadora! El famoso caso de la píldora es, aunque penoso, sólo un botón de muestra de esa actitud. Y si en lo fundamental es más de lo mismo, ¿para qué cambiar? ¿Porque unos tienen caras más bonitas que los otros?

01-foto-23El problema pareciera ser que la gente –medianamente inteligente la mayor parte– se ha dado cuenta de que el chancho no tiene carne. Y se está preguntando ¿para qué cambiar a unos por otros si lo que voy a lograr es más de lo mismo? “En ese caso me quedo con lo que tengo: malo, pero conocido”. Y las encuestas parecieran estar reflejando esto. La campaña de la derecha se quedó sin resuello, que es como decir sin argumentos, sin ideas, sin lemas. Ya no entusiasma. ¡Y con razón! Es que cuando lo más importante que te dicen es que no van a ser corruptos (¡no faltaba más!) y te lo machacan hasta la saciedad te queda una sensación de que allí no hay nada, de que el huevo está huero.

Aquello por lo que vale la pena jugarse la vida, que es lo que realmente entusiasma, brilla por su ausencia en esta derecha deslavada. Sería bueno que se jugara por una concepción de hombre donde cabe el espíritu y que está referida a Dios, en vez de ese materialismo aplastante de datos y más datos de una macroeconomía impersonal; por bienes morales que elevan la dignidad humana, en vez de rebajarla a la altura de la cadera; por una educación de virtudes intelectuales y morales con profesores bien formados y bien pagados, en vez de esa caricatura de educación centrada en cuestiones tecnocráticas e instrumentales; por el cuidado de una historia llena de grandezas ejemplares, en vez de ese otro mal remedo de historia que inventa el comienzo de Chile en 1810 y que ve a Pinochet como un dictador sanguinario; por una economía al servicio de todos, en especial de los más pobres, en vez de ese chorreo insuficiente y lento y por ello ofensivo de cara a los más necesitados; por símbolos patrios respetables e inalterados, en vez de logos que hacen de la patria una marca comercial.

Jugarse por una política en la que el tono moral de la sociedad, la familia y la vida importan; comprometerse con una política en la que las leyes existen para hacer mejores a los hombres y la educación para enaltecer el espíritu es lo que hace falta. No tiene sentido seguir dependiendo de una derecha que ha botado todo lo de real valor, por el motivo que sea, por la borda. ¡¿Para qué?! Estoy consciente de que la esperanza es lo último que se pierde y, por eso, que son muchos los que aun esperan que en algún momento aflorará una derecha algo más cristiana, algo más jugada por bienes morales importantes. Pero creo que una mirada sincera encontrará suficientes pruebas de que seguir esperando tal cosa es ingenuo e infundado.

01-foto-33¡Es hora, entonces, de cambiar a la derecha! Abandonemos definitivamente esta derecha deslavada, descreída y desesperanzada para ir al encuentro de esos líderes que sí han estado comprometidos con los bienes por los que vale la pena jugarse la vida, partiendo por la vida misma. Existen y se han dejado ver. Han resistido presiones y renunciado a comodidades. Han legislado mirando el bien de Chile y no la próxima elección. Lo que falta es perder el miedo a cambiar el buque. Lo que falta es perder el miedo a cambiar la comodidad de votar por partidos consolidados como máquinas de poder por la incomodidad de colaborar activamente, más que con el solo voto, con un grupo de gente –que no es nada de pequeño– que, probablemente con menos recursos, se mueve, sin embargo, por los intereses de Chile. Pero, como dice la canción, hay que “quitarse los miedos, sacarlos afuera”. Y una vez hecho eso hay que atreverse a cambiar. Este es el momento, es cuestión atreverse, de dar el salto. Lo que es seguro es que no se caerá en el vacío. La piscina está llena. Por eso no me queda más que decir: ¡Que viva el cambio! ¡Aliémonos por el cambio! Por un Chile que vuelva a mirar alto.