Sobre el dolor y el mundo

José J. Escandell | Sección: Religión, Sociedad

05-foto-11El cristianismo no tiene como objetivo primero combatir el mal en el mundo. No parece que fuera esa la intención del Crucificado, preocupado sobre todo por la salvación de las almas. Como tampoco puede ser ese el objetivo de la vida del hombre sobre la tierra, de ningún hombre. No se trata de consagrarse a combatir el dolor y el mal. Ni siquiera cuando se está bajo el peso de la mayor desgracia puede ningún ser humano limitar su pretensión a evitarla o superarla. Vivir no es resistir al dolor, sino desear el bien. Y el bien no estriba en la ausencia de mal, ni la aspiración al bien equivale a huir del mal o esquivarlo. El sentido de la vida no deriva del enfrentamiento con el mal, sino del anhelo de bien. Para cristianos y no cristianos, vivir es una búsqueda del bien, es la tarea afirmativa de perseguirlo y realizarlo, y no la desgraciada de sortear y evitar el mal.

Es cierto que a veces el mal se convierte en la primera preocupación. Cuando uno está en peligro, lo primero es salir de él. Aunque también es verdad que un factor que incrementa el sufrimiento, cuando se sufre un mal, es justamente el no poder gozar del bien. Así, por ejemplo, sufre el enfermo por los dolores e incomodidades, así como por la conciencia de no poder leer, salir con los amigos o hacer el trabajo ordinario. El mal se hace más doloroso cuando se ve cómo impide el bien.

El hombre no vive para sobrevivir, sino para vivir bien.

* * *

05-foto-21Las grandes catástrofes renuevan las consideraciones sobre el dolor. Como si nunca hubiera existido otro dolor, se desagarran las entrañas de cualquier a la vista de un padre anegado en lágrimas con su hijita muerta en brazos. Todo dolor es el nuevo y único dolor. Como un encontronazo con la materialidad implacable del mundo, con las ineluctables y ciegas leyes de la naturaleza, queda el ánimo encogido y estremecido. Cesa ante la enfermedad, la muerte y la desgracia cualquier palabra y parece que lo único digno de un hombre es entonces llorar y anegarse. Cuando hay dolor, no hay más que dolor.

Suena a terriblemente inauténtica e inhumana la explicación del dolor cuando se está sufriendo. Quien se da cuenta del dolor ajeno, ha de dejar sufrir y entregarse a entrar más bien en sintonía con quien sufre y acompañarle. Después, junto al dolor, remediarlo; pero remediarlo a partir de la compasión, del padecer junto al sufriente.

Hay una rebeldía frente al dolor que engendra odio. Hay el leve rebelarse cuando el dolor es un simple fastidio por algún contratiempo. Hay también el grito destemplado que busca venganza. Se justifica esta actitud, muchas veces, con la muy seria y contundente afirmación de que no cabe compromiso con el mal. El mal parece requerir un rechazo infinito, cualquier que sea la forma y alcance de ese mal.

Esta rebeldía desequilibrada, en primer lugar, necesita una cabeza de turco. En general, para toda clase de mal, el ser humano tiende a buscar un responsable. Resulta insoportable que el mal no proceda de la intención de nadie. Algo tan negativo como el mal no puede ser fruto del destino ciego, y si quien sufre se ve aniquilado y hundido es porque no encuentra a quién echarle la culpa de su desgracia y se encuentra flotando en el absurdo de la nada. La más enérgica reacción frente al mal busca antes que nada un culpable. Porque todo mal es una injusticia. Brota entonces con facilidad la acusación: a Dios, a la naturaleza, a los parientes, a la sociedad, a los políticos, a los curas. Más que reparación se desea venganza. Un castigo al culpable, y un castigo ejemplar, enorme, aplastante.

05-foto-3En segundo lugar, la airada reacción ante el dolor comporta también una intensa dosis de pragmatismo o, mejor, de practicidad excesivos. Aquello de Marx de que es hora de cambiar el mundo después de que los filósofos hayan perdido el tiempo hasta ahora tan sólo pensando en él, es un lema simpático para quienes, ante el mal, piensan sobre todo en solventarlo. Y ciertamente hay que solventarlo, según su urgencia. Pero lo urgente no es lo único importante. En realidad, no la acción frente al pensamiento, sino la acción en su momento y el pensamiento en el suyo. A quienes el mal les resulta rotundamente insoportable, el ansia práctica de combate puede nublar la vista y, en el colmo, puede impedir el pensar.

Así, en nuestro tiempo es fácil, ante la desgracia masiva, adoptar la actitud del dedo acusador hacia el Autor de la naturaleza y focalizar únicamente la energía en la atención a los necesitados. Como si este mundo fuera lo único. Como si el Cielo no fuera el cielo. Como si el hombre lo pudiera resolver todo.




Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Análisis Digital, www.analisisdigital.com.