Luces y sombras de la ciencia
Javier Garralda Alonso | Sección: Religión, Sociedad
¿Se opone el verdadero sabio a la verdad sobrenatural? ¿Se oponen ciencia y Fe? Este día de Reyes el Papa Benedicto XVI nos hablaba de los verdaderos sabios, refiriéndose como ejemplo a los Reyes Magos. Ellos estudiaron los cielos, descubrieron la estrella y se pusieron en marcha confiando en el Dios que no nos abandona. Tuvieron fe en una ciencia que les acercaba a Dios, pero cuando la estrella que les guiaba se escondió, consultaron, a través de los sacerdotes y escribas judíos que les procuró Herodes, la Palabra de Dios que les conducía a Belén. La estrella reapareció y vieron con mucha alegría que su razón, su ciencia, y su Fe en la Palabra de Dios les daban una respuesta concordante y armónica. No puede ser de otra manera: si Dios es el autor de la razón humana y de la Revelación no pueden ambas disentir siempre que se trate de buena ciencia, de una ciencia verdadera, y de verdadera Fe, fe purificada por una vida honesta.
Cuando la ciencia está abierta al amor y es guiada por la Fe es una maravillosa muleta para caminar la senda difícil de la vida y hacer el bien a nosotros mismos (sedientos buscadores de la verdad) y a nuestros semejantes.
Sin embargo, también existe una mala ciencia cuyos frutos son amargos: es la ciencia divorciada del amor que viene a ser como un instrumento útil en manos de un loco que puede acabar sirviendo para dañar a los hombres. En este sentido, leemos en la Sagrada Escritura: “la ciencia hincha, la caridad (el amor verdadero) edifica”. La ciencia sin amor es como la paja que no alimenta o como aquel árbol lleno de hojas, pero sin ningún fruto, que Jesús maldijo y se secó. La presencia del amor es como la sal que sazona toda actividad humana y la actividad científica no es una excepción.
El hombre, la mujer, no pueden abandonarse a una ciencia sin alma, pues sólo recogerán frutos perversos y dañinos, como si comieran higos agrios que hacen retorcerse a nuestro pobre estómago, por buena apariencia que tengan.
Es evidente que los fines prácticos a los que se dirige el conocimiento científico no son proporcionados por la propia ciencia sino que proceden de la voluntad humana, de los valores que ésta incorpore. Si es el amor quien le guía, el científico nuclear dará a luz aplicaciones médicas salvadoras o a fuentes de energía nuevas que beneficien grandemente a la humanidad; pero si el científico o la sociedad que le sostiene alberga mala voluntad, si rechaza el amor, dará a luz a aplicaciones monstruosas como las terribles armas nucleares que suspendidas sobre la humanidad constituyen una terrible amenaza.
Pero, aparte de esto, en cuanto a búsqueda de la verdad, también es cierto que la ciencia que no se abre al amor verdadero se aparta de la propia verdad que dice buscar. En realidad, la verdad que da la espalda al amor ya es una verdad mutilada, y con frecuencia, extralimitándose, da a luz a creencias con barniz pseudocientífico que condenan al hombre a terribles pesadillas y a comportamientos inhumanos.
Tomemos como ejemplo la predicción que realizó el economista Malthus a finales del siglo XVIII, con vitola de científico, expuso que la Tierra no sería capaz de producir alimentos para una creciente población de modo que el exceso de pobladores se vería abocado a morir de hambre. En realidad, la población mundial en esos más de dos siglos que han pasado desde entonces se ha multiplicado por seis, lo que hubiera resultado imposible de ser cierta la aseveración maltusiana (actualmente ya hace tiempo que casi no hay nuevas tierras que roturar). Malthus, como tantos científicos presuntuosos, no tuvo presente factores que entonces no eran evidentes. Por ejemplo, que un mismo trabajador agrícola en el mismo terreno podría producir mucho más alimento debido al desarrollo de la tecnología aplicada a la agricultura, que ha multiplicado la capacidad productiva de un mismo trabajo en un mismo terreno agrario. Y además, se sabe que la producción de alimentos ha crecido más rápidamente que los habitantes del globo. (Si hubiera solidaridad real no habría hambre en el mundo: hay alimentos para todos).
Pero ¡cuántas aberraciones inhumanas se han perpetrado en nombre de la creencia que popularizó Malthus! Desde esterilizaciones obligatorias a abortos fríamente impuestos, y aún hoy en día, hay políticos e ideólogos esclavos de esa teoría.
El científico es un hombre, mujer, como todos nosotros y si no cree en el amor (que recibe una base firme con la Fe) forzosamente creerá en algo y casi inconscientemente dará el salto de la ciencia a la creencia más o menos lúcida o disparatada.
Así, en determinados ambientes en nuestros días pululan, teñidas de ciencia, creencias no pocas veces catastrofistas e inhumanas.
El hombre llega a ser considerado como una amenaza para la supervivencia de una Naturaleza que se erige en nuevo ídolo o mito.
Si bien es muy conveniente y laudable preocuparse del medio ambiente, no se puede olvidar que el hombre es el fin último de toda la creación, es el rey de la Creación que ha de cultivar el jardín del Universo y puede legítimamente servirse de todos los seres no humanos para satisfacer ordenadamente sus necesidades.
Si bien el hombre ha de cuidar con amor a los animales, la distancia entre los animales y el hombre es abismal, la dignidad del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, no se puede comparar con la de los animales. La aberración de preocuparse más por los huevos de cigüeña que por el embrión humano (de castigar fuertemente la destrucción de esos huevos y dejar sin castigo o incluso impulsar la muerte de niños aún no nacidos) equivale a que en nombre de una ciencia degenerada se sacrifique al nuevo Moloch de una Naturaleza deificada al ser humano: ya no se va a favor del hombre sino que se auspician concepciones y acciones inhumanas.
Prohibir el desarrollo de los países pobres sin buscar conciliar protección del medio ambiente y las mejoras del nivel de vida de los desheredados del planeta sería un crimen contra la Humanidad.
En cambio, bienvenida sea una ciencia que se concibe al servicio del hombre, que busca el bien de la humanidad sobre todo de los más débiles o de los más pobres. Una ciencia que alaba a Dios que ha dotado al ser humano de capacidad para buscar la verdad, para investigar y cultivar el Universo y que al servicio de un amor santo beneficia grandemente a sus semejantes y les enseña cuál es la manera ordenada y armónica de cuidar la Naturaleza que mejor satisface sus necesidades.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Forum Libertas, www.forumlibertas.com.




