Los milagros
C. S. Lewis | Sección: Religión
Porque el hombre ha caído, Dios realiza por él el mayor portento; igual que en la parábola, el buen pastor va a buscar solamente a la oveja que se perdió. Admitamos que la preeminencia del hombre no es de superioridad, sino de miseria y de mal; entonces con más motivo será la especie humana sobre la que descenderá la Misericordia. Por ese hijo pródigo, el Cordero eterno será sacrificado. Pero una vez que el Hijo de Dios ha penetrado en la naturaleza humana, nuestra especie (no importa lo que antes haya sido) se convierte en el hecho central de toda la naturaleza; al levantarse después de un largo descenso, arrastra hacia arriba a toda la naturaleza, porque en nuestra especie el Señor de la naturaleza ha sido incluido.
La muerte es la gran arma de Satanás y también la gran arma de Dios; es santa y no santa; aquello que Cristo vino a conquistar y los medios por los cuales lo conquistó. Penetrar este misterio en su totalidad está, por supuesto, muy lejos de nuestras posibilidades. La muerte humana es el resultado del pecado humano; el hombre, como fue creado originalmente, era inmune de muerte; el hombre, después de redimido y convocado a una nueva vida, será inmune de muerte de nuevo.
En el presente, el espíritu siempre al final es derrotado por la naturaleza fisiológica. Antes o después, se hace incapaz de resistir el proceso de desintegración desencadenado en el cuerpo y el resultado es la muerte. Un poco después, el organismo natural (porque no se regocija mucho tiempo en su triunfo) es, de un modo semejante, conquistado por la naturaleza meramente física y se convierte en inorgánico. Pero desde la visión cristiana eso no es siempre así. Por una vez, el espíritu no fue como una guarnición militar que mantiene su posición con dificultad en medio de una naturaleza hostil, sino que se encontró plenamente en su casa con su organismo como un rey en su propio país. Donde el poder del espíritu sobre el organismo fuera completo, la muerte no tendría lugar jamás.
Estamos en estado de guerra; pero no una guerra de mutua destrucción: la naturaleza, al dominar al espíritu, rompe todas las actividades espirituales; el espíritu dominando la naturaleza confirma y enriquece las actividades humanas. El cerebro no se hace menos cerebro al ser usado para el pensamiento racional. Las emociones no se debilitan por ser organizadas en servicio de una voluntad moral, al contrario, se hacen más ricas y más fuertes. En igualdad de condiciones, el cuerpo de un hombre que practica las virtudes es un cuerpo mejor que el del insensato o depravado, y más agudos son sus placeres sensuales. Todo se desarrolla como una rebelión de lo inferior contra lo superior, por la cual lo inferior destruye a lo superior y a sí mismo.
La muerte humana es resultado del pecado y triunfo de Satanás. Pero también el medio de la redención del pecado. Cuando Dios creó al hombre, le dio tal constitución que, si la parte superior se rebelaba contra Él, esto le llevaría a perder control sobre las partes inferiores; es decir, a la larga, padecer la muerte. Esta dinámica puede considerarse como sentencia primitiva (El día que comas de este fruto morirás) y también como misericordia y como instrumento de defensa. [De otra manera] el hombre hubiera quedado libre sólo para remachar, a través de interminables generaciones, las cadenas de su propia soberbia; hubiera pasado de ser un hombre caído a convertirse en un ser perverso, seguramente incapacitado para cualquier género de redención. Este peligro se evitó. Pero para convertir esta pena de muerte en el medio para la vida eterna, fue en adelante necesario el que la muerte tuviera que ser aceptada. La Humanidad tiene que abrazar la muerte libremente, someterse a ella con humildad total, beberla hasta las heces, y así convertirla en la muerte mística, que es el secreto de la vida. Pero sólo un Hombre que no necesitara en absoluto ser hombre, a no ser que Él lo decidiera, sólo el que sirviera en nuestro triste regimiento como voluntario y, sin embargo, también el único que fuera perfectamente Hombre, pudo consumar esa perfecta muerte.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Alfa y Omega.
“Los milagros”, de C.S. Lewis, es un profundo ensayo filosófico y teológico sobre el misterio de la caída y redención del ser humano, del que Ediciones Encuentro acaba de publicar una nueva edición.




