Espacios públicos

Augusto Merino M. | Sección: Educación, Sociedad

05-foto-1-autorHemos estados unos días en una playa de la zona central que es una verdadera maravilla: arena blanca, limpia, pinos y grandes árboles hasta el borde mismo del mar, silencio, tranquilidad. Pero era cuestión de salir del condominio y caminar dos cuadras para darse cuenta de que estábamos en una auténtica burbuja, en un rincón de un país distinto: a dos cuadras, en efecto, se halla una renombrada caleta de pescadores, donde anidan también innumerables hippies, que a duras penas logra verse debajo de la gruesa capa de basura doméstica y otras mugres que la cubren. Todo el pueblito, en realidad, es un gran basural, donde los “populáricos” –como decía la Violeta Parra– deambulan con espectacular desaprehensión, ignorando absolutamente los deshechos con que tropiezan sus pies o no importándoles ni un comino.

¿Acaso todas esas personas que ahí viven no tienen la facultad típicamente humana de asquearse? ¿Acaso carecen de una escoba para barrer frente a sus casas?

No. Luego de observar la situación y de oír algunas argumentaciones, llegamos a la conclusión de que el motivo de la mugre que allí reina es otro. Lo que pasa es que todas esas buenas personas ensucian calles, plazas y demás espacios públicos precisamente porque son “públicos”. En contraste, había que asomarse, no más, a sus casitas particulares, para advertir que estaban razonablemente limpias y bien tenidas.

Y no se crea que esta es una simple teoría nuestra. En cierta ocasión nos encontramos con un “grupo familiar” que circulaba con una radio a pila enorme, un verdadero piano portátil, encendida y tocando a mil decibeles una musiquilla. No diremos nada de la calidad de ésta, que no viene al caso: simplemente contaremos que nos dirijimos a esta fuente de insoportable contaminación acústica para pedir que bajaran el volumen. Y la respuesta fue, literalmente: “Este es un espacio público, así que tenemos derecho a hacer lo que queramos”.

¡Espantoso error! Precisamente porque es un espacio “público” no tiene ninguno de nosotros derecho a hacer lo que quiera. Para hacer lo que se quiera están los espacios privados, la propia casa. Pero los espacios públicos, porque son “de todos”, debe ser respetados como se respeta algo que no es “de uno”.

05-foto-2Pero esa buena gente estaba convencida de que actuaba según la mejor doctrina posible. Y así no sólo contaminaba acústicamente, sino que tiraba en cualquier parte los envases de helados, las botellas y tarros vacíos, y los abundantes desperdicios comestibles que suelen ir arrojando a su paso estos “grupos familiares” devotos de “papitas”, “suflitos” y otras porquerías envueltas en plástico.

¿Qué falta para convencerlos de que están errados, y de que lo “público” merece nuestro mayor respeto y cuidado? No se nos ocurre nada más original que “educación”. Pero una educación machacada, que desarrolle el sentido de la solidaridad y respeto por los demás. ¡Con qué añoranza piensa uno en aquellos países del norte europeo en que los lugares públicos son más cuidados todavía que los privados, donde plazas y calles relucen siempre como recién encerados!