A propósito de museos

Equipo VivaChile | Sección: Historia, Política

05-foto-1La reciente inauguración del denominado Museo de la Memoria ha generado un importante debate respecto de la gran parcialidad con la que se llevó adelante la iniciativa. El claro sesgo ideológico de la obra, que se demuestra en la excluyente selección del período representado en el Museo, es una manifestación evidente de una intencionalidad política que no se quiere reconocer.

Como editorializara El Mercurio, mientras no supere su “sesgo unilateral y excluyente”, el Museo de la Memoria sólo expresa una “interpretación político-ideológica de un trozo de nuestra historia”.

Presentamos a continuación una serie de opiniones que se han publicado en los últimos días. En todas ellas hay fundados cuestionamientos de la obra. También queda de manifiesto en estas opiniones una sensación de haber desaprovechado una valiosa oportunidad para ayudar a cerrar heridas, todavía abiertas, en nuestra sociedad. Una iniciativa como la del Museo de la Memoria, si no hubiese tenido el claro sesgo que muestra, pudo haber sido una instancia para explicar un período tan extremadamente convulsionado de nuestra historia. De haber sido así, no estaríamos frente a otra acción que apunta a seguir intentando dividir a los chilenos.

Como señala una de las opiniones recopiladas, lo que en definitiva se aprecia detrás de la concepción que reina en quienes impulsaron este museo es el miedo hacia la historia. Quizás, como se lee en otra de las opiniones, porque de “ahondar en las causas y el contexto en que ocurrieron estos hechos, al final, podría suceder que las responsabilidades políticas por el odio y la violencia estén en el lado contrario de lo que muestra el Museo”.

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Memoria sin historia

05-foto-2-memoria-sin-hisLa calidad de nuestra memoria es imperfecta, aunque no importe resignarnos al olvido. “La memoria –señala Joseph Brodsky– contiene detalles precisos, no el panorama completo; no resalta, si quiere, todo el espectáculo”; es fragmentaria y discontinua; en modo alguno, exhaustiva. “Más que nada, la memoria se parece a una biblioteca sin orden alfabético y sin obras completas de nadie”, añade el poeta y Premio Nobel ruso. Y no sólo su calidad deja mucho que desear porque proporciona únicamente trozos y astillas desordenados del pasado, sino que sus criterios de selección son incomprensibles: recordamos el rostro de un desconocido y olvidamos el de un ser querido muerto que tanto quisiéramos recordar.

Esa imperfección –aventura el poeta– quizás obedezca a una ley de la naturaleza: la que ordena que todo perece. La reconstrucción de la memoria, incluso la de la más sincera de las personas, incluye, pues, en mayor o menor dosis, distorsión, ficción, asignación de sentidos donde no los hay, edificación de ligazones en medio de las lagunas. Asimismo, el pasado de una nación y el relato que se hace de él son dos cosas distintas. Del primero sólo nos llegan vestigios inconexos, como de la memoria nada más que recuerdos discontinuos y desarticulados.

Los hechos puros y simples no existen. Desde el tantas veces citado (y mal entendido) fragmento de Nietzsche (“No hay hechos, sólo interpretaciones”), pasando por Heidegger, Gadamer, Barthes, Foucault y tantos otros, nadie puede pretender hoy que los hechos pueden ser captados sin un análisis crítico, sin mediadores lúcidos, atentos a sus propios prejuicios, limitaciones y situaciones de poder. Las lecciones del pasado requieren de la historia, y ésta, de una historiografía crítica.

El proyecto de un “Museo de la memoria y de los derechos humanos”, que se inaugurará en un par de días (bienintencionado, sin duda), se funda en un error epistemológico: que se puede construir un relato histórico sin intermediadores. Los visitantes, enfrentados a los “hechos” puros, construirían cada cual su propia lectura. Esa concepción implica un miedo hacia la historia y la ilusión de que los hechos hablan por sí mismos y pueden ser presentados de modo desnudo.

Sin embargo, la definición de un período de hechos (1973-1990), su selección, la manera en que van a ser expuestos en dicho museo, la inclusión de textos mínimos explicativos, el servicio de guías, constituye en sí misma (aunque subyacente) una interpretación de lo acontecido en ese período. Ni en la más extrema filosofía positivista de la historia puede excluirse al autor y su perspectiva. ¿Por qué no hacerla explícita honestamente también aquí? La memoria es memoria histórica o no es nada.

Pedro Gandolfo

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Museo de la Memoria

05-foto-3-museo-de-la-memSegún he podido constatar, a muchos les pareció muy afortunada la columna de Pedro Gandolfo del sábado recién pasado titulada “Memoria sin historia”, por su reflexión sobre la naturaleza de la memoria, pero sobre todo por señalar el “error epistemológico” en el que han incurrido quienes organizaron el llamado “Museo de la memoria y de los derechos humanos”. Va al fondo del asunto, porque hace ver que existe una intención manifiesta en la creación del museo, pero que no se quiere reconocer. El nombre del museo es muy genérico y supone, además, que mostrará a los visitantes “la” verdad que los hechos concretos revelan, partiéndose de la premisa de que ellos hablan “por sí mismos”. Pero no será así, según Gandolfo lo advierte, porque evidentemente existe uno o varios intermediarios en la selección del período 1973-1990, en la inclusión de textos explicativos, en el trabajo que realizarán los guías del museo, etc. Es decir, se trata nada menos que de un relato histórico preciso, en correspondencia con el pensamiento de sus autores. No digamos, entonces, que es memoria a secas, no es sólo recuerdo. Es lisa y llanamente una interpretación del pasado.

Es propio del historiador interpretarlo. Vale decir, aportar una explicación sobre hechos pretéritos que no resultan “por sí mismos” fáciles de comprender. Los ubica cronológicamente y establece las debidas relaciones que existen entre ellos, dándole al conjunto un sentido, profundidad, contexto. Es una labor que debiera ser lo más rigurosa y honesta posible, porque aspira a comprender con lo mejor y mayor de las capacidades humanas toda la verdad que encierran los hechos que se estudian, o, al menos, procurando aproximarse a ella lo más posible. Eso es conocimiento histórico genuino, el que tiene por objeto conocer a la persona, a todas las personas, la humanidad entera. Toda la realidad, incluso si ella termina por contrariar al propio historiador o si, al terminar su investigación, entiende que su juicio previo era parcialmente verdadero o derechamente erróneo.

En fin, el “Museo de la memoria…” que se ha inaugurado puede considerarse como una interpretación de las violaciones a los derechos humanos ocurridas durante 1973 y 1990, porque, según sus autores, es necesario tomar conciencia sobre los dolorosos sucesos del período, porque lo ocurrido fue muy grave, y hasta horroroso. Es verdad y legítimo. Pero debe decirse con todas sus letras. Así entenderán bien, todos quienes lo visiten, su contenido, la selección de acontecimientos, sus textos, sus imágenes y el concepto de derechos humanos de sus autores. Como ocurre con cualquier obra historiográfica.

Porque si realmente fuera lo que su título genéricamente señala, debería incluir, por ejemplo, una gama muy amplia de derechos humanos que en la Historia de Chile se han violado sistemáticamente –procesos de larga data–, y sobre los cuales también es muy necesario tomar conciencia. Por razones de espacio, no creo necesario detallar cuáles son, pero es fácil imaginarlos si pensamos en la realidad de la mujer, de los niños, de las minorías étnicas, de la vida misma. Terminaré como Pedro Gandolfo: “La memoria es memoria histórica, o no es nada”.

Álvaro Góngora E.

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Museo de la Memoria

05-foto-4-museo-de-la-memNo sólo cualquier psiquiatra sino también todo historiador sabe que la memoria es selectiva. Para ponernos a salvo de la arbitrariedad destructiva está la razón y su prolongación que es la ciencia. Cuando no se quiere mentir deliberadamente es imprescindible reemplazar los gestos y las gesticulaciones por las explicaciones. Los museos de la memoria inaugurados por Mussolini, más tarde por Hitler y Stalin fueron obscenas movilizaciones de circo ideológico para lavar cerebros y movilizar a las “masas”. Eran, en realidad, museos de la amnesia. Las democracias, sin excepción, han convertido los “museos” en lugares en que no se denuncia ni se ejerce culto sino en donde se encuentran y documentan explicaciones a procesos.

Los más prestigiosos archivistas de Chile ya han dado hace un tiempo los primeros signos de alarma. Estamos ante un proceso de adulteración histórica inescrupulosa, porque si algo caracteriza nuestra historia reciente es ser una vasta época en la cual nuestra sociedad completa experimentó variaciones fundamentales. Todo corte es arbitrario y falsificador. Manipulador y científicamente corrupto. El gobierno militar, con todas sus fases y actores, es un conjunto absolutamente incomprensible sin el gobierno marxista que buscó imponer su ideología y la correspondiente transformación de nuestras instituciones. Ambas fases de nuestro desarrollo político forman una unidad que ningún científico serio podría desconocer, tampoco y muy en especial si es progresista, “comprometido” y de izquierdas. Ellos afirman y pretenden saber que el hombre es historia. Será interesantísimo, por todo ello, investigar documentariamente la historia de la gestación de nuestro Museo de la Amnesia.

Cuenta García Márquez que el inicio de la destrucción de Macondo aconteció cuando sus habitantes perdieron el sueño y al final la memoria. Hacia el colapso definitivo, los macondianos ni siquiera tenían sueños propios porque unos soñaban los sueños de los otros, eran idiotas sin memoria y por tanto sin historia. Por eso, por su propia decisión corrupta, se hicieron parte de “una estirpe que desapareció para siempre y que no ha de tener una segunda oportunidad sobre la Tierra”.

Víctor Farías

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Museo de la Memoria

05-foto-5-yo-fui-exiliadoYo fui exiliado político.

Pero a diferencia de otros, al momento en que llegamos con mi familia al país que nos acogió, en este caso España, nadie nos estaba esperando, nadie nos tenía preparado un lugar donde vivir, nadie me tenía inscrito en un colegio y mi papá no tenía un trabajo preparado ni menos alguna remuneración para mantenernos durante algunos meses. Eso es fácil de explicar: mi familia y yo fuimos exiliados políticos antes del 11 de septiembre de 1973.

La pregunta es: ¿por qué fuimos exiliados políticos?

A mi padre le expropiaron su empresa, Mellafe y Salas Ltda., en agosto de 1972, y desde entonces se inició una persecución implacable hacia su persona y familia. Muchas veces estuvo detenido por la Policía de Investigaciones, y lo interrogaron durante horas, nuestra casa estaba constantemente vigilada por personas que se movilizaban en automóviles Fiat 125 (raros y caros para la época) de color rojo, llamadas telefónicas con amenazas de muerte o de secuestro y un largo etcétera, lo que lo obligó a tomar la decisión de irse con toda su familia de Chile.

Cuando leo en la prensa que el actual gobierno socialista de la Presidenta Bachelet inaugurará el “Museo de la Memoria” que cubrirá el período entre el 11 de septiembre de 1973 y 1990, tengo un sentimiento de dolor y gran tristeza al no considerar el período previo al golpe militar, al no considerar que en ese mismo lapso mis derechos humanos también fueron violentados.

La Concertación, desde que tomó el poder, en 1990, que ha enarbolado las banderas de la “Reconciliación Nacional”, pero con estos actos nos damos cuenta de que se sacan la careta y siguen fiel a su lema: “Ni perdón ni olvido”.

Rafael Mellafe Maturana

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Museo de la Memoria

05-foto-6-la-iniciativa-dLa iniciativa del Museo de la Memoria tiene problemas. De hecho, cuesta entender y explicar una memoria segmentada sólo a partir de una cierta fecha, como si ese hito fuera un verdadero muro de Berlín que no deja pasar nada. Va contra la naturaleza de las cosas. Don Patricio Aylwin usó este método al escribir los recuerdos de su larguísima vida política: comienzan a las 8:00 de la mañana del 11 de septiembre de 1973. Sobre lo que ocurrió antes de esa hora y día guarda silencio, a pesar del protagonismo que le cupo en la época.

Este tipo de maniobras esconden algo. Algo grave o complejo, porque en el fondo es un procedimiento asombroso de tratar la historia del país.

El columnista Carlos Peña justifica la segmentación de la memoria, en el entendido de que el asunto hay que centrarlo únicamente en la violación de los derechos humanos durante el período específico del gobierno militar. Su tesis, si lo entiendo bien, es que al ampliar la memoria a las causas y circunstancias en que se cometieron estos crímenes podrían terminar teniendo alguna explicación.

Me parece que el columnista confunde dos cosas. Una, que al investigar las circunstancias de un aparente delito, al final se concluya que no fue tal pues hay elementos, por ejemplo, que lo convierten en un acto lícito de defensa propia o de ejercicio de la autoridad. Estoy seguro de que no es este el sentido que le preocupa al señor Peña. Aunque debería preocuparlo, y mucho, al menos por su calidad de abogado. La otra es un argumento muy delicado, pues supone que hay crímenes que, a pesar de ser crímenes, se pueden explicar, en el sentido de que no merecen reproche moral. No conozco ninguna doctrina ni ideología que sostenga algo así; salvo, por supuesto, el leninismo (al que todavía suscribe el Partido Comunista chileno) y, en su tiempo, el nazismo.

Lo que pasa es que al ahondar en las causas y el contexto en que ocurrieron estos hechos, al final, podría suceder que las responsabilidades políticas por el odio y la violencia estén en el lado contrario de lo que muestra el Museo. Porque éste es una iniciativa básica y fundamentalmente política, no es una galería de los más famosos crímenes de particulares. Por lo mismo, si es una memoria verdadera no puede ocultar que la historia de estos hechos remonta, en una relación de causalidad ininterrumpida, a las políticas antidemocráticas y violentas de la izquierda en general, y terrorista de los grupos más ultras antes, durante y después del gobierno militar.

El Museo de la Memoria como está concedido se parece a los museos oficiales de la era de Stalin o de la ex Europa Oriental, donde se escondían las verdades que no eran coherentes con el discurso oficial. Y es una lástima, porque un Museo de la Memoria verdadera, total, hasta que duela, le haría muy bien al país y a las próximas generaciones.

Carlos Goñi Garrido

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Memoria respetable, pero parcial

05-foto-7-memoria-respetaDesde que el tema de los derechos humanos irrumpió en la historia contemporánea tras la Segunda Guerra Mundial como aspiración y con estándares universales, cabe congratularse de la conquista progresiva de un estado de conciencia efectivamente universal a su respecto. Hoy, virtualmente no reconoce fronteras y, exceptuados quienes los violan, las personas normales, cualquiera sea su preferencia ideológica, coinciden en la concepción de lo que son tales derechos. Credos, gobiernos, organismos internacionales e instituciones de variada índole concuerdan en todo el mundo en la conveniencia de formar a las generaciones actuales en la absoluta inaceptabilidad de violarlos y en la necesidad de respetarlos de modo irrestricto, por entenderse consustanciales a la dignidad humana. Esa educación debe contribuir a determinar siempre cuándo los esté atropellando algún sistema político totalitario u otro que, aunque quizá democrático en su origen y exterioridades, no lo sea en su sustancia, precisamente porque los vulnera con cualquier pretexto.

Una forma de esto último es la tolerancia de un gobierno para con la violencia de cualquier suerte, sea que la ejerzan agentes del Estado o simples partidarios. Un gobierno que permite la anarquía y el desorden abre siempre la puerta a una violación extendida de los DD.HH. Así, en Chile, la Unidad Popular, al admitir el uso generalizado de la fuerza ilegal contra sus opositores, los violentó profundamente: al privar de seguridad a las personas, se cayó en una espiral cuyas repercusiones todos los sectores debieron luego lamentar.

Conviene recordarlo en estos días en que se ha inaugurado el “Museo de la Memoria”, pues respecto de estos derechos no cabe admitir la existencia de “bandos”, que por definición conciernen a todos por igual. Dicho museo es una iniciativa estimable, pero no cumple un estándar de universalidad. Sin ésta, claramente se instrumentaliza a los DD.HH. para convertirlos en herramienta contra adversarios políticos y herramienta de beneficio político propio. Tal aprovechamiento desnaturalizaría a una iniciativa cuya nobleza depende de no admitir distingos por conveniencia, ni omisiones o inclusiones por interés.

Chile debe apoyar su Museo de la Memoria, pero éste debe ser efectivamente universal, esto es, completo: todas las épocas de nuestra historia deben estar justamente reflejadas si se desea que aleccione y no que adoctrine. El buen o mal resultado de ese esfuerzo se medirá por lo que dicho museo exhiba. Hasta ahora, hay un sesgo unilateral y excluyente, que encapsula sólo un período, mientras silencia deliberadamente la realidad de que en los años previos a 1973 Chile estuvo anarquizado por un conflicto político insolucionable, en el que la violencia imperaba en calles, campos y ciudades. Miles de personas sufrieron sus consecuencias.

Dicho museo invoca los informes de las comisiones Rettig y Valech. Pero en ambas comisiones se procuró reflejar todas las sensibilidades del país en proporción adecuada, con personalidades acreedoras de general reconocimiento moral e intelectual, y representativas de los más distintos sectores.

En este caso, el poder político ha obrado verticalmente, sin participación oportuna de un consejo llamado sólo en el último momento, para avalar un memorial ya construido y una selección ya hecha que, además, se declara no modificable. Esto último contraría la evidencia de que la historia está sujeta a constante ajuste, conforme a los nuevos conocimientos que adquieran. Por ejemplo, con el criterio fijado por la delegada presidencial para DD.HH., este museo, situado en Polonia, no podría rectificar la versión oficial de que la matanza de Katyn no la perpetraron fuerzas nazis sino comunistas. Esa absurda pretensión de “congelar” una historia oficial es paradójicamente opuesta al espíritu de verdad que se postula.

Mientras tal unilateralismo no se supere, el Museo de la Memoria expresará sólo una interpretación político-ideológica de un trozo de nuestra historia, respetable, pero una entre varias no menos válidas. Para superarlo, no basta incrustar, en un consejo con una orientación bien conocida, a una persona de pensamiento distinto más otra que en el pasado fue cercana al gobierno militar, pero que hoy no aporta mayores matices diversos. Alcanzar esa apertura a todos los chilenos, y no sólo a algunos, es una tarea pendiente. En su hora, esta memoria de un grupo, por importante que sea, deberá convertirse en algo que hoy no es: la memoria compartida de Chile.

Editorial El Mercurio

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Museo de la Memoria

05-foto-8-josec2a6u-antonioJosé Antonio Viera-Gallo, a la sazón subsecretario de Justicia del Gobierno de la Unidad Popular, escribía en 1972:

“Algunos han pretendido que el segundo camino hacia el socialismo excluye la Dictadura del Proletariado y han buscado amparo en las palabras presidenciales. Ésta ha sido una vieja pretensión de la socialdemocracia europea… pretensión que los hechos han demostrado infecunda. El socialismo supone un largo período de transición caracterizado políticamente por la Dictadura del Proletariado y ningún camino que hacia él conduzca puede evadir el punto”. (“Cuadernos del CEREN”, Universidad Católica de Chile, N° 15, diciembre 1972, p. 160).

¿A qué palabras presidenciales se refería el actual Secretario General de la Presidencia? A las de Salvador Allende en su primer Mensaje al Congreso Nacional, el 21 de mayo de 1971: “Las circunstancias de Rusia en el año 17 –la Revolución de Octubre– y de Chile en el presente son muy distintas. Sin embargo el desafío histórico es semejante… Allí se aceptó el reto y se edificó una de las formas de construcción de la sociedad socialista que es la Dictadura del Proletariado… Como Rusia entonces, Chile se encuentra ante la necesidad de iniciar una manera nueva de construir la sociedad socialista: la vía revolucionaria nuestra, la vía pluralista, anticipada por los clásicos del marxismo, pero jamás antes concretada. Chile es hoy la primera nación de la Tierra llamada a conformar el segundo modelo de transición a la sociedad socialista. Este desafío despierta vivo interés más allá de las fronteras patrias. Todos saben o intuyen, que aquí y ahora la historia empieza a dar un nuevo giro… modelando la primera sociedad socialista según un modelo democrático, pluralista y libertario. Los escépticos y los catastrofistas dirán que no es posible”.

Ésta es una parte mínima del contexto que excluyó la Presidenta de la República al inaugurar el Museo de la Memoria.

Sergio Rillon