Música celestial

Augusto Merino M. | Sección: Religión, Sociedad

06-foto-1-autorLa música ejerce un poder misterioso y casi incontenible sobre el alma. Ella puede formar o deformar un alma con más sutileza y profundidad que ninguna otra cosa. La opinión no es nuestra, sino del mismísimo Platón.

Por eso, cuando uno entra en estos tiempos a las iglesias, no puede menos que espantarse al oír la música que en ellas se toca. Por de pronto, nuestra mala suerte contemporánea ha querido que ya casi nadie sepa tocar el piano ni el armonio o el órgano. Y si hay alguien, el responsable (no diré quién es) no se encarga de buscarlo y contratarlo (que sería lo más justo). Además, casi todos los instrumentos de este tipo que hay en las iglesias están semi arruinados, llenos de polvo y de arañas. De este modo, el único que suena es la guitarra, más alguna maraca o flauta o pito o tambor o triángulo que suele “agraciar” el conjunto. Las voces que se oyen son, por lo general, las de niñas adolescentes de alguna “comunidad” de esto o lo otro, criadas a lo que es bolero o rock lento. Y las letras de lo que cantan suele ser las que las pobrecitas han aprendido en el único lugar en que se les enseña: los campamentos de verano. ¿Recuerdan Uds. esas simpáticas canciones para cuando uno viajaba en patota en micro? “Un elefante se balanceaba sobre la tela de una araña… Dos elefantes se balanceaban… Tres elefantes se balanceaban…”. Así se seguía. Hoy suele uno oír cosas semejantes para el momento, por ejemplo, de la comunión: “Yo tengo un amigo que me ama… Tú tienes un amigo que te ama… Nosotros tenemos un amigo que nos ama…”. Música de fogón nocturno.

O si no, se cae en las languideces y ritmos del “Blue moon”, que cantaban en mi época, si no me equivoco, “Los Platters”. Letrillas insustanciales, edulcoradas, llenas de románticas “miradas a los ojos”, y otras cosas insulsas, sin hueso, sin doctrina, sin espíritu, fofas. ¡“Blue moon” litúrgico! La inepcia defiende estas vergüenzas. “Es lo que al pueblo le gusta” (más bien “Es lo que el pueblo, desprovisto de toda enseñanza litúrgica, puede cantar, abandonado a su suerte”). “Es el folclor actual”, salta otro más avispado (el verdadero folclor siempre distinguió el canto “a lo divino”, lleno de majestad y respeto, del canto profano, fueran cuecas o tonadas o resbalosas).

No. No hay excusas, salvo la desidia de quienes tienen la responsabilidad de lo que ocurre con la liturgia (no diré quiénes son). Y además, su vulgaridad y mal gusto, su falta de buena educación. Puede que a los pobres tampoco les hayan enseñado nunca, lo cual pone la responsabilidad en aquéllos encargados de educarlos y que sí conocieron una música propiamente “sagrada”. No digamos que en el pasado todo fue estupendo; pero la gente oía en las iglesias algo de canto gregoriano y captaba su espíritu, o cantaba salmos de David, y no letrillas de Sting. Hoy, para oír gregoriano, hay que ir a las disquerías. Así se confunde y pierde el sentido de lo sagrado, y se arruina la liturgia, cuya obra principal, la santa misa, es el centro de la vida espiritual. ¿A quién se le podría ir a reclamar de todo esto? ¿Ah?