“Que la fuerza te acompañe”
José J. Escandell | Sección: Política, Sociedad
El democratismo que propone el diálogo como clave de la convivencia, supone ineludiblemente que ese diálogo ha de realizarse al margen de la verdad y de la justicia. Un diálogo, para ser democrático, ha de estar libre de dominio y de presiones, lo cual sólo sucede cuando los dialogantes se encuentran frente a frente sin nada más que el diálogo, que el puro intercambio de opiniones. Y en verdad, cuando los democratistas apelan al diálogo, siempre parecen dispuestos a jugar en un terreno situado más allá de la verdad y de la justicia: todo es negociable.
Por el contrario, cuando una postura se pretende verdadera o justa, reclama una primacía sobre la otra, y entonces el diálogo se hace imposible. Por el contrario, cuando el democratismo habla de diálogo, lo que quiere decir es negociación, un «tira y afloja» entre intereses igualmente legítimos.
Este es uno de los supuestos esenciales del diálogo democratista. La ideología democratista (que no democrática) está empeñada en defender que todo es defendible. Lo único completamente prohibido es prohibir. Sólo no se tolera la intolerancia de quienes no quieren tolerarlo todo. Para ello, antes del diálogo, nada puede ser verdad ni mentira, nada puede ser declarado justo ni injusto. Al principio, tan sólo cabe reconocer conflictos de pensamiento o de intereses, incompatibilidad práctica entre posiciones, y es necesario insistir en que ninguna tiene derecho alguno a reclamarse como la única válida; porque si lo hace, ya no es posible dialogar. El diálogo es el mecanismo llamado a resolver la situación. Con el diálogo todo conflicto puede ser resuelto, según se dice. El bálsamo de Fierabrás.
El hombre contemporáneo sueña con la paz como su principal anhelo. Una paz perpetua y universal. El instrumento esencial para lograrla es el diálogo, el cual, para serlo de veras, para ser eficaz, ha de ser abierto y sin condiciones. El razonar, el equilibrio afectivo y el respeto mutuo entre los dialogantes llevarán al éxito tarde o temprano.
Pero esta aspiración no sólo es errónea, sino también, y sobre todo, profundamente inmoral. Nadie en su sano juicio puede estar dispuesto a dialogar acerca de cualquier cosa que resulte conflictiva, y a hacerlo sin condiciones previas, dispuesto por principio a cualquier conclusión compartida. Nadie en su sano juicio está dispuesto a ello, ni debe estarlo.
Un democratismo abstracto y burgués, propio de quienes hablan desde la barrera y no bajan a la arena a lidiar con los problemas reales y concretos, pueden llegar a pensar que la situación de diálogo universal y libre es un bello ideal, quizás inalcanzable, pero deseable y noble. Otro democratismo, realmente revolucionario y en el fondo tiránico, confía en el diálogo como instrumento para desarmar al enemigo y alcanzar sus metas, sabedor, sin duda, de lo desquiciado de la pretensión. Ese democratismo (que coincide con el progresismo de izquierdas) sabe que el diálogo absoluto es un imposible, pero juega con ese espantajo para cazar incautos.
Desear el diálogo de todos con todos acerca de todo es una locura inhumana. Comencemos por reconocer que un diálogo libre de supuestos (en el que, por tanto se dejan también a un lado la verdad y la justicia) está, por principio, desorientado. No puede saber hacia dónde va, sino tan sólo que ha de encontrar una salida o solución. Es una aventura a ciegas. Ahora bien, en tales condiciones, si la verdad, la justicia o cualquier otro criterio, son de antemano rechazados como criterios de diálogo, entonces en el diálogo no queda posibilidad ninguna de salida. No es posible ninguna conclusión, es decir, ninguna conclusión que sea verdadera o justa. Porque ya antes esas invitadas fueron expulsadas del convite. ¿Qué queda entonces? Sólo la oscuridad. Y en la oscuridad en la que se enfrentan posiciones enfrentadas sólo puede triunfar la fuerza ciega. Un conversar en el que la verdad y la justicia están ausentes no es sino un pugilato. Sólo queda la fuerza.
«Que la Fuerza te acompañe», se dice en Star Wars. Es lo más democratista que se puede decir.




