Mal menor y cooperación con el mal

Gonzalo Letelier W. | Sección: Política

Estoy plenamente de acuerdo con lo planteado por José Luis Widow  respecto de la ilicitud de la colaboración al mal. No hay duda posible si se aplican los principios por él enunciados.

En resumen, su argumento puede presentarse como sigue:

a) Votar por alguien significa poner los medios para que salga, por lo tanto, cooperar en su elección y participar de sus actos de gobierno.

b) Por eso, si el candidato es gravemente malo, votar por él es cooperación al mal. Ante esta situación, es necesario abstenerse.

c) El hecho de que las alternativas sean peores o de que su elección sea conveniente por alguna razón particular es una circunstancia que no cambia nada, porque nunca se puede hacer el mal, ni siquiera para evitar otro peores.

El argumento es claro y sencillo, de una lógica impecable. El verdadero problema es si se aplica al caso en cuestión.

Creo que un buen indicio para constatar la necesidad de profundizar el problema es la inquietud del cristiano común, que no se puede reducir sin más a una falta de estudio del principio de colaboración al mal. Hay algo más en esa molesta sensación de que, a fin de cuentas, unos principios morales que no termina de entender bien le están impidiendo hacer el poco posible para evitar la catástrofe de un gobierno socialista. ¿Es correcta esa sensación? Me parece que en parte sí.

Analicemos cada una de las partes del razonamiento de arriba.

Y en primer lugar: a) votar por alguien, ¿significa siempre y necesariamente apoyarlo en su candidatura y, por lo tanto, responsabilizarse de sus acciones de gobierno?; ¿significa que el mal que haga lo hará “con mi consentimiento”, “por culpa de” mi voto, haciéndome cómplice de sus crímenes? En última síntesis, ¿votar por alguien es lo mismo que querer su gobierno?

02-foto-22Según la teoría democrática, los candidatos son representantes de las distintas fuerzas políticas de la sociedad y, a través del voto, los ciudadanos apoyan sus propuestas. Como la candidatura es libre, en principio todas las posiciones estarán representadas. Y si alguna posición no lo está, es porque carece del apoyo suficiente, y por lo tanto, es políticamente insignificante. En este contexto, votar significa aprobar a alguien, sentirse representado y gobernar con él, haciendo propios sus actos de gobierno. ¿Y si todos los candidatos me parecen malos? Entonces, por una cuestión de conciencia, no voto por ninguno.

Pero las cosas se complican a poco andar. Si realmente votar significa apoyar y aprobar al candidato, del mismo modo habría que decir que participar en las elecciones significa votar por la democracia, pues al utilizar las reglas del juego democrático, la estoy respetando y aprobando. O sea, además de aceptar el radical relativismo de la democracia liberal, estaré reconociendo al candidato que gane (aunque, claro, espero que gane el mío). Incluso si mi candidato pierde, el candidato ganador gobierna con mi voto. Aplicando a esta tesis la lógica de la cooperación al mal, el mismo hecho de inscribirse y participar en el “juego democrático” se hace moralmente dudoso: al apoyar la democracia, apoyo a cualquier candidato y a cualquier política pública que gane democráticamente.

Pero claro, lo que pasa es precisamente que votar por alguien no es lo mismo que apoyarlo y colaborar con él. No siempre y no necesariamente. Por eso mismo es lícito y necesario participar de las elecciones, porque eso no significa profesar la fe democrática ni mucho menos.

Con lo cual cae la primera premisa del razonamiento. Pero si votar no es aprobar, parece que puede llegar a ser lícito votar por el candidato menos peor. Veamos cuándo.

Según la segunda proposición, b) votar por un candidato malo es colaboración al mal. El profesor Widow lo explica a través algunos ejemplos: si un delincuente me dice que mate cinco personas porque si no él matará diez, obviamente no puedo matar a nadie. Debo abstenerme. Y sus diez muertos no se me pueden imputar en absoluto, porque yo, literalmente, “no hice nada”. De la misma manera, si un delincuente me pide ayuda para asaltar un banco porque el ladrón que lo asaltaría en vez de él sería peor, yo debo abstenerme. Lo contrario es colaborar al mal. Lo mismo sucedería en estas elecciones: votar por uno que defiende la píldora o quiere disfrazar de matrimonio las juntaciones homosexuales, es cooperar al mal. Y si todos defienden eso, entonces hay que votar blanco o nulo.

02-foto-32Pero hay aquí un problema. En todos estos ejemplos, se trataba siempre de lo que yo debo hacer frente a un mal que me parece tentador. El “mal menor” era siempre algo que yo hago, y el mal nunca debe hacerse. Por eso, siempre estaba la posibilidad de abstenerme: no matar a nadie (aunque fueran menos), no ayudar a asaltar el banco (aunque fuera menos cruel) y… ¿no votar por ninguno? ¿Sucede realmente lo mismo en todos estos casos? No necesariamente. ¿Por qué?

Tercer punto: c) las circunstancias ahora no son tan indiferentes. No en este caso. Porque aquí no se trata de “hacer algo malo para evitar otros males”. Porque, paradójicamente, en estas elecciones democráticas no hay verdaderas opciones. Aquí no hay opción de “hacer” o “no hacer” nada. El problema no es “lo que yo haga”, sino “lo que va a suceder”, lo que “van a hacer” otros. Lo que hay aquí es uno (no importa mucho quién) que nos impone coactivamente cuatro candidatos malos. Muy malos, y sólo esos cuatro. Esa es la diferencia: no me ofrecen o proponen hacer algo malo, sino que me informan que va a ocurrir un mal, y yo no puedo hacer absolutamente nada frente a eso. Lamentablemente, el señor “Nulo” no es candidato (aunque seguramente gobernaría mejor). Abstenerse no es una opción porque no hay abstención posible: el mal que se va a realizar no depende de mí en absoluto. Se me informa, no se me propone. Me avisan, no me piden ayuda para hacerlo. Uno de los cuatro va a ser presidente, no hay más vuelta que darle. Usted dirá: “yo no elijo a ninguno”. Obvio, yo tampoco. Pero ¿significa eso que hay que votar nulo?

Llevado a los ejemplos propuestos, en nuestro caso el asesino no me da la opción de matar a unos pocos para salvar a muchos, sino que me informa que él (no yo) va a matar a una determinada cantidad de personas, que no se puede hacer nada para evitarlo, pero que yo (y esto es lo importante) puedo influir para decidir cuántas. Si me dice que va a matar a diez, ¿colaboro con el mal cuando lo trato de convencer de que mate sólo cinco? Y si consigo que otro canalla un poco menos cruel lo sustituya, ¿soy cómplice de las canalladas del segundo? Por el contrario, si me “abstengo”, ¿se puede decir que “no hice nada” y que, por eso, soy inocente? ¿O habría que decir que no “hice nada para salvar a cinco”, y entonces no soy tan inocente? Es cierto, llamar al canalla menos peor para sustituir al primero puede no ser obligatorio, y es muy comprensible que repugne. Pero eso no significa que sea ilícito.

En términos de principios morales, aquí se aplica con todo rigor el principio del mal menor. Nunca se debe hacer el mal para que vengan bienes, en eso estamos todos de acuerdo. Pero puesto a elegir entre males que no dependen de mí en absoluto (o sea, no los hago yo), es perfectamente lícito favorecer al menor. Al menos tan lícito como abstenerme.

Resumamos el problema concreto:

Votar por Piñera, ¿significa apoyarlo? ¿O puede significar simplemente utilizar los medios que tengo a disposición para que no salga otro? Respondemos como respondimos a la pregunta anterior: participar en elecciones democráticas, ¿significa aceptar todas las reglas de la democracia liberal, incluso las gravemente malas (como la negación de una verdad objetiva) y reconocer al ganador, sea quien sea?, ¿o significa utilizar los medios que están a nuestro alcance para hacer el bien posible? Si respondemos con la segunda opción, también cabe hacerlo con el voto a Piñera.

Todo el punto está en que, en estas elecciones, el ciudadano católico no elige ninguna de las opciones que le presentan como tales. No vota por Piñera: vota “no” a todos los demás y utiliza el único medio posible (y es que en verdad no hay otro), el cual (no cabe duda) es muy dañino, para evitar daños aún mayores. En este caso, votar no es aprobar; votar por uno malo, no es cooperación al mal.

Creo que lo único que debe preocupar realmente nuestra conciencia es que el candidato en cuestión sepa que contar con nuestro voto no significa que cuenta con nuestro apoyo, y que haremos todo lo posible para que su gobierno sea mucho menos malo de lo que él quiere.

Sinceramente, no sé si estos argumentos son definitivos. Simplemente me parece que el argumento contrario no es concluyente. Por lo demás, la repulsión visceral no es un argumento que se pueda desechar así no más. Después de todo, la repugnancia del virtuoso es una excelente regla moral. Y bendito sea el que rechazó la ley que permitía votar desde el extranjero, porque me ahorró un gran problema…