La resaca de la libertad

Alfa y Omega | Sección: Historia, Política, Sociedad

01-foto-1Hace veinte años, cuando cayó el Muro de Berlín, el mundo se sacudió el yugo del comunismo y abrazó la libertad.

Dos décadas después, pasada la euforia de las celebraciones, un interrogante sacude la conciencia a ambos lados del antiguo Telón de Acero como si fuera una mala resaca: ¿Qué hemos hecho con la libertad?

El 20 de enero de 1989, Erich Honecker, Presidente de la antigua República Democrática Alemana (RDA), se encontraba en Madrid, recibiendo el Doctorado Honoris Causa por la Universidad Complutense de Madrid. Allí, frente a un auditorio todavía embebido en el marxismo, afirmaba con rotundidad: «El Muro de Berlín va a durar 100 años». Apenas diez meses después, el Muro había caído, y con él, veintiocho años en los que la libertad quedó encerrada tras las rejas del comunismo. La explosión de júbilo que se vivió en aquellos días, en los que parecía que el mundo –esta vez sí– iba a cambiar, ha dejado, veinte años después, un cierto desasosiego, como el que deja una pesadilla después de un mal despertar.

El 13 de agosto de 1961, comenzó la construcción de un Muro que acabaría teniendo 42 kilómetros de largo y una altura de 3 metros, 31 puestos de control y 186 torres de vigilancia. No fue suficiente para disuadir a todos aquellos que esperaban de la vida y del régimen de la RDA algo más. Sus paredes vieron morir, en sus 28 años de historia, a casi 300 personas en su intento de pasar al Oeste. Allí sufrían la asfixia de un régimen que no concebía al individuo sino sometido al poder. Aquí esperaban encontrar la libertad, la democracia, la posibilidad de salir adelante sin el férreo control del Partido…, o algo más tangible como un supermercado repleto de comida. Algunos lo consiguieron, y pudieron pasar a un Occidente al que veían como la realización de la utopía. Pero, después de un tiempo, la emoción por la huída dejaba paso a la realidad, y la realidad no era tal como se veía desde el otro lado. En 1981, el poeta y Premio Nobel lituano Czeslaw Milosz, quien llevaba treinta años exiliado en Francia primero, y en Estados Unidos después, declaraba: «He ganado mi libertad, pero permítaseme no olvidar que cada día corro el riego de perderla una vez más».

01-foto-21Y es que el hecho es que Occidente, en tiempos el icono de la libertad, se ha ido afianzando con los años sobre una visión materialista de la vida y de la Historia, a la que el comunismo no tendría nada que envidiar. De hecho, tras la caída del comunismo en el Este, nada ocupó su lugar, si por nada entendemos una ideología light que hace al hombre esclavo de la nueva cultura de la muerte. El profesor Adriano Dell’Asta, de la Universidad Católica del Sacro Cuore, de Milán, y colaborador de la revista Rusia Cristiana, la actual La Nuova Europa, señala que, «tanto en el Este como en el Oeste de Europa, lo que hay es un vacío». Pero apunta un aspecto positivo: «La gente se está dando cuenta de que la caída del comunismo no ha bastado para que se resuelvan los problemas. Había quien pensaba que todo el mal dependía del régimen, que él era el culpable de todo el mal. El comunismo era, evidentemente, un mal, pero no todo el mal. Caído el régimen, nos hemos dado cuenta de que el problema es más amplio, más radical. No bastaba cambiar el régimen para que todos los problemas fueran resueltos».

¿Cuál ha sido entonces la gran lección de los campos de concentración soviéticos, así como del papel de los disidentes? ¿Es que todo ese sufrimiento ha sido en vano? El profesor Dell´Asta apunta al corazón del hombre como el lugar donde se resuelve la tensión entre la fuerza que somete al hombre y la que lo hace más libre: «El mal no depende tanto de lo externo, ni de un régimen concreto. El mal, tanto como el bien, depende del corazón del hombre. La lección que podemos sacar del comunismo es que el hombre es siempre un hombre, cualesquiera que sean las condiciones en las que viva. La mujer de uno de los grandes poetas rusos del siglo pasado, Osip Mandelstam, decía esto mismo: El hombre siempre es el hombre. Y esto lo decía sabiendo que su marido murió en uno de los campos del gulag, debido a la traición de un amigo».

01-foto-3La gran lección que nos ha dado Europa del Este es que Occidente, todavía hoy, puede encontrar este tesoro, un tesoro que «desafía nuestra libertad –concluye el profesor Dell’Asta–. Todo depende de nuestra libertad. Podemos aprender esta lección y ponerla en práctica, o bien podemos olvidarla y perdernos en lo oscuro de la Historia. Hoy hace falta recuperar esta lección, para no perdernos en el fundamentalismo, el nihilismo o el terrorismo. Si la gente, detrás del telón de Acero, ha podido permanecer fiel a su humanidad, aun en las peores condiciones, entonces esta lección también es válida para nosotros hoy; sobre todo en la situación de crisis en la que estamos viviendo. La crisis es un desafío a nuestra libertad, y el modelo ya lo tenemos».




Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Alfa y Omega, www,alfayomega.es.