Grande
P. Raúl Hasbún | Sección: Sociedad, Vida
Cuando el Cardenal Sodano presidió las exequias de Juan Pablo II no trepidó en vaticinar que la Historia le distinguiría con el apelativo de Magno, es decir, Grande. Pensaba en sus predecesores, los Papas San León Magno y San Gregorio Magno, insignes por su santidad, su sabiduría y su contribución a la paz.
Grande, en efecto, como nunca hasta entonces, fue la convocatoria suscitada por el funeral de Juan Pablo II, en términos de cantidad y calidad de participantes y de admiración, aprobación y respeto a su persona.
Grande, más de un millón y medio, la cantidad de jóvenes de los 5 continentes que cada 3 años acudían espontáneamente y costeándose sus gastos para sólo ver y escuchar a un hombre que, lejos de halagarlos con dádivas, les exigía ser santos.
Grande fue su contribución a la Verdad, por el modo y grado en que propició un diálogo y sinergia entre sus dos alas, la Razón y la Fe.
Grande su humildad y coraje en promover el acercamiento ecuménico, respondiendo así a la más grande de las súplicas de Cristo antes de morir : “Que sean uno”.
Grande su clarividencia para identificar y su valentía para desarticular, con las solas armas del espíritu, las grandes ideologías y regímenes que postulando la muerte de Dios causaban la muerte del hombre.
Grande su defensa del más pequeño e inerme, y por eso el más grande a los ojos de Dios: el niño desde su concepción, el anciano y el enfermo desprovistos de “valor” a los ojos de los hombres.
Grande, inmensa, su apología de la familia, de la mujer, del trabajo y del emprendedor.
Grande, inconmensurable su servicio a la Paz y a la Vida, al impedir por la sola interposición de su sabiduría, oración y autoridad moral, una guerra entre hermanos que amenazaba desangrar a Chile y Argentina.
La gratitud, hija de la justicia y de la fidelidad, conoce variadas y complementarias vías para honrar la memoria de quien, por su gran amor, ha hecho grandes cosas. La primera vía es decirlo, reconocerlo, nunca silenciarlo, olvidarlo ni disminuirlo: “eres grande”. La segunda, enseñar lo que él enseñó y vivir como él vivió. La tercera, perpetuar institucionalmente su legado. La cuarta, erigirle monumentos. Tal vez él no los necesite: nosotros lo necesitamos.
Y es mejor que sea grande. Para que los enanitos del país de Guliver, tan proclives a disminuir y cortar cabezas que sobresalen y a minimizar gigantes que ponen al descubierto su común mediocridad, se acostumbren a pensar en grande y amar en grande.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Revista Humanitas, www.humanitas.cl.




