Ritos

Augusto Merino M. | Sección: Política, Religión, Sociedad

06-foto-1-autor2Hay necios que, creyendo ser más realistas, más sencillos o más democráticos, critican y desvalorizan los ritos en la vida colectiva. “Meros ritos”, “actitud ritualista”, “ritualismo”, “tradicionalismo”: estas expresiones y otras se usan peyorativamente, con la intención de denunciar una actitud postiza, o falsa o inútil. Al contrario, lo que se alaba y aprecia es lo espontáneo, lo auténtico, lo libre de trabas, lo innovador, lo sorprendente.

Lo que ignoran es algo que cualquier estudiante de sociología de primer año ya ha aprendido: el rito es un elemento central en la vida de la sociedad. Hay en ella realidades que no se pueden expresar con palabras, cosas que sobrepasan la comprensión de los hombres comunes. Y tales cosas no son, por lo general, de las menos importantes: la lealtad al grupo, el amor a la patria, el reconocimiento de que uno es nada sin los demás.

Pues bien, el rito permite, mediante la repetición solemne y siempre igual de ciertas acciones, decir con acciones eso que es inexpresable de otro modo. Consideremos, por ejemplo, un rito cívico: la transmisión del mando presidencial. Obviamente, tal cosa podría hacerse en privado, mediante la firma de un decreto administrativo. ¿Para qué tanta faramalla? Todo el mundo sabe ya cuando un candidato es elegido nuevo presidente. Sin embargo, la ceremonia ritual cumple un fundamental propósito: expresar con gestos la majestad de la nación soberana, la continuidad de la vida colectiva organizada jerárquicamente, la seguridad de que esto que llamamos “Chile” va a perdurar en el tiempo. En fin, muchas otras cosas.

Y todas ellas se captan y entienden mirando las acciones aparentemente inútiles como son la de entrar y salir de un recinto parlamentario, el sacarse y ponerse bandas tricolores y otras más. Es precisamente la repetición de estas acciones lo que las hace significativas, de tal manera que la alteración de ellas podría tener efectos emocionales adversos y destructivos, insensibles a primera vista, pero ocultamente minadores de la solidez de las instituciones.

La majestad de la patria: fue una estupidez demagógica suprimir símbolos como el frac que se usaba antes para la transmisión del mando, o las carrozas tiradas por caballos. Todo ello tenía un valor emocional que ayudaba a expresar los sentimientos de la masa de ciudadanos.

En otro terreno, la alteración de los ritos en aras de la “espontaneidad” produce efectos igualmente destructivos. Por ejemplo, en las ceremonias religiosas, especialmente en la misa, la más importante de todas. Hay curas que creen ser modernos o acercarse a las masas al suprimir lo que ellos creen que es incomprensible, como el lavado de manos después del ofertorio. Lo que ignoran es que observar una y otra vez tales cosas es, para los fieles corrientes, una forma de aprehender la incomprensible majestad de Dios, que pertenece a la esencia del sentimiento religioso. Las acciones que se repiten adquieren majestad; la innovación mal pensada o sorpresiva desconcierta y lleva un mensaje tácitamente destructivo. La “espontaneidad” del cura es ofensa al fiel.